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Una cuestión de fe, la peregrinación multitudinaria a la Virgen de Itatí.

Una cuestión de fe.

La peregrinación multitudinaria a la Virgen de Itatí, la adoración y las ofrendas a diferentes cultos paganos, como el del Gauchito Gil o el de San La Muerte, atestiguan la profunda espiritualidad y la fuerte devoción religiosa de los correntinos.

"Yo andaba enferma, de lo pior, y le hablo y le digo: 'Si usted no me sana o no ando bien de salud, no va a tener más sirvienta', porque yo soy sirvienta nomás de él, que le limpia y nada más", cuenta Flora Soler, de 78 años, cuando entra un poco en confianza y se atreve a desnudar algo de su poderosa fe. La misma que refleja su mirada cuando se posa sobre las repisas que sostienen los santuarios personales en el comedor de su humilde casa.

Sobre uno de los muebles descansan los santos de la Iglesia Católica; sobre el otro, los que representan diferentes creencias paganas. Allí, entre infinidad de imágenes y estampitas, emerge inconfundible la figura de San La Muerte, una calavera con una guadaña entre sus manos y una túnica negra que le cubre el cuerpo. Asusta un poco. Pero Flora, como muchos correntinos, ha elegido adorar esta imagen como a un santo patrono y desde hace décadas no ha dejado de hacerle peticiones que, según afirma, siempre se le han cumplido. "Yo me acerqué a él porque siempre escuchaba que era milagroso. Yo le rezo porque soy santularia, me gustan los santos", dice Flora.

La de San La Muerte, o Señor de la Muerte, es una de las tantas imágenes, mezcla de lo divino con lo sobrenatural y lo humano, a las que la devoción popular les ha adjudicado poderes de milagro.

En la provincia de Corrientes la religiosidad se vive de una manera intensa. La devoción que el pueblo le tributa a la Virgen de Itatí lleva a que más de tres millones de fieles se acerquen cada año a rendirle culto y a cumplir promesas. El 16 de julio, aniversario de la coronación Pontificia de la Virgen, la ciudad de Itatí se ve desbordada por más de medio millón de fieles que llegan para visitar su templo. Esta profunda demostración de fe católica tiene raíces en la herencia dejada por los padres jesuitas. Paralelamente, la devoción popular rinde culto a más de setenta imágenes de difuntos o de figuras controvertidas como el Gauchito Gil, Santo Antonio María, Pedro Perlaitá, Olegario Álvarez -conocido como el Gaucho Lega- o el mismo Señor de la Muerte.

Devotos.

Hay una larga cola de devotos en el santuario de Gauchito Gil. Cada uno de ellos espera para depositar una vela en la ermita. "Toda esta gente bautiza a sus hijos, toma la primera comunión, se casa por iglesia, por ahí va a misa, y sin embargo tiene la misma fe en el Gaucho Gil que en la Virgen de Itatí o en cualquier otra creencia de la Iglesia Católica", explica el arquitecto Andrés Salas, reconocido investigador de las creencias populares del nordeste. Según Salas, en nuestro país aún perdura el pensamiento mágico que lleva a la gente a creer que en algún momento la salvará un milagro, por más mal que le vayan las cosas.

El sacerdote Julián Zini, a su vez, observa: "Creo que estamos ante un potencial valiosísimo de humanidad, de fe, de fiesta y creatividad que nos compromete a todos". El padre opina que "si la Iglesia no reinterpreta la religiosidad del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que ocuparán las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío o la indiferencia".

La Iglesia no acepta a estos santos paganos como parte del santoral católico aunque, en el caso de Antonio Mamerto Gil Núñez, más conocido como el Gauchito Gil, se ha comenzado a percibir un acercamiento. El último 8 de enero el obispo de Goya, Ricardo Sfaifer, se acercó hasta el santuario popular, gesto que no pasó inadvertido entre los seguidores del Gauchito. En la actualidad miles de personas se suelen dar cita en el santuario, ubicado a la vera de la Ruta 123, a sólo ocho kilómetros de la ciudad de Mercedes. Centenares de velas, flores y miles de placas recordatorias son depositadas en señal de gratitud. Verdad o mito popular, lo cierto es que no existe camino en esta provincia en el que no haya al menos una vivienda que venere su imagen. "El Gauchito me realizó un milagro", asegura Juan Carlos, un sereno de 50 años, "por eso -continúa- cumplí mi promesa y me hice un tatuaje sobre el cuerpo, porque lo quiero llevar conmigo hasta el día en que me muera".

“Era una noche de truenos y lluvia, y detrás de cada relámpago se veía la imagen del santo a la distancia”


Aparición y misterio.

"Yo le pido al Gauchito Gil, porque sé que seguramente Dios le dio un lugar para que pudiera hacer e interceder por todos nosotros", dice Ana Aguirre de Rodríguez, reconocida artesana de la ciudad de Empedrado, que también está de visita en el santuario. La cantidad de fieles que concurren a rendirle culto a este santo pagano ha convertido su santuario en el segundo en importancia en Corrientes, detrás de la veneración a la Virgen de Itatí. En la entrada del santuario del Gauchito hay tacuaras con banderas coloradas que ondean e interrumpen el paisaje de campos yermos, mientras decenas de vendedores ambulantes recorren el lugar buscando sobrevivir con la venta de velas e imágenes del santo.

A unos cuantos kilómetros de distancia de este lugar se encuentra uno de los dos santuarios conocidos dedicados a San La Muerte. Allí, en la punta de las tacuaras penden banderas negras, que también flamean, movidas por un viento calmo. En el interior, un grupo de personas rinde culto y entrega ofrendas. Ofelia López de Pardo, la propietaria del lugar, decidió levantar el santuario el día en que, según sus palabras, San La Muerte o el Señor de la Buena Muerte se le materializó a su hijo, cuando tenía 13 años. "Era una noche de truenos y lluvia, con mucha descarga eléctrica y detrás de cada relámpago se veía la imagen del santo a la distancia", explicó Ofelia. Al día siguiente, ella le pidió a su hijo que le contara lo sucedido, y le preguntó si había sentido miedo. El niño respondió: "No mamá, yo no le tuve miedo a mi santito, al contrario, le decía a la gente que no se asuste porque es muy lindo que se nos aparezca".

Los devotos le suelen pedir trabajo, recuperar cosas perdidas, obtener el amor de alguien, y hasta vengar un desaire o una afrenta. El culto surgió de la mano de los guaraníes, alejados ya de la orientación dogmática de la Compañía de Jesús, a mediados del siglo XVIII. Se extendió por Misiones, Chaco, Corrientes y Formosa, traspasando las fronteras hacia Paraguay. Según refieren sus seguidores, el amuleto que lo representa sólo tiene efectividad si se encuentra bendecido por un sacerdote católico. En las cárceles los presos suelen llevar la imagen tatuada sobre el cuerpo, y los más creyentes llegan a incrustarse una figura debajo de la piel, lo que les conferiría un mayor poder.

"Muchas veces llega gente que se queda afuera, con recelo y un poco de temor", dice Ofelia y explica que a la silueta de la calavera vestida de negro, es más fácil asociarla con cosas malas, como la brujería, pero señala que eso ocurre por falta de información o por ignorancia. "Cuando les contamos la historia cambian de idea, le ponen velitas y se van prometiendo volver".

La provincia de Corrientes arrastra esta religiosidad popular desde sus propios orígenes. Mientras que la fe en la Virgen expresa el valor de lo sagrado y bendecido por la Iglesia, la devoción por los santos paganos insinúa la necesidad de un pueblo creyente que, ante las adversidades de la vida cotidiana, decide buscar respuestas en lo mágico. Detrás de estas creencias no existen diferencias sociales, políticas o culturales; la devoción lo puede encontrar a cualquiera a la vuelta de la esquina. Dicen que sólo es cuestión de fe.

Mediadores de la esperanza.


Por Pedro Luis Barcia (*)
Varias provincias argentinas pueden ostentar los nombres de figuras de paisanos que han sido promovidos a la santidad por el proceso espontáneo de canonización que el pueblo hace de las figuras de sus elegidos: el Gaucho Cubillos, en Mendoza; el Gaucho Bazán Frías, en Tucumán; el Gaucho José Dolores, en Córdoba; el Gaucho Bairoletto, en Santa Fe, el último bandido romántico. Corrientes se ha mostrado generosa en gauchos que han despertado la devoción popular.

De todas, es la tierra más beneficiada. Bastaría mentar algunos nombres para certificarlo: el Gaucho Lega, u Olegario Álvarez; el Gaucho Antonio María, que fue curandero en vida junto a la Laguna Iberá; el Gaucho Francisco López, cuya sangre restañó las heridas de sus mismos verdugos; el Gaucho Miguel Galarza, alias Tusquiña o La Chuña, y tantos más.

Se destaca, sobre todos, no sólo por el grado de motivación popular que ha logrado sino por la extensión de su culto a casi todo el país, el caso del Gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez, abreviado en Cruz Gil, o en el guaranizado Curuzú Gil o en el apelativo más cariñoso, por el diminutivo, de Gauchito Gil. Su culto tal vez sea el que de manera más firme ha crecido en los últimos diez años y su extensión se aproxima al de la Difunta Correa. Salió de Corrientes para expandirse por los cuatro rumbos del país. En la Patagonia, en Cuyo, en el NOA, en las pampas, vemos, a la vera de las rutas, las modestas capillitas adornadas con múltiples cintas rojas que el viento hace flamear como señalando que está viva la reverencia por la memoria del gaucho correntino.

La misma humanidad.
El hombre común es naturalmente un homo religiosus, esto es una criatura en la que la dimensión trascendente es real fundamento de su vida. En medio de sus carencias, espera con fe que la voluntad de Dios lo alivie de sus dolores, su miseria, su falta de trabajo. El imaginario popular alimenta esa esperanza con figuras que lo auxilien en sus necesidades, como mediadores frente al poder divino. Es el caso de algunos personajes marginales, aislados o perseguidos por las autoridades con injusticia, que han llevado una vida de privación y han padecido una muerte violenta, siendo jóvenes.

Todos estos elementos ayudan a la proclamación de dichas figuras como intercesores frente a Dios. La espiritualidad popular se encauza en la veneración de estas imágenes vivas que han caminado junto a ellos, y por sus mismas tierras, y se apoyan en ellos porque los sienten inmediatos y hechos de su misma materia humana pero con virtudes relevantes. Y por ellas alzan sus ruegos y peticiones de gracias. Se comentan los beneficios que han otorgado a quienes recurrieron a ellos, se les atribuyen hechos extraordinarios y milagreros, y comienza, gradual e incesante, el proceso de la canonización. Ese proceso es, gracias a los medios de comunicación, cada vez más acelerado, como hemos visto en los casos de Gilda o de Rodrigo. En este último ejemplo, a dos horas de muerto había generado un cartel televisivo en un canal de aire que decía: "Nace un mito".

Pero cabe señalar que lo que se impone con celeridad se disuelve de igual manera, como es propia ley de los medios. En cambio, aquella canonización que se genera en el ámbito rural, tiene un paso lento pero firme, va echando raíces hondas en el alma religiosa popular e instalándose, como han hecho con el Gauchito Gil, en la galería del santoral del pueblo. Estos cultos informales deben ser considerados con respeto porque expresan la profunda necesidad religiosa del hombre y la esperanza de mudar de suerte o situación, en medio de la privación y la miseria, del dolor y de la enfermedad.
(*) Presidente de la Academia Argentina de Letras

Una orden que llegó tarde.
El Gauchito Gil es un personaje histórico, paisano oriundo de Pay Ubre, Mercedes (Corrientes), nacido un 12 de agosto, entre 1840 y 1848. Sus padres fueron Encarnación y José Gil, español radicado en el Plata. El Gaucho Gil, al parecer, trabajó en una estancia y formó pareja con Estrella Díaz Miraflores, viuda y heredera de los campos. Luchó en la Guerra del Paraguay, bajo las órdenes del general Madariaga. En su provincia natal respondía a la facción política del Partido Autonomista o Colorado -por el color del poncho que vestían sus adeptos, en contraposición con el Partido Liberal, o Celeste, que gastaba poncho de ese tono-. Para algunos, de este color emblemático arranca el uso de identificar el culto de Gil y de sus sitios de homenaje con cintas o trapos rojos. Para otros, en cambio, el color sangre recuerda la de la víctima inocente, el pobre Cruz Gil, y que derramó un sargento cruel.


Era un paisano aquerenciado y trabajador cuando fue llevado por el coronel Juan de la Cruz Salazar, jefe departamental, para integrar las huestes autonomistas en las luchas intestinas de la provincia. Gil tuvo un sueño en el que oyó una voz que le decía que no debía derramar sangre de hermanos. De acuerdo con el mandato, desertó de las tropas y se convirtió en un gaucho alzado contra la autoridad que lo buscaba para ajusticiarlo, según la orden del caso para los desertores


Dada su índole bondadosa, ayudaba a la gente humilde y, se dice, que como un Robin Hood de Che Retá, robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Esto le valió el afecto de los desposeídos, quienes le daban refugio y ayuda en medio de su permanente escapada. Un día lo prendieron. Al saberlo, Salazar mandó la orden de liberación, pero ésta no llegó al sargento de la partida que lo colgó, boca abajo, de un árbol, y lo degolló. Antes de morir, Gil le dijo a su victimario: "Cuando llegués a Mercedes te vas a enterar de la orden que me indulta y que tu hijo está moribundo por una grave enfermedad. Invocá mi nombre a Dios y se sanará". Así lo hizo el sargento y el chico se curó al instante. Éste fue el primer milagro atribuido al Gaucho Gil. El sargento regresó al lugar del ajusticiamiento, dio sepultura al cuerpo y fabricó una cruz de ñandubay para indicar el lugar, junto al árbol. Allí arrancó la leyenda del poder curativo del Gauchito Gil, que, según los decires del pueblo, se fue convalidando con crecientes gracias concedidas y beneficios otorgados, por su intercesión en la invocación a Dios. Su fama milagrera fue creciendo, y sigue expandiéndose. La ejecución del Gaucho ocurrió el 8 de enero de 1874.

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