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Mostrando las entradas etiquetadas como Religión

Una cuestión de fe, la peregrinación multitudinaria a la Virgen de Itatí.

Una cuestión de fe. La peregrinación multitudinaria a la Virgen de Itatí, la adoración y las ofrendas a diferentes cultos paganos, como el del Gauchito Gil o el de San La Muerte, atestiguan la profunda espiritualidad y la fuerte devoción religiosa de los correntinos. "Yo andaba enferma, de lo pior, y le hablo y le digo: 'Si usted no me sana o no ando bien de salud, no va a tener más sirvienta', porque yo soy sirvienta nomás de él, que le limpia y nada más", cuenta Flora Soler, de 78 años, cuando entra un poco en confianza y se atreve a desnudar algo de su poderosa fe. La misma que refleja su mirada cuando se posa sobre las repisas que sostienen los santuarios personales en el comedor de su humilde casa. Sobre uno de los muebles descansan los santos de la Iglesia Católica; sobre el otro, los que representan diferentes creencias paganas. Allí, entre infinidad de imágenes y estampitas, emerge inconfundible la figura de San La Muerte, una calavera con una guadaña e

Huellas jesuíticas murmullo de amor y lamento.

Distribuida en varias aldeas en las márgenes del río Iguazú, vivía la tribu de los guaraníes. Sus dioses eran Tupá , el dios del Bien , y M'Boy , su hijo rebelde, el dios del Mal. Éste era la causa de las dolencias, las tempestades, las plagas y los ataques de animales feroces y de tribus enemigas. Con el fin de protegerse del dios del Mal, todas las primaveras los guaraníes le ofrecían una bella esposa, que así quedaba definitivamente alejada de la posibilidad de amar a alguien. A pesar de este sacrificio, la elección era para las jóvenes un privilegio, motivo de honra y orgullo. Naípi , hija de un gran cacique y conocida en todas partes por su belleza, fue un día la elegida. Feliz, esperaba con ansiedad el momento de convertirse en la esposa del dios tan temido. Comenzaron los preparativos para la gran fiesta. Llegaban invitados de todas las aldeas para conocerla. Entre ellos estaba Tarobá, guerrero valiente, famoso y muy respetado por sus victorias. Quizás por

Francisco Palomo Giambattista, cura.

Había llegado precedido por la tristeza de la muerte del padre Roque, fallecido de viejito y penando una larga enfermedad; por la soledad que enmudeció las campanas de la iglesia casi dos meses a causa de la agonía de Roque y la tardanza de su nombramiento, y por la suspicacia que en la chusma del pueblo producía su estampa joven y atlética. Lo vimos en la puerta de la iglesia en el mismo momento en que se paró frente al edificio con los brazos en jarra, contemplando lo que para ese entonces era un monumento al abandono, con paredes rajadas, flores resecas y velas consumidas; acaso un símbolo de la anarquía religiosa que ese lapso de orfandad espiritual había producido en Villa Garay, provincia de Buenos Aires.  Llevaba dos bolsos que dejó caer pesadamente, y vestía una sotana negra algo desteñida y arrugada por un viaje en tren desde la Capital Federal. Nosotros, que en ese momento estábamos jugando un picado de fútbol en la plaza que daba al frente de la parroquia, fuimos descub

Las misiones jesuitas del Nahuel Huapi.

La misión jesuita del Nahuel Huapi formó parte de los esfuerzos misioneros de la Compañía de Jesús con sede en la isla de Chiloé. En 1609 llegaron a Chiloé los primeros jesuitas, Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino, quienes se establecieron en Chequián, en la isla de Quinchao. El primer jesuita que misionó en la zona del lago Nahuel Huapi fue Diego de Rosales, quien fue enviado por el gobernador de Chile Antonio de Acuña y Cabrera para intentar pacificar a los puelches y poyas (nombre que los mapuches daban a los patagones septentrionales) tras la expedición esclavista de Luis Ponce de León en 1649. Puso como condición que se le entregaran los indígenas cautivados en las expediciones esclavistas de Ponce de León y otros anteriores. Guiado por uno de los cautivos, el cacique Catinaquel, atravesó la cordillera por el paso de Villarrica en 1650 —posiblemente el actual paso Malalco, o bien por la zona de las lagunas de Epulafquen en el alto río Neuquén — llegando al Nahuel H