El abanico polìtico de la enorme deuda Latinoamericana y la minoría opulenta determinan el control de nuestras vidas.
El mismo dilema aparece al otro lado del abanico político. El principal especialista en América Latina del entonces presidente Cárter, Robert Pastor, se encuentraba lejos de esta visión pacífica. Explicaba en un interesante libro porqué la administración Cárter tuvo que apoyar al asesino y corrupto régimen de Somoza hasta su amargo final, cuando hasta las estructuras tradicionales de poder giraron la espalda al dictador.
EE UU (la administración Cárter) tuvo que intentar mantener la guardia nacional que había formado y entrenado y que estaba atacando a su población "con una brutalidad que una nación ormalmente reserva para sus enemigos", escribe. Todo esto se hizo aplicando el principio TINA. He aquí la razón: "EEUU no quería controlar Nicaragua u otros países de la re-gión, pero tampoco quería desenlaces que escaparan a su control. Quería que Nicaragua actuara independientemente, excepto (el énfasis es suyo) si esto afectaba adversamente a los intereses de EE UU". Así, en otras palabras, los latinoamericanos serian libres, libres para actuar de acuerdo con sus deseos. O sea: queremos que sean libres para elegir, a no ser que se inclinen por opciones que no queremos, en cuyo caso nos veremos obligados a restaurar las estructuras tradicionales de poder mediante la violencia, si es necesario. Esta es la cara más progresista y liberal del abanico político.
Hay voces fuera del abanico, no voy a negarlo. Por ejemplo, hay una idea según la cual la gente debería tener derecho a "participar en las decisiones que continuamente modifican su modo de vida en lo esencial", que no vean sus esperanzas "truncadas cruelmente" dentro de u n orden global en el cual "el poder político y financiero se concentra" mientras que los mercados financieros "fluctúan erráticamente" con devastadoras consecuencias para los pobres, "las elecciones pueden manipularse", y "los aspectos negativos y otros son considerados completamente irrelevantes" por los poderosos. Estas citas están tomadas de un cierto extremista radical del Vaticano, de cuyo mensaje anual de año nuevo la prensa nacional apenas se hizo eco, y se trata sin duda de alternativas que no se encuentran en la agenda.
¿Por qué hay tal grado de consenso en que América Latina y por extensión el mundo, no está autorizada a ejercer su soberanía, es decir, a tomar el control de sus vidas? A nivel global, análogamente, es el miedo intrínseco a la democracia. De hecho esta pregunta se ha formulado frecuentemente modos muy ilustrativos; en primer lugar, en el conjunto de documentos internos de que disponemos (estamos en un país bastante libre, disponemos de un rico registro de documentos desclasificados, algunos de ellos muy instructivos). El argumento que los recorre se ve ilustrado fehacientemente uno de los casos más importantes, una conferencia hemisférica a la que EE UU llamó en febrero de 1945 de cara a imponer lo que se denominó la Carta Económica para las Américas, que constituía una de las piedras angulares del mundo de posguerra todavía vigente. La Carta hacía un llamamiento para terminar con el "nacionalismo económico (es decir soberanía) en todas sus formas". Los latinoamericanos deberían evitar lo que se denominó un desarrollo industrial "excesivo" que compitiera con los intereses de EE UU, aunque podrían acceder a un "desarrollo complementario". Así que Brasil podía producir el acero de bajo coste que no interesara a las empresas de EE UU. Era crucial "proteger nuestros recursos", tal como escribió George Kennan, aunque ello requiriera de "Estados-policía".
Washington tuvo problemas para imponer la Carta. En el Departamento de Estado internamente se lo habían planteado a las claras: los latinoamericanos se equivocaron de elección. Estos hacían llamamientos para implementar "políticas diseñadas para mejorar la distribución de la renta y para aumentar el nivel de vida de las masas", y se hallaban en el "convencimiento de que los primeros beneficiarios del desarrollo de los recursos de un país debe ser la gente del país", no los inversores de EE UU. Esto era inaceptable, por lo que el ejercicio de la soberanía no podía permitirse. Pueden ser libres, pero libres para hacer las elecciones correctas.
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