La digestión es importante para el organismo humano, especialmente después de un delicioso asado.
Con las antiguas costumbres argentinas, una parrilla, la carne, algunos condimentos y el sabor de la carne típica de la pampa argentina hacen el resto.
La caminata sirve para aliviar el estómago y descubrir nuevos aspectos de una naturaleza aún intacta.
Hubo una época en donde el campo era una zona liberada para aquellos que se aventuraban a disfrutar de sus bondades, el asado era una de ellas, alimento que por aquél entonces no necesitaba de mucha técnica, más que una fogata y un poco de sal. Esa misma sensación de libertad que hoy se encuentra en nuestra parrilla.
Gran cantidad del registro histórico que se tiene sobre el asado, se debe a la impresión de muchos extranjeros que cuando pasaron por estos lugares inmortalizaron las vivencias de los gauchos, cuatreros y vaquerías en sus notas y diarios personales. Es que esta forma de alimentación era rudimentaria para la época.
Inclusive el propio Charles Darwin, por su paso por Sudamérica, había comentado la peculiar evolución de los carnívoros más carnívoros del planeta.
Del campo a la ciudad.
El asado, tal y como lo conocemos en la actualidad, apareció en nuestras mesas a finales del siglo XIX y a partir de ahí se extendió por todos los rincones de nuestras ciudades, que llevan un poquito del aroma del campo en este plato.
La cultura parrilla termino de extenderse a principios del Siglo XX, masificándose en cualquier lugar, desde los barrios más humildes hasta las elites más renombradas de la sociedad. El asado era el menú por excelencia.
El asado es un emblema en estas regiones, siendo popular en los países del Mercosur, hasta el propio Charles Darwin quedo impactado por esta forma de cocinar, reconociendo en sus escritos que los sudamericanos son los más carnívoros del planeta.
Su impresión sobre el asado quedó registrado en una carta que escribió a su hermana en el año 1833, en donde decía “tomo mi mate y fumo mi cigarro y después me acuesto y duermo cómodo, con los cielos como toldo, como si estuviera en una cama de pluma.
Es una vida tan sana, todo el día encima del caballo, comiendo nada más que carne y durmiendo en medio de un viento fresco, que uno se despierta fresco como una alondra”
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