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Recuerdos del pasado: cortaplumas.

Mario es un amigo que la pesca me regaló hace casi unos 20 años. En sus comienzos fue un amigo virtual, ambos integrábamos una lista de correos (esa fue la primera forma de una red social) e intercambiábamos correos entre los integrantes de la misma, por supuesto entre todos los mensajes que iban y venían estaban los de Mario y también los míos.

Recuerdo que en sus mensajes siempre decía que vendía pochoclo (maíz inflado, cotufas para los venezolanos) en la Plaza de Mayo. Era una broma por supuesto aunque no pocos amigos virtuales se lo creyeron, bueno, era una broma a medias porque sí trabajaba en inmediaciones de la Plaza de Mayo pero en el área de sistemas de un gran banco y no como vendedor ambulante.

En esa época yo trabajaba a dos cuadras de la histórica plaza y el encuentro entre los amigos virtuales rápidamente pasó a ser entre dos personas de carne y hueso y de allí a idear planes de algún viaje de pesca a la Patagonia fue un paso natural.

cortapluma.jpg

MI cortaplumas

El primer viaje se concretó y luego vinieron otros, generalmente acompañados por amigos de la lista, algunos vivían en la Patagonia y nos enseñaron muchas cosas que nosotros en esa época desconocíamos, y no me refiero solo a temas de pesca. La Patagonia es un territorio mágico, lleno de lugares fantásticos, de leyendas de pioneros, de galeses y de mapuches. También de historia. Pero lo más fascinante es su gente, los patagónicos son especiales. Pero no quiero extenderme en esas consideraciones porque estaría abandonando el motivo principal de esta historia.

Retomando el relato, los viajes con Mario comenzaron a ser habituales, en ocasiones íbamos en su vehículo, en otras en el mío y a veces en ómnibus. Jamás, hasta el día de hoy pude convencerlo de tomar un avión.

En una de esas excursiones elegimos como destino a Piedra del Águila, un pequeño pueblo que se encuentra a mitad de camino entre la ciudad de Neuquén y la bella Bariloche. Es un lugar de renombre para la pesca de truchas y allí fuimos, nos esperaban otros integrantes de la lista, todos patagónicos.

El primer día de pesca transcurrió en inmediaciones de la represa de Pichi Picún Leufú y ya no recuerdo pero lo más probable es que no haya sido una buena jornada, lo sospecho justamente porque no tengo en mi memoria que nos haya ido bien, en tal caso seguramente lo recordaría. Bien, el asunto es que se hizo tarde y la noche llegó cuando aún estábamos en el río. El reglamento no permite pescar de noche y aunque lo permitiera es peligroso así que nos encaminamos hacia los automóviles para guardas los equipos y emprender el regreso hasta el pueblo, darnos un buen baño e ir a algún restaurante del lugar en busca de una reparadora cena luego de un día agotador.

Cuando estábamos desarmando los equipos y colocándolos en el baúl del automovil, mi amigo Mario me pide prestado mi cortaplumas así que lo busco entre el sinfín de cosas que llevaba en el chaleco y se lo entrego. Mientras continuaba con la tarea alumbrado por mi linterna, escucho a Mario que grita:

-Nadie se mueva, se me cayó el cortaplumas

Inmediatamente todos dejamos lo que estábamos haciendo y alumbrados por todas las linternas comenzamos a buscar en el suelo de guijarros mi desafortunado elemento.

Nada.

Recorrimos toda la zona alrededor del vehículo y nada. Uno de los integrantes del grupo va hasta el otro vehículo con el que nos habíamos transportado hasta el lugar, lo coloca frente al otro e ilumina la zona con sus faros. Nada.

Sacamos todo lo que había dentro del baúl con la esperanza de encontrarla entre el montón de cosas que llevábamos -Dios mío, qué cantidad de cosas que llevamos los mosqueros!-. Nada.

Se hacía tarde todavía teníamos que hacer unos cuantos kilómetros de ripio más otros tantos de asfalto para llegar al pueblo, además ya se había puesto muy frío. Así que le dije:

-Mario, no te preocupes. Olvidémonos después de todo no es tan importante

No le quise mencionar que era un cortaplumas suizo que me había costado mucho dinero para no amargarlo. Después de todo, las cosas materiales son simplemente eso.

Volvimos al pueblo y todavía pasamos algunos días más disfrutando de los amigos, del entorno y quizás de la pesca, luego regresamos a Buenos Aires.

Un par de días después nos encontramos para almorzar y recordar todos los detalles del viaje. Mario apareció con un cortaplumas igual al que se había perdido. Yo no quise aceptarlo, solo había sido un accidente, pero tanto insistió que tuve que agarrarlo.

Pasó el tiempo y terminó la temporada de pesca pero un par de meses después Mario me llama por teléfono y me pregunta si podíamos encontrarnos en el bar que estaba frente a mi oficina y tenía que mostrarme algo. Intrigado bajo y cuando llego mi amigo estaba sentado en una mesa saboreando un pocillo de café, delante de él dispuesto en el centro de la mesa, el famoso cortaplumas.

-¿Cómo? ¿Dónde apareció?
-No lo vas a creer, en mi chaleco de pesca, en la parte trasera, dentro del bolsillo grande que usamos para guardar un abrigo por si llueve o refresca.
-No te puedo creer. ¿Cómo fue a parar ahí?
-Es lo que vengo preguntádome desde que lo encontré- fue su respuesta.

Han pasado varios años de ese hecho, innumerables salidas de pesca y todavía hoy sigue siendo un misterio sin solución el lugar donde apareció el cortaplumas, más aún si pensamos que tal como advirtió Mario, tenía puesto el chaleco cuando se le cayó.

De todas maneras en estos años de amistad Mario demostró ser un tanto distraído y varias anécdotas risueñas lo afirman. Algún día les contaré, por ejemplo, cuando confundió su bolso y se llevó el de una mujer.

fonte.

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