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Los chamenks.

Entre los pescadores aficionados que concurrimos cada año a la Patagonia para practicar nuestro deporte favorito, hay ritos que se repiten sin solución de continuidad. Ya he mencionado en varias oportunidades las ruedas de mates y facturas en casa de mi amiga Raine, donde los ocasionales visitantes cuentan sus historias, algunas ciertas a carta cabal y otras adornadas y amplificadas por el entusiasmo del relato y de la atención de los que escuchan.

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En el río, luego de concluida la jornada de pesca, suele ocurrir algo parecido. Alrededor del fogón que se construye en el centro del campamento para preparar la cena y calentarse un poco cuando el fresco de la noche baja desde la montaña, los pescadores se alientan y se retan a contar anécdotas e historias, por supuesto que predominan las de pesca pero a veces algún amigo se inspira y relata algo que rompe un poco con el tema recurrente de los peces y las moscas.

Generalmente las mejores historias las cuentan los guías y tiene una explicación, son lugareños, muchos criados en el campo y los cuentos y leyendas nacen en el campo, difícilmente en las ciudades donde nunca nadie tiene tiempo para esas cosas.

Una noche el guía de esa excursión comenzó a preguntar si conocíamos las nacientes de los ríos, esos que se forman en la parte alta de los cerros, comienzan con el deshielo y un conjunto de pequeños hilos de agua se van juntando por efecto de la gravedad y los contornos de las piedras para terminar formando un arroyo que con un poco de suerte y sumando el agua de varios otros terminan por convertirse en un río.

Una leyenda dice que en las nacientes de los arroyos moran unos duendes, dependiendo de quien lo cuente o a que zona pertenezca los llaman de una manera u otra, solo a modo de referencia digamos que son los "chamenks". Aunque el nombre varíe todos coinciden que estos seres pequeños y escurridizos son los guardianes del ciclo del agua y por ende de la vida. Tan arraigada está esta creencia en los hombres de campo patagónicos que muchos llevan a sus pequeños hijos y nietos a la alta montaña para tener la oportunidad de encontrarlos.

Los ancianos son los más experimentados y por lo tanto los que más han observado a los chamenks, siempre llevan a los niños y los hacen esconder detrás de alguna mata para que, en total silencio, observen atentamente la superficie del agua y la blanca espuma que se forma por el choque con las rocas. No es fácil distinguirlos, son muy pequeños y siempre van vestidos con túnicas blancas, adrede, para que se los confunda con la espuma y el entorno.

José María, nuestro guía, fue testigo presencial de estas búsquedas y su relato se hizo más interesante. Su abuelo lo llevó varias veces, nunca habían tenido suerte hasta que una primavera que recién comenzaba les trajo buenas noticias, escondido detrás de una retama cuyas flores amarillas cubrían cada rama hasta hacer pensar que ya no podrían soportar una más, vio algo que le hizo contener la respiración: danzando sobre una pequeña ola formada delante de una gran roca cuyo tope estaba coronado de una fina capa de verdes musgos, había un chamenk danzando alocadamente, sin percatarse de los ojos que lo observaban azorados.

Su abuelo también miraba y unas lágrimas de emoción y alivio corrían por sus arrugadas mejillas, nunca lo dijo pero él tampoco había visto jamás uno de esos duendes, solo sabía que existían, su padre se lo había dicho y era palabra sagrada.

Luego de unos momentos que al niño le parecieron de eterna felicidad, el duende se arrojó a las aguas, inmediatamente fue llevado río abajo por el torrente y ya no volvieron a verlo.

Según decía el abuelo, una vez que el río frena su carrera llegando a las planicies, los chamenks dejan de seguirlo y de jugar y emprenden el regreso dejándose elevar al cielo por el viento y el sol hasta convertirse en nubes para así pasar el invierno y retornar a su misión con las primeras lluvias de la primavera siguiente.

Arroyo de montaña fotografía propia

Bajando de la montaña, cansados y hambrientos pero felices, José María observó a su abuelo y le pareció verlo más joven y alegre que nunca, todo era verdad, todo.

Esa noche me fui a dormir sin dejar de pensar en lo que había escuchado, en ese momento tomé la firme decisión de llevar a mi hijo y subir caminando por la ladera de alguna montaña en busca de las nacientes de un arroyo, sabía que sería difícil encontrar un chamenk pero que mejor recuerdo para un niño que la ilusión de formar parte de una leyenda junto a su padre.

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