El ritmo de las orillas.
Nació del talento guaraní, la pasión de los jesuitas por el arte, la influencia de la inmigración europea y la fuerte inspiración del río. Antonio Tarragó Ros y Teresa Parodi son dos de los principales compositores de la actualidad, embajadores de esta música que trascendió todas las fronteras.
"Che ama mi"; "che amoa memé"; "che amapé". Con expresiones que derivan del guaraní, algunos historiadores han intentado definir los vocablos que dan origen a la palabra chamamé. Pero no hay dudas de que esta música nace de una relación del indígena con las misiones jesuitas, y de un río que sirvió de inspiración para crear un ritmo muy particular.
El periodista correntino Emilio Noya menciona que "las primeras reducciones de la Compañía de Jesús, establecidas en las zonas guaraníticas, como Corrientes hacia el año 1609, advierten sorprendidas que los aborígenes poseían música propia y, además, fabricaban instrumentos rudimentarios para acompañar sus danzas rituales". Justamente, fue la música un "vehículo de evangelización que aceptó nuestro pueblo guaraní, el ancestral propietario de estas tierras americanas arrasadas por la conquista española. Ésa fue una de las formas con que el jesuita logró conquistar el alma del guaraní ya que ellos tenían la creencia de que la única forma de llegar a Dios era a través del baile; bailaban para comunicarse con la divinidad porque consideraban que la danza alivianaba sus cuerpos, y entonces podían volar como pájaros y llegar a su dios Tupá", señala Fabiana Rodas, directora del correntino Ballet Municipal de Monte Caseros.
La conformación musical del chamamé, más como la que se conoce en estos tiempos, se ubica hacia 1870, cuando el acordeón de dos hileras de cantos y ocho bajos -conocido como verdulera- llegó a Corrientes de la mano de los inmigrantes europeos.
Tipos de chamamé.
Existen varios tipos de chamamé. Está el llamado "chamamé maceta", de pulso y cadencias más vivas. Es un ritmo en el que se lucen los bailarines, en una suerte de relación de zapateos que incluye el grito característico, el llamado "sapucay".
En el "chamamé orillero", en tanto, se notan influencias del tango. Allí el hombre con la mujer se entrelazan con elegancia en un hermoso baile. Puede nombrarse, además, al "chamamé ganci" o "chamamé triste", que se destaca por sus tonadas sentimentales, también llamado "chamamé canción". Se baila en parejas en forma suave.
El chamamé alcanzó popularidad a partir de músicos como Tránsito Cocomarola, autor de Kilómetro 11; Isaco Abitbol, que creó piezas emblemáticas como La Calandria, y cuyas interpretaciones en bandoneón fueron elogiadas por Aníbal Troilo; y Antonio Tarragó Ros (padre), que inauguró el chamamé maceta.
Luego llegaría el reconocimiento definitivo en todo el país con Ramona Galarza y el movimiento denominado Canción Nueva Correntina. Esta generación incluyó a artistas como Pocho Roch, Marily González Segovia, Juan Genaro González Bedoya, Mario Bofill y Raúl Barboza, entre otros. En este movimiento se destacan dos músicos que lograron conquistar al difícil público de la ciudad de Buenos Aires: Antonio Tarragó Ros y Teresa Parodi.
Tarragó Ros y Parodi fueron grandes responsables de una revolución en las letras y la armonía e instrumentación del chamamé. Resistidos en sus comienzos, como todos los artistas innovadores, lograron finalmente implantar su huella en la música popular argentina.
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