Nos despertamos y el mundo nos sorprende enredado en la posibilidad de algo peor. También en el plano teórico los ideólogos del capitalismo neoliberal insisten en la falacia que en el capitalismo moderno se está transformando en “capitalismo popular”, que considera por encima de todo al hombre con sus necesidades y avanza hacia una sociedad de “bienestar general” y de “alto consumo”. Una visión del mundo triunfalista que se desploma como un castillo de naipes incluso para aquellos fundadores del concepto.
Por eso iniciar este articulo desde el tema de la actualidad de la crisis del capitalismo en su fase imperial se fundamenta en un hecho nada despreciable: tras la puesta en marcha en América Latina – salvo excepciones – del impulso de políticas económicas neoliberales que rebasaban muchas veces esa condición, instalándose como verdaderos ejercicios del poder absoluto de gobernación, en un plazo muy corto. América Latina atraviesa una desaceleración económica combinada con tasas de inflación relativamente alta y desempleo en ascenso. El panorama a futuro luce complejo debido a factores como la subida de tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos, la desaceleración económica de China y una menor confianza financiera en la región.
Sin lugar a dudas estamos viviendo en una época de profundo cambio histórico, después de un periodo de crecimiento económico, el sistema capitalista está llegando a sus límites. En lugar de crecimiento nos enfrentamos al estancamiento económico, la recesión y una grave crisis de las fuerzas productivas. La crisis del capitalismo se manifiesta en todo los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, el consumo y el tráfico de drogas, la violencia, el egoísmo y la indiferencia hacia los sufrimientos de los demás, el colapso de la familia burguesa, la crisis de la moralidad, la cultura y la irracionalidad. ¿Cómo podría ser de otra manera?
De ahí que haya muchos gobiernos que pretendan ocultar los escenarios por donde transcurren las relaciones sociales de clase y explotación y así pretender que la trama transcurra sin contradicciones. Pero en todo este proceso de agotamiento de la estrategia neoliberal, trae consigo otro elemento conceptual altamente peligroso: la guerra. El mundo vive una gravísima situación que va mucho más allá del marco teórico. Las crecientes injusticias sociales aunadas a las guerras que proliferan y que hunden naciones enteras en una atmosfera de confusión, desolación e incredulidad.
En efecto el clima de violencia generado en los últimos tiempos va en aumento. El tráfico ligado a los diferentes tipos de droga nos ha sumido en una guerra sin precedentes en muchos países de la región, en algunos de ellos con una violencia e implicancia hasta ahora desconocida. (Caso Uruguay)
Ante la actual coyuntura parece pertinente tomar alguna distancia para reflexionar sobre el aquí y el ahora. Para ello comenzaremos jalando el hilo que propicia en América Latina la urgencia de explicar la originalidad de la región. Quizás allí encontremos razones de su continuo caminar por derroteros en donde la tragedia se muestra como un rasgo permanente, pero también donde otra historia es posible, en pos de una vida digna, que emerge de manera recurrente como una utopía posible.
En contra de la idea de que América Latina requiere de más desarrollo del capitalismo, bajo el supuesto que ello le permitiría acercarse a las formas del capitalismo del mundo central, además de aproximarla a las posibilidades de un bienestar infinito, de ahí que se señala la falacia, que el capitalismo en América Latina sólo puede caminar propiciando “el desarrollo sustentable” en el marco de las leyes naturales de la oferta y la demanda. En realidad la intensificación del capitalismo en la región tiende no a acercarla sino, por el contrario, las luchas que cada día se agudizan por los mercados y por los escasos recursos hacen improbable integrarse a los pretendidos modelos del mundo desarrollado y a acentuar las contradicciones del capital.
No obstante los procesos de la región no son expresión o resultado de un insuficiente desarrollo capitalista. Por el contrario, lo que tenemos aquí es un “exceso” en dicho desarrollo, en tanto espacio particular de condensación de contradicciones del sistema, las que operan en la lógica del modo de ser del capitalismo local. De allí la original forma dependiente y su derivación política: formamos parte del sistema que establece el capital en una región en donde el conflicto social en general y su potencialidad de ruptura es mayor.
Llegamos de esta forma al término político en América Latina de la llamada transición democrática, marcada tanto por los proyectos de gobiernos de izquierda como de la derecha liberal. En estas coordenadas, se agota el espacio para fuerzas y gobiernos que se reclaman de izquierda y que administran las políticas del gran capital. La disputa por la democracia dejó de ser un asunto teórico y se ha trasladado de lleno al terreno político-social, expresándose en proyectos políticos que tenderán a crecientes distanciamientos. La polarización política termina así tomando forma en el espacio propiamente institucional. La lucha por la unidad latinoamericana debe ir unida a la identificación clara de los problemas teóricos- prácticos que es preciso resolver. La democracia se hace imposible e incompatible con ningún sistema de explotación y por más que lo quieran pintar diferente el capitalismo es uno.
Presidentes progresistas.
Los presidentes “progresistas”, que hablan por izquierda con una orientación de perspectiva hacia la superación de la sociedad capitalista o como se dice en muchos de sus programas hacia “una estructura social, en la cual los intereses del capital son subordinados a los intereses de la humanidad “ en la cual la predominancia del lucro esta refrenada es decir un capitalismo con” rostro humano” De esta manera, la izquierda, se ha convertido en la “cara alternativa” de dominio del Imperio en América Latina, pero ejecutan los programas económicos y la estrategia regional del Consenso de Washington . Así nació el distintivo axiomático que guía a los gobiernos “progresistas” en la región: hacer discursos con la izquierda y gobernar (con y) para los intereses de la derecha.
Tiempos de malestar e indiferencia, pero aun no formulados de manera que permitan el trabajo de la razón. En lugar de inquietudes definidas en términos de valores y amenazas hay un malestar vago, una inquietud, un desalentado sentimiento que nada marcha bien.
Esta izquierda con años de carrera electoralista lleva la marca de la sofistería política (usada para que los trabajadores abandonen la revolución). Sus discursos pastorales y demagógicos (“socialismo democrático”, “poder alternativo”, “poder popular desde las bases”, “distribución justa de las riquezas”, “refundar la sociedad”, etc.), le sirve de taparrabo de su conducta mercenaria y de colaboración con la burguesía y el imperialismo. De falsificadores de la doctrina científica del socialismo han devenido en vulgares repetidores de ideas y tesis políticas de la burguesía más reaccionaria. Esta izquierda hace años que ha desertado del campo de los oprimidos y todo su accionar político se aplica en función de engañar incrédulamente a sus pueblos. Basta mirar la experiencia de la lucha social actual en cualquier país latinoamericano, para comprender que la diferencia programática y estratégica que alguna vez existió entre los partidos burgueses y aquellos que se llaman de izquierda ha desaparecido completamente. Sus diferencias, son de forma, pero no de fondo y de contenido. Sus coincidencias son de tipo estratégico, que en lo fundamental se refiere a sostener los viejos Estados opresores hundidos en una aguda crisis y creciente descomposición.
En la etapa actual, los grupos de poder latinoamericanos y los regímenes que los representan en el poder, no podrían seguir controlando el Estado y la sociedad, sin la colaboración de las fuerzas políticas que se denominan de izquierda. Diez años de gobierno de izquierda con las tasas de crecimiento más espectaculares del último medio siglo no alcanzan como solución a los problemas políticos y económicos en la región. Claro algunos pretenden esbozar algunos avances que permitieron en estos diez años revertir la tendencia del capitalismo a las desigualdades; hoy hay quienes piensan incluso que nuestros países la situación es mucho menos desigual, y que se empieza a sentar las bases de un camino propio, sin modelos, contrario y a la izquierda del capitalismo. No obstante aalgunos estudios recientes desmienten los discursos progresistas sobre la caída de la desigualdad, en particular en Uruguay y Brasil. Si bien la pobreza tuvo una importante reducción respecto al pico de la crisis, la desigualdad muestra más continuidades que cambios. Los trabajos de economistas del Instituto de Economía de Uruguay y del Instituto de Investigación Económica Aplicada de Brasil sobre el uno por ciento con mayores ingresos, llegan a las mismas conclusiones: la desigualdad se mantiene y tiende a aumentar de forma leve, antes de la crisis actual.
Hace doscientos años, Bolívar, en carta a O’ Higgins, decía “Pero el gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas; mas todavía nos falta poner el fundamento del pacto social que debe formar en este mundo una nación de Republicas” Ora nostalgia, ora utopía, ora mito, ora convicción, la Patria Grande ha tenido una conmovedora tenacidad. Nadie ha podido borrarla de nuestra América. Ha sido y es nuestro perdido bien y nuestra tierra prometida. Claro que la realidad tiene sus exigencias. Ahora no se habla de unidad latinoamericana o de patria grande. Ahora se habla de integración. “El pacto social – a que aludía Bolívar– que debe formar en este mundo una nación de Republicas” ha sido sustituido por tratados que hablan de aranceles. La hegemonía estadounidense en la globalización neoliberal es el enemigo principal, la historia así lo determina.
Por eso iniciar este articulo desde el tema de la actualidad de la crisis del capitalismo en su fase imperial se fundamenta en un hecho nada despreciable: tras la puesta en marcha en América Latina – salvo excepciones – del impulso de políticas económicas neoliberales que rebasaban muchas veces esa condición, instalándose como verdaderos ejercicios del poder absoluto de gobernación, en un plazo muy corto. América Latina atraviesa una desaceleración económica combinada con tasas de inflación relativamente alta y desempleo en ascenso. El panorama a futuro luce complejo debido a factores como la subida de tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos, la desaceleración económica de China y una menor confianza financiera en la región.
Sin lugar a dudas estamos viviendo en una época de profundo cambio histórico, después de un periodo de crecimiento económico, el sistema capitalista está llegando a sus límites. En lugar de crecimiento nos enfrentamos al estancamiento económico, la recesión y una grave crisis de las fuerzas productivas. La crisis del capitalismo se manifiesta en todo los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, el consumo y el tráfico de drogas, la violencia, el egoísmo y la indiferencia hacia los sufrimientos de los demás, el colapso de la familia burguesa, la crisis de la moralidad, la cultura y la irracionalidad. ¿Cómo podría ser de otra manera?
De ahí que haya muchos gobiernos que pretendan ocultar los escenarios por donde transcurren las relaciones sociales de clase y explotación y así pretender que la trama transcurra sin contradicciones. Pero en todo este proceso de agotamiento de la estrategia neoliberal, trae consigo otro elemento conceptual altamente peligroso: la guerra. El mundo vive una gravísima situación que va mucho más allá del marco teórico. Las crecientes injusticias sociales aunadas a las guerras que proliferan y que hunden naciones enteras en una atmosfera de confusión, desolación e incredulidad.
En efecto el clima de violencia generado en los últimos tiempos va en aumento. El tráfico ligado a los diferentes tipos de droga nos ha sumido en una guerra sin precedentes en muchos países de la región, en algunos de ellos con una violencia e implicancia hasta ahora desconocida. (Caso Uruguay)
Ante la actual coyuntura parece pertinente tomar alguna distancia para reflexionar sobre el aquí y el ahora. Para ello comenzaremos jalando el hilo que propicia en América Latina la urgencia de explicar la originalidad de la región. Quizás allí encontremos razones de su continuo caminar por derroteros en donde la tragedia se muestra como un rasgo permanente, pero también donde otra historia es posible, en pos de una vida digna, que emerge de manera recurrente como una utopía posible.
En contra de la idea de que América Latina requiere de más desarrollo del capitalismo, bajo el supuesto que ello le permitiría acercarse a las formas del capitalismo del mundo central, además de aproximarla a las posibilidades de un bienestar infinito, de ahí que se señala la falacia, que el capitalismo en América Latina sólo puede caminar propiciando “el desarrollo sustentable” en el marco de las leyes naturales de la oferta y la demanda. En realidad la intensificación del capitalismo en la región tiende no a acercarla sino, por el contrario, las luchas que cada día se agudizan por los mercados y por los escasos recursos hacen improbable integrarse a los pretendidos modelos del mundo desarrollado y a acentuar las contradicciones del capital.
No obstante los procesos de la región no son expresión o resultado de un insuficiente desarrollo capitalista. Por el contrario, lo que tenemos aquí es un “exceso” en dicho desarrollo, en tanto espacio particular de condensación de contradicciones del sistema, las que operan en la lógica del modo de ser del capitalismo local. De allí la original forma dependiente y su derivación política: formamos parte del sistema que establece el capital en una región en donde el conflicto social en general y su potencialidad de ruptura es mayor.
Llegamos de esta forma al término político en América Latina de la llamada transición democrática, marcada tanto por los proyectos de gobiernos de izquierda como de la derecha liberal. En estas coordenadas, se agota el espacio para fuerzas y gobiernos que se reclaman de izquierda y que administran las políticas del gran capital. La disputa por la democracia dejó de ser un asunto teórico y se ha trasladado de lleno al terreno político-social, expresándose en proyectos políticos que tenderán a crecientes distanciamientos. La polarización política termina así tomando forma en el espacio propiamente institucional. La lucha por la unidad latinoamericana debe ir unida a la identificación clara de los problemas teóricos- prácticos que es preciso resolver. La democracia se hace imposible e incompatible con ningún sistema de explotación y por más que lo quieran pintar diferente el capitalismo es uno.
Presidentes progresistas.
Los presidentes “progresistas”, que hablan por izquierda con una orientación de perspectiva hacia la superación de la sociedad capitalista o como se dice en muchos de sus programas hacia “una estructura social, en la cual los intereses del capital son subordinados a los intereses de la humanidad “ en la cual la predominancia del lucro esta refrenada es decir un capitalismo con” rostro humano” De esta manera, la izquierda, se ha convertido en la “cara alternativa” de dominio del Imperio en América Latina, pero ejecutan los programas económicos y la estrategia regional del Consenso de Washington . Así nació el distintivo axiomático que guía a los gobiernos “progresistas” en la región: hacer discursos con la izquierda y gobernar (con y) para los intereses de la derecha.
Tiempos de malestar e indiferencia, pero aun no formulados de manera que permitan el trabajo de la razón. En lugar de inquietudes definidas en términos de valores y amenazas hay un malestar vago, una inquietud, un desalentado sentimiento que nada marcha bien.
Esta izquierda con años de carrera electoralista lleva la marca de la sofistería política (usada para que los trabajadores abandonen la revolución). Sus discursos pastorales y demagógicos (“socialismo democrático”, “poder alternativo”, “poder popular desde las bases”, “distribución justa de las riquezas”, “refundar la sociedad”, etc.), le sirve de taparrabo de su conducta mercenaria y de colaboración con la burguesía y el imperialismo. De falsificadores de la doctrina científica del socialismo han devenido en vulgares repetidores de ideas y tesis políticas de la burguesía más reaccionaria. Esta izquierda hace años que ha desertado del campo de los oprimidos y todo su accionar político se aplica en función de engañar incrédulamente a sus pueblos. Basta mirar la experiencia de la lucha social actual en cualquier país latinoamericano, para comprender que la diferencia programática y estratégica que alguna vez existió entre los partidos burgueses y aquellos que se llaman de izquierda ha desaparecido completamente. Sus diferencias, son de forma, pero no de fondo y de contenido. Sus coincidencias son de tipo estratégico, que en lo fundamental se refiere a sostener los viejos Estados opresores hundidos en una aguda crisis y creciente descomposición.
En la etapa actual, los grupos de poder latinoamericanos y los regímenes que los representan en el poder, no podrían seguir controlando el Estado y la sociedad, sin la colaboración de las fuerzas políticas que se denominan de izquierda. Diez años de gobierno de izquierda con las tasas de crecimiento más espectaculares del último medio siglo no alcanzan como solución a los problemas políticos y económicos en la región. Claro algunos pretenden esbozar algunos avances que permitieron en estos diez años revertir la tendencia del capitalismo a las desigualdades; hoy hay quienes piensan incluso que nuestros países la situación es mucho menos desigual, y que se empieza a sentar las bases de un camino propio, sin modelos, contrario y a la izquierda del capitalismo. No obstante aalgunos estudios recientes desmienten los discursos progresistas sobre la caída de la desigualdad, en particular en Uruguay y Brasil. Si bien la pobreza tuvo una importante reducción respecto al pico de la crisis, la desigualdad muestra más continuidades que cambios. Los trabajos de economistas del Instituto de Economía de Uruguay y del Instituto de Investigación Económica Aplicada de Brasil sobre el uno por ciento con mayores ingresos, llegan a las mismas conclusiones: la desigualdad se mantiene y tiende a aumentar de forma leve, antes de la crisis actual.
Hace doscientos años, Bolívar, en carta a O’ Higgins, decía “Pero el gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas; mas todavía nos falta poner el fundamento del pacto social que debe formar en este mundo una nación de Republicas” Ora nostalgia, ora utopía, ora mito, ora convicción, la Patria Grande ha tenido una conmovedora tenacidad. Nadie ha podido borrarla de nuestra América. Ha sido y es nuestro perdido bien y nuestra tierra prometida. Claro que la realidad tiene sus exigencias. Ahora no se habla de unidad latinoamericana o de patria grande. Ahora se habla de integración. “El pacto social – a que aludía Bolívar– que debe formar en este mundo una nación de Republicas” ha sido sustituido por tratados que hablan de aranceles. La hegemonía estadounidense en la globalización neoliberal es el enemigo principal, la historia así lo determina.
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