María Concepción Fernández Lacour de Piragine se ha convertido en patrimonio de la memoria correntina. Esta distinguida señora acaba de cumplir 102 años, y relata momentos y anécdotas que pintan su tierra.
"Yo no sé por qué vienen", se pregunta en un intento por entender la avalancha de entrevistas que le han hecho en los últimos tiempos. "Yo no soy una estrella", protesta suavemente, mientras nos acompaña hasta el living de la casa. Esta mujer, que fue nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Corrientes, que recorrió la provincia en berlina -un antiguo coche señorial tirado por caballos- cuando aún las carreteras eran de tierra, que viajó en avión entre impávida y sorprendida rumbo a países como Grecia, Francia, Italia y Estados Unidos, hace gala de una prodigiosa memoria. Se llama María Concepción Fernández Lacour de Piragine y acaba de cumplir 102 años.
Nacida el 14 de septiembre de 1903, María Concepción desciende de una familia tradicional correntina. Su abuelo, Juan Pujol, llegó a ser gobernador de la provincia y su padre, heredero de largas extensiones de tierra, fue un respetado hacendado que perdió parte de su fortuna por socorrer económicamente a algunos amigos que nunca le devolvieron lo prestado. De su infancia, Concepción dice guardar muy buenos recuerdos. Cuenta que en las comparsas de 1915 se jugaba con serpentinas, y con sus hermanas armaban cientos de ramitos con flores frescas que arrojaban a la gente en los corsos. Después de las 12 de la noche llegaba el turno del agua. "¿Sabe qué cosas se arrojaban?, pregunta cómplice. "Como no había globitos se tiraban huevos rellenos con agua de colonia".
En su juventud María Concepción se dedicó al deporte, y el remo era el que concentraba su atención. Supo remontar el río Paraná junto con otros jóvenes, con los que fundó la Sociedad de los Trece. Alternaba la pasión por el remo con los estudios del Profesorado en Letras, al que posteriormente le sumó el de Ciencias. Más tarde hizo un curso de cocina y otro de telar. A los 64 años decidió abandonar la docencia y se llevó consigo el orgullo de haber sido vicerrectora del Colegio Nacional de Curuzú Cuatiá, donde vivió durante casi tres décadas.
El curso de cocina le dejó como herencia una nutrida concurrencia de amigos y familiares que se dan cita de vez en cuando para regodearse con el locro que ella misma prepara. Su nieta la inició en el arte de la computación; incursiona en Internet y en el chat, y también utiliza la máquina para jugar solitarios. Al celular lo lleva siempre como a una joya preciada. Lectora infatigable, todas las mañanas se informa por medio de un diario nacional y otro local. Los sábados mira su programa favorito de televisión, dedicado a los avances tecnológicos.
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