El Abra del Acay tiene la fama de ser el paso rutero más alto de América. Aunque no lo es, sí se trata de uno de los más altos del continente y es un objetivo de primer nivel para cualquier ciclista viajero.
Se trata, por supuesto, de una de las partes más escabrosas de la ruta nacional 40 y el tráfico que la atraviesa es prácticamente nulo.
Además, el estado de la ruta es variable, aunque la generalidad es que merece la calificación de intransitable. En verano, las lluvias dificultan el paso de los vehículos cortando la ruta en varios puntos y, en invierno, el intenso frío y las nevadas hacen su paso bastante complicado.
La carretera sigue el trazado del antiguo camino incaico y preincaico, que unía la Puna y el altiplano hoy boliviano con los Valles Calchaquíes, para lo cual se deben superar las altas montañas que los separan.
La red vial prehispánica realizaba ese cruce por dos vías: pasando por Tastil y rodeando el Monte Acay (de 5900 m.) por el Este, por el Abra de Ingañán (camino que realicé un año antes, pero a pie) a 4400 metros de altura, o por el Oeste, por el mismo Abra del Acay, a 4900 metros sobre el nivel del mar.
Este último trazado sigue la actual ruta 40, la misma que recorrieron las expediciones de los conquistadores Almagro y Matienzo, hace ya largos 450 años.
A fin de preservar un ambiente natural representativo de la alta montaña y de gran belleza paisajística, fue declarado como Monumento natural provincial por ley nº 6808.
Se encuentra a una altura superior al pico más alto de Europa: el Mont Blanc de 4810,45 msnm (15 782 pies), la montaña granítica culminante de los Alpes.
Este paso de montaña une la puna con el valle Calchaquí superior haciendo de este recorrido algo único en su tipo, pasando desde las frías y áridas montañas de la cordillera, a un valle rico en aguas de deshielo que bajan de picos superiores a 5500 msnm (18 044 pies), a verdes campos de cultivos y cerros rojizos.
Llegar allí en bicicleta constituye un desafío en una multiplicidad de sentidos debido a las condiciones, a veces extremas, del clima y por la exigencia que demanda pedalear a gran altura en zonas de alta montaña. El viento, el frío y, repito, la altura son compañeros de viaje y, superarlos, potencia la satisfacción de lograr el objetivo.
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