Eligió el camino forjado por una larga tradición familiar. Un historia de pasión por el oficio y la creatividad. Secretos de un arte que permite convertir un pedazo de metal en una pieza única, que otorga gallardía y calidez .
Sobre la mesa de madera hay un manojo de hojas amarillentas, viejas, viejas del tiempo y del uso. El hombre las estudia con sus manos gruesas acostumbradas a las herramientas pesadas, pero las toca con suavidad.
Señala en ellas unos prolijos garabatos realizados hace muchos años con tinta china: son dibujos de lámparas hechos por su padre, que hoy elabora él mismo siguiendo las huellas familiares. Mantiene así una tradición que comenzó a gestarse a principios del siglo XX, en un pueblito lejano de la República Checoeslovaca. El hombre se llama Emilio Pecuch, tiene 66 años y su oficio es la herrería artística.
Hoy Pecuch está al frente de un taller que funciona en la localidad de Bernal, provincia de Buenos Aires, y muchas de sus lámparas, arañas y objetos de hierro forjado pueden apreciarse en locales Cardón de distintos puntos del país. También faroles, apliques, morillos, campanas, barandas de escaleras, entre otros artículos artesanales embellecen embajadas, hoteles, residencias y cabañas.
Al ver uno de los trabajos terminados de Pecuch, podría pensarse que todo comienza en el mismo calor de la fragua, o tal vez en una fría planchuela de hierro o hasta en un pedazo de chatarra; pero seguramente el inicio se halla en el interior de este hombre corpulento, cuyos genes están marcados a fuego por infinidad de horas de trabajo en el oficio de la herrería artística. Emilio recuerda que desde el año 1900 su abuelo Juan Pecuch ya trabajaba como herrero artístico en su taller de Tesice, un pueblito de la región de Moravia, en la República Checoeslovaca. Varias fotos del padre herrero exhibiendo sus productos, documentan la época.
El papá de Emilio, Svatopluk Pecuch, junto con sus hermanos, aprendió desde muy pequeño los secretos del forjado del hierro y sus técnicas. "Al ser más grande, mi padre empezó a concurrir a una escuela donde enseñaban las distintas técnicas y secretos de cómo se debían manejar los materiales, las herramientas, cinceles y diferentes utensilios para hacer las artesanías. También se aprendía la historia de la evolución del arte", cuenta Emilio. El estudio que emprendió el padre en su tierra natal fue largo y dificultoso: "Donde estudiaba, recién después de 8 o 9 años se recibían sólo uno o dos alumnos, a quienes un jurado competente les otorgaba un diploma que servía como comprobante y reconocimiento de su capacidad artística", rememora Emilio. El diploma de Svatopluk cuelga hoy en un lugar preponderante del living de la familia Pecuch que conforman, además de Emilio, su mujer Ana María y sus hijos Celeste y Emiliano.
Como tantos otros inmigrantes, en 1927 Svatopluk llega a la Argentina junto a su hermano Vladimir, los dos artesanos ya consumados en el trabajo del hierro forjado. Y en poco tiempo ambos se emplean en la firma José Thené, que se dedicaba a la herrería artística. Allí, el diploma recibido en el pueblo del este europeo se hizo valer: Svatopluk cobraba, gracias a su título, casi el doble que los otros empleados del mismo oficio. Apenas dos años después los hermanos se independizaron, y en 1930 formaron la firma Pecuch Hnos., que no tardó en hacerse conocida. En su esplendor llegaron a tener 30 operarios y los productos se distribuían principalmente en Mar del Plata, Córdoba, Entre Ríos, Bariloche y Mendoza, entre otros centros turísticos, también en el exterior, a países como Canadá, Chile y Bolivia. Además, durante 20 años fabricaron productos para la firma Thené. Pero la fuerte demanda traía una novedad bajo el brazo.
Herrería plagiada.
Era la década del 50 y para cumplir con los pedidos, y a falta de obreros calificados, muchos industriales comenzaron a dedicarse a elaborar piezas seriadas: más rápidas y fáciles de hacer y a menor costo. "Algunos llaman herrería a los que es en realidad hierro repujado en una prensa, piezas hechas en fundición que no tienen nada de artesanía, ni la calidez y la apreciación de un metal trabajado", se lamenta Emilio aún hoy. Pero mucha gente no conoce la diferencia de contar con una pieza única, y por ello los productos hechos a más bajo costo suelen reemplazar la demanda de los productos artesanales.
Esta parece ser una cuestión que se repite en el tiempo: según cuenta la historia, hacia fines del siglo XVIII el hierro forjado fue paulatinamente sustituido por el hierro colado, que resultaba más barato, en la elaboración de rejas, balcones, barandillas, muebles y objetos decorativos para jardines. Fue así también que la "herrería plagiada", como la llama Pecuch, terminó por desplazar en la década del 50 a la herrería artesanal. Pecuch Hnos., no obstante, siguió trabajando: embajadas, iglesias y residencias fueron sus clientes. Hoy, también Emilio padece en carne propia el efecto de la uniformidad, como podría llamarse. Para hacer un farol de hierro, por ejemplo, lo que Emilio ajusta con 70 remaches, puestos y terminados uno a uno, con cadenas marteladas y forjadas, otros lo hacen con apenas unas puntadas de soldadura eléctrica.
Lo demuestra también el propio artesano con una anécdota muy descriptiva: "Hice una reja para un cliente de Bernal que me pedía algo diferente de lo que había en plaza. Primero le llevé el dibujo y, como le gustó, le preparé una muestra de lo que sería la reja; también le gustó y la hice. Al tiempo vino otra persona que vio la reja y me pidió una igual. Consulté con mi cliente y me dijo que no había problema. Pero cuando volvía al taller encontré la misma reja en otra casa y después en otra. Resulta que las habían estandarizado. Lo que yo hacía en hierro forjado, lo estaban haciendo con máquinas".
Todo sirve
En época de la Segunda Guerra Mundial, los materiales para este tipo de artesanías no se conseguían. Svatopluk, no obstante, se las ingeniaba: "Iba a la chatarras y conseguía los flotantes de los tanques de agua que en ese entonces eran de cobre, los trabajaba con cinceles, martillos pequeños, y hacía unos veladores de cobre muy artesanales". Algunos de ellos Emilio aún los guarda como a un tesoro.
Mientras el padre se empeñaba en el oficio, los chicos estaban creciendo. Miguel de 12 y Emilio de 8, aprovechaban la salida del colegio para correr al taller a ayudar al padre. "Hacíamos trabajos sencillos, agujereábamos piezas y doblábamos algunos fierros... así fuimos creciendo, cerca de la fragua, el yunque, los cinceles, martillos y grinfas (una herramienta en forma de F que se usa para doblar el hierro candente). Aprendíamos paso a paso todo lo relacionado con el oficio. Yo estaba apasionado, sin saber que era el inicio o la continuación de este oficio que llevamos en la sangre"· Para orgullo de Svatopluk, los dos hijos siguieron su senda y entraron a formar parte de Pecuch Hnos.
A pesar de que el padre era "tirando a barroco" y Emilio prefiere trabajar con un estilo más colonial, el recuerdo de Svatopluk está presente en cada trabajo que hace su hijo, hoy un artista del hierro.
El comienzo es el dibujo.
Así como su padre hacía pequeños dibujos de lámparas en tinta china, después iba al taller y probaba la armonía de las piezas y luego dibujaba a tamaño natural con todas sus especificaciones y medidas, Emilio también comienza con el dibujo. Usa el lápiz y la tiza y prueba de ello quedan marcados en diversos lugares del interior de su taller, donde mesas y planchas de hierro tienen la huella de sus trazos. Cuatro operarios ayudan a Pecuch en el trabajo del forjado y el armado de las piezas. Pero Emilio cuida afanosamente cada detalle antes de dar una tarea por terminada.
El taller de 10 por 15 metros parece estar siempre a una temperatura agradable, al menos en invierno, merced a la llama de la fragua que se enciende muy seguido. Con grandes pinzas, Pecuch calienta una planchuela que se convertirá en una pieza de una enorme lámpara. Una vez que el color del hierro es de un amarillo brillante el herrero lo acerca al yunque y golpea. Parece un trabajo rústico, de pura fuerza, pero es cuando en pocos golpes el artesano va logrando el rizo, la forma y el ancho buscado, cuando se nota la precisión, el oficio, la pasión. "Soy muy detallista, si la pieza no queda bien, como me la imagino, sigo trabajándola"
En el oficio hay muchos secretos, "no es sólo agarrar el martillo y golpear", aclara Pecuch y agrega: "no tiro nada, todos los recortes, despuntes, tienen utilidad", dice mientras su hija Celeste asiente con una sonrisa. Es así como tres finos hierros, de estar arrumbados en un rincón del taller, luego de ser retorcidos en caliente con suma maestría se convierten en la armónica columna de un candelabro. Lámparas de hierro con pantallas de cuero crudo, arañas de 3 kilos hasta otras de 120 kilos y dos metros de diámetro, muestran que en el arte de Pecuch tiene lugar la diversidad, donde curvas y rectas juegan un perfecto equilibro.
Sostiene el artesano que para crear una lámpara le gusta conocer el ambiente, imaginarla terminada. "Una vez colocadas, el hierro forjado otorga calidez a los espacios interiores: una lámpara, un aplique o la campana de una chimenea valen por sí solos para disfrutar del placer de estar en casa", grafica el artesano.
Los artículos de Pecuch pueden reconocerse, entre otras cosas, por las huellas que deja el martelado en algunas piezas (es el martillado de las planchuelas con martillos que tienen dibujos especiales, exclusivos). Esas huellas son las mismas que utilizó su padre, y también su abuelo. Son de familia, de una familia de artesanos que, de generación en generación, han mantenido el amor por lo que hacen.
Secretos para enseñar.
Cuenta Emilio Pecuch que su padre disfrutaba enseñando los secretos de la herrería artística a los más jóvenes. En la década del 50, según relata el artesano, llegaban al taller de Bernal, padres de jóvenes de no más de 15 años y ofrecían la mano de obra de sus hijos para que aprendieran el oficio.
"Algunos hasta ofrecían pagar por la enseñanza que mi padre les diera", recuerda Pecuch y confiesa: "Por eso creo que una de mis asignaturas pendientes es poder enseñar a los jóvenes todo lo que aprendí durante estos 60 años".
Sobre la mesa de madera hay un manojo de hojas amarillentas, viejas, viejas del tiempo y del uso. El hombre las estudia con sus manos gruesas acostumbradas a las herramientas pesadas, pero las toca con suavidad.
Señala en ellas unos prolijos garabatos realizados hace muchos años con tinta china: son dibujos de lámparas hechos por su padre, que hoy elabora él mismo siguiendo las huellas familiares. Mantiene así una tradición que comenzó a gestarse a principios del siglo XX, en un pueblito lejano de la República Checoeslovaca. El hombre se llama Emilio Pecuch, tiene 66 años y su oficio es la herrería artística.
Hoy Pecuch está al frente de un taller que funciona en la localidad de Bernal, provincia de Buenos Aires, y muchas de sus lámparas, arañas y objetos de hierro forjado pueden apreciarse en locales Cardón de distintos puntos del país. También faroles, apliques, morillos, campanas, barandas de escaleras, entre otros artículos artesanales embellecen embajadas, hoteles, residencias y cabañas.
Al ver uno de los trabajos terminados de Pecuch, podría pensarse que todo comienza en el mismo calor de la fragua, o tal vez en una fría planchuela de hierro o hasta en un pedazo de chatarra; pero seguramente el inicio se halla en el interior de este hombre corpulento, cuyos genes están marcados a fuego por infinidad de horas de trabajo en el oficio de la herrería artística. Emilio recuerda que desde el año 1900 su abuelo Juan Pecuch ya trabajaba como herrero artístico en su taller de Tesice, un pueblito de la región de Moravia, en la República Checoeslovaca. Varias fotos del padre herrero exhibiendo sus productos, documentan la época.
El papá de Emilio, Svatopluk Pecuch, junto con sus hermanos, aprendió desde muy pequeño los secretos del forjado del hierro y sus técnicas. "Al ser más grande, mi padre empezó a concurrir a una escuela donde enseñaban las distintas técnicas y secretos de cómo se debían manejar los materiales, las herramientas, cinceles y diferentes utensilios para hacer las artesanías. También se aprendía la historia de la evolución del arte", cuenta Emilio. El estudio que emprendió el padre en su tierra natal fue largo y dificultoso: "Donde estudiaba, recién después de 8 o 9 años se recibían sólo uno o dos alumnos, a quienes un jurado competente les otorgaba un diploma que servía como comprobante y reconocimiento de su capacidad artística", rememora Emilio. El diploma de Svatopluk cuelga hoy en un lugar preponderante del living de la familia Pecuch que conforman, además de Emilio, su mujer Ana María y sus hijos Celeste y Emiliano.
Como tantos otros inmigrantes, en 1927 Svatopluk llega a la Argentina junto a su hermano Vladimir, los dos artesanos ya consumados en el trabajo del hierro forjado. Y en poco tiempo ambos se emplean en la firma José Thené, que se dedicaba a la herrería artística. Allí, el diploma recibido en el pueblo del este europeo se hizo valer: Svatopluk cobraba, gracias a su título, casi el doble que los otros empleados del mismo oficio. Apenas dos años después los hermanos se independizaron, y en 1930 formaron la firma Pecuch Hnos., que no tardó en hacerse conocida. En su esplendor llegaron a tener 30 operarios y los productos se distribuían principalmente en Mar del Plata, Córdoba, Entre Ríos, Bariloche y Mendoza, entre otros centros turísticos, también en el exterior, a países como Canadá, Chile y Bolivia. Además, durante 20 años fabricaron productos para la firma Thené. Pero la fuerte demanda traía una novedad bajo el brazo.
Herrería plagiada.
Era la década del 50 y para cumplir con los pedidos, y a falta de obreros calificados, muchos industriales comenzaron a dedicarse a elaborar piezas seriadas: más rápidas y fáciles de hacer y a menor costo. "Algunos llaman herrería a los que es en realidad hierro repujado en una prensa, piezas hechas en fundición que no tienen nada de artesanía, ni la calidez y la apreciación de un metal trabajado", se lamenta Emilio aún hoy. Pero mucha gente no conoce la diferencia de contar con una pieza única, y por ello los productos hechos a más bajo costo suelen reemplazar la demanda de los productos artesanales.
Esta parece ser una cuestión que se repite en el tiempo: según cuenta la historia, hacia fines del siglo XVIII el hierro forjado fue paulatinamente sustituido por el hierro colado, que resultaba más barato, en la elaboración de rejas, balcones, barandillas, muebles y objetos decorativos para jardines. Fue así también que la "herrería plagiada", como la llama Pecuch, terminó por desplazar en la década del 50 a la herrería artesanal. Pecuch Hnos., no obstante, siguió trabajando: embajadas, iglesias y residencias fueron sus clientes. Hoy, también Emilio padece en carne propia el efecto de la uniformidad, como podría llamarse. Para hacer un farol de hierro, por ejemplo, lo que Emilio ajusta con 70 remaches, puestos y terminados uno a uno, con cadenas marteladas y forjadas, otros lo hacen con apenas unas puntadas de soldadura eléctrica.
Lo demuestra también el propio artesano con una anécdota muy descriptiva: "Hice una reja para un cliente de Bernal que me pedía algo diferente de lo que había en plaza. Primero le llevé el dibujo y, como le gustó, le preparé una muestra de lo que sería la reja; también le gustó y la hice. Al tiempo vino otra persona que vio la reja y me pidió una igual. Consulté con mi cliente y me dijo que no había problema. Pero cuando volvía al taller encontré la misma reja en otra casa y después en otra. Resulta que las habían estandarizado. Lo que yo hacía en hierro forjado, lo estaban haciendo con máquinas".
Todo sirve
En época de la Segunda Guerra Mundial, los materiales para este tipo de artesanías no se conseguían. Svatopluk, no obstante, se las ingeniaba: "Iba a la chatarras y conseguía los flotantes de los tanques de agua que en ese entonces eran de cobre, los trabajaba con cinceles, martillos pequeños, y hacía unos veladores de cobre muy artesanales". Algunos de ellos Emilio aún los guarda como a un tesoro.
Mientras el padre se empeñaba en el oficio, los chicos estaban creciendo. Miguel de 12 y Emilio de 8, aprovechaban la salida del colegio para correr al taller a ayudar al padre. "Hacíamos trabajos sencillos, agujereábamos piezas y doblábamos algunos fierros... así fuimos creciendo, cerca de la fragua, el yunque, los cinceles, martillos y grinfas (una herramienta en forma de F que se usa para doblar el hierro candente). Aprendíamos paso a paso todo lo relacionado con el oficio. Yo estaba apasionado, sin saber que era el inicio o la continuación de este oficio que llevamos en la sangre"· Para orgullo de Svatopluk, los dos hijos siguieron su senda y entraron a formar parte de Pecuch Hnos.
A pesar de que el padre era "tirando a barroco" y Emilio prefiere trabajar con un estilo más colonial, el recuerdo de Svatopluk está presente en cada trabajo que hace su hijo, hoy un artista del hierro.
El comienzo es el dibujo.
Así como su padre hacía pequeños dibujos de lámparas en tinta china, después iba al taller y probaba la armonía de las piezas y luego dibujaba a tamaño natural con todas sus especificaciones y medidas, Emilio también comienza con el dibujo. Usa el lápiz y la tiza y prueba de ello quedan marcados en diversos lugares del interior de su taller, donde mesas y planchas de hierro tienen la huella de sus trazos. Cuatro operarios ayudan a Pecuch en el trabajo del forjado y el armado de las piezas. Pero Emilio cuida afanosamente cada detalle antes de dar una tarea por terminada.
El taller de 10 por 15 metros parece estar siempre a una temperatura agradable, al menos en invierno, merced a la llama de la fragua que se enciende muy seguido. Con grandes pinzas, Pecuch calienta una planchuela que se convertirá en una pieza de una enorme lámpara. Una vez que el color del hierro es de un amarillo brillante el herrero lo acerca al yunque y golpea. Parece un trabajo rústico, de pura fuerza, pero es cuando en pocos golpes el artesano va logrando el rizo, la forma y el ancho buscado, cuando se nota la precisión, el oficio, la pasión. "Soy muy detallista, si la pieza no queda bien, como me la imagino, sigo trabajándola"
En el oficio hay muchos secretos, "no es sólo agarrar el martillo y golpear", aclara Pecuch y agrega: "no tiro nada, todos los recortes, despuntes, tienen utilidad", dice mientras su hija Celeste asiente con una sonrisa. Es así como tres finos hierros, de estar arrumbados en un rincón del taller, luego de ser retorcidos en caliente con suma maestría se convierten en la armónica columna de un candelabro. Lámparas de hierro con pantallas de cuero crudo, arañas de 3 kilos hasta otras de 120 kilos y dos metros de diámetro, muestran que en el arte de Pecuch tiene lugar la diversidad, donde curvas y rectas juegan un perfecto equilibro.
Sostiene el artesano que para crear una lámpara le gusta conocer el ambiente, imaginarla terminada. "Una vez colocadas, el hierro forjado otorga calidez a los espacios interiores: una lámpara, un aplique o la campana de una chimenea valen por sí solos para disfrutar del placer de estar en casa", grafica el artesano.
Los artículos de Pecuch pueden reconocerse, entre otras cosas, por las huellas que deja el martelado en algunas piezas (es el martillado de las planchuelas con martillos que tienen dibujos especiales, exclusivos). Esas huellas son las mismas que utilizó su padre, y también su abuelo. Son de familia, de una familia de artesanos que, de generación en generación, han mantenido el amor por lo que hacen.
Secretos para enseñar.
Cuenta Emilio Pecuch que su padre disfrutaba enseñando los secretos de la herrería artística a los más jóvenes. En la década del 50, según relata el artesano, llegaban al taller de Bernal, padres de jóvenes de no más de 15 años y ofrecían la mano de obra de sus hijos para que aprendieran el oficio.
"Algunos hasta ofrecían pagar por la enseñanza que mi padre les diera", recuerda Pecuch y confiesa: "Por eso creo que una de mis asignaturas pendientes es poder enseñar a los jóvenes todo lo que aprendí durante estos 60 años".
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