Representan un emblema de la tradición argentina. Surgidos en la época de la campaña, encarnaron el canto que expresaba la épica del gaucho. Los antecedentes históricos remontan a los juglares españoles. Desde Santos Vega hasta Gabino Ezeiza y los más jóvenes payadores de la actualidad, forjaron un estilo que fue adaptándose a los tiempos.
Cuentan que la poesía le envolvió el alma al payador, quien acompañado por su guitarra, les cantó a la aurora y a las tardes pampeanas endechas tan dulces como no se había escuchado antes. Cuentan que de boca de su adversario, de nombre Juan Sin Ropa, partió una voz que no era de este mundo, entonando un himno tan prodigioso que llevó a Santos Vega a comprender que había sido vencido. Fue un noble anciano quien afirmó que lo había derrotado el mismísimo Diablo. De la pluma del escritor Hilario Ascasubi nació el poema legendario a Santos Vega, que llevó a los payadores a convertirse en personajes emblemáticos de la tradición argentina.
En un tiempo, la payada fue el canto que expresaba la épica del gaucho a través de contrapuntos finamente elaborados por payadores, los que acompañados por su guitarra deleitaban a los parroquianos en los boliches de pueblo. La payada, creación surgida en las ciudades fue impuesta hacia el interior del país por la magia y la admiración que supo despertar en el pueblo. Nacida en octosílabos, herencia del romance tradicional español, se aplicó comúnmente en forma de cuartetas, en lo que se dio en llamar el romance criollo. Los antecedentes históricos se remontan a los juglares españoles, que animaban fiestas populares haciendo una crónica de hechos a través de las estrofas. En la antigua región de Provenza, en Italia, ya en el siglo XII existían trovadores que se dedicaban a polemizar públicamente.
Difícil es rastrear sus orígenes. Se presume que los primeros payadores de la Argentina se remontan a la época de la campaña, aunque ya en 1775 las crónicas dan cuenta de estos personajes: "Se hacen de una guitarra y cantan y se echan unos a otros sus coplas que más parecen pullas...". La payada comenzó en forma de tonadas solitarias que remitían a descripciones de paisajes; con el correr del tiempo fueron adquiriendo otras temáticas, que dieron pie a lo que sería el contrapunto.
Fue Gabino Ezeiza quien sacó a la payada del anonimato convirtiéndola en popular. Gabino era un negro nacido en el barrio de San Telmo. Cuentan que cierta vez confrontó con el payador uruguayo Juan de Nava en tierras orientales, salió airoso del trance y se ganó con ello la antipatía del público presente. Pero Gabino, quien sabía de corajes, ahí mismo, entre los abucheos de la multitud, improvisó un canto que denominó "Heroico Paysandú", lo que desdibujó el mal humor de la nutrida concurrencia, que le dedicó una ovación memorable. En conmemoración de ese 23 de julio de 1884 se instauró el Día del Payador. Este músico y poeta, que tenía una innata facilidad para la improvisación, en 1891 sostuvo una tenida con Nemesio Trejo, la cual duró tres noches consecutivas. Fue considerado el payador de la pampa por excelencia.
De respuesta ligera.
Poeta repentista que actúa individualmente en contrapunto con otro, el payador debe poseer condiciones innatas tanto para la poesía como para la respuesta ligera, intentando no ser superado por su ocasional contrincante, sin olvidar el manejo de la guitarra, su fiel compañera, para lo cual debe poseer ciertos conocimientos musicales. En la payada se entremezcla mensaje, canto y música, y prima el metro de los versos y la rima utilizada.
Las payadas solían llevarse a cabo en almacenes o canchas de pelota y contaban con un jurado, que seleccionaba los temas propuestos por el público. Tenían una duración promedio de día o día y medio, tomando en cuenta que una payada corta se extendía entre cuatro y cinco horas. Las confrontaciones se daban por concluidas cuando uno de los contrincantes reconocía su inferioridad debido a los conocimientos y a la prontitud de respuestas del adversario.
Estos trovadores del contrapunto criollo no sólo se granjeaban la bebida con su canto sino que también ganaban dinero, ya que las tenidas recibían apuestas de parte del publico y, al finalizar las mismas, se repartía lo ganado entre el vencedor y sus adeptos. Cuando el arte de payar aún no se había mercantilizado se improvisaban certámenes en los cuales los compositores solo buscaban lucirse en duelos provocados.
La payada, cuyo más laxo sentido etimológico es improvisar canto, se puede realizar por cifra con rasguidos o por milonga con acordes desplegados.
Payadores contemporáneos.
En la actualidad existe una nutrida legión de payadores, entre los que se destacan el oriental Jorge Silvio Curvello y entre los nativos, Jorge Socodatto, Víctor Di Santo y Marta Suint, a quien sin dudas se puede considerar una precursora, siendo la primera mujer contemporánea que se haya dedicado a este oficio. Suint comenzó a incursionar en el rubro a los nueve años cuando en un programa de radio debía recitar un poema. En medio del recitado olvidó el texto, por lo que tuvo que improvisarlo. Hoy en día los jóvenes payadores son más bien escasos. Sobresale entre ellos el nombre de Carlos Marchesini, nacido en la ciudad de Chivilcoy y cuya vocación le viene de la mano de su padre, un investigador del tema. Su oficio lo ha llevado a recorrer el país, traspasando incluso las fronteras, lo que le ha hecho pagar el precio de la lejanía de los afectos. "El payador -afirma este talentoso artista- es voz de los que no tienen voz. Una formidable aventura del pensamiento. Corazón que se escapa por la boca", y remata: "Revive lo que tiene que ver con nuestras tradiciones". Cuenta que cierta vez, junto a otro payador, llegó al norte de Santa Fe, a un paraje llamado Campo Bajo, en la frontera con Chaco.
Asistía a una jineteada dispuesto a compartir su canto con los lugareños. De repente, en una esquina del terreno observaron, arracimadas, a un puñado de personas. La curiosidad lo llevó a preguntar: "¿Qué hace esa gente ahí?". La respuesta lo dejó estupefacto. "Están velando a un paisano", le dijeron.
El hombre había muerto de un infarto mientras cargaba unos troncos y la familia bajo ningún pretexto iba a permitir que se suspendiera la fiesta, ya que el fallecido era miembro de la comisión organizadora. "¿Ve la nenita que esta ahí, de vestidito rosa, bailando el pericón?", le cuchicheó otra voz por lo bajo, "Es la hijita del difunto". Esta anécdota, asegura Marchesini, lo golpeó muy hondo, llevándolo a descubrir "el amor de esa gente por las cosas nuestras". Al día siguiente el finado fue subido a un carrito y llevado al cementerio. El improvisado vehículo funerario fue seguido por una caravana de paisanos de a pie y otros de a caballo, que silenciosamente despedían al amigo que había partido. "El canto del payador se encuentra en esas cosas increíbles", dice conmovido Marchesini.
Es que al fin de cuentas la vida del payador es eso: ir de pueblo en pueblo descubriendo la vida e invitando con sus versos: "Los que tengan corazón,/ los que el alma libre tengan,/ los valientes, ésos vengan/ a escuchar esta canción".
Cuentan que la poesía le envolvió el alma al payador, quien acompañado por su guitarra, les cantó a la aurora y a las tardes pampeanas endechas tan dulces como no se había escuchado antes. Cuentan que de boca de su adversario, de nombre Juan Sin Ropa, partió una voz que no era de este mundo, entonando un himno tan prodigioso que llevó a Santos Vega a comprender que había sido vencido. Fue un noble anciano quien afirmó que lo había derrotado el mismísimo Diablo. De la pluma del escritor Hilario Ascasubi nació el poema legendario a Santos Vega, que llevó a los payadores a convertirse en personajes emblemáticos de la tradición argentina.
En un tiempo, la payada fue el canto que expresaba la épica del gaucho a través de contrapuntos finamente elaborados por payadores, los que acompañados por su guitarra deleitaban a los parroquianos en los boliches de pueblo. La payada, creación surgida en las ciudades fue impuesta hacia el interior del país por la magia y la admiración que supo despertar en el pueblo. Nacida en octosílabos, herencia del romance tradicional español, se aplicó comúnmente en forma de cuartetas, en lo que se dio en llamar el romance criollo. Los antecedentes históricos se remontan a los juglares españoles, que animaban fiestas populares haciendo una crónica de hechos a través de las estrofas. En la antigua región de Provenza, en Italia, ya en el siglo XII existían trovadores que se dedicaban a polemizar públicamente.
Difícil es rastrear sus orígenes. Se presume que los primeros payadores de la Argentina se remontan a la época de la campaña, aunque ya en 1775 las crónicas dan cuenta de estos personajes: "Se hacen de una guitarra y cantan y se echan unos a otros sus coplas que más parecen pullas...". La payada comenzó en forma de tonadas solitarias que remitían a descripciones de paisajes; con el correr del tiempo fueron adquiriendo otras temáticas, que dieron pie a lo que sería el contrapunto.
Fue Gabino Ezeiza quien sacó a la payada del anonimato convirtiéndola en popular. Gabino era un negro nacido en el barrio de San Telmo. Cuentan que cierta vez confrontó con el payador uruguayo Juan de Nava en tierras orientales, salió airoso del trance y se ganó con ello la antipatía del público presente. Pero Gabino, quien sabía de corajes, ahí mismo, entre los abucheos de la multitud, improvisó un canto que denominó "Heroico Paysandú", lo que desdibujó el mal humor de la nutrida concurrencia, que le dedicó una ovación memorable. En conmemoración de ese 23 de julio de 1884 se instauró el Día del Payador. Este músico y poeta, que tenía una innata facilidad para la improvisación, en 1891 sostuvo una tenida con Nemesio Trejo, la cual duró tres noches consecutivas. Fue considerado el payador de la pampa por excelencia.
De respuesta ligera.
Poeta repentista que actúa individualmente en contrapunto con otro, el payador debe poseer condiciones innatas tanto para la poesía como para la respuesta ligera, intentando no ser superado por su ocasional contrincante, sin olvidar el manejo de la guitarra, su fiel compañera, para lo cual debe poseer ciertos conocimientos musicales. En la payada se entremezcla mensaje, canto y música, y prima el metro de los versos y la rima utilizada.
Las payadas solían llevarse a cabo en almacenes o canchas de pelota y contaban con un jurado, que seleccionaba los temas propuestos por el público. Tenían una duración promedio de día o día y medio, tomando en cuenta que una payada corta se extendía entre cuatro y cinco horas. Las confrontaciones se daban por concluidas cuando uno de los contrincantes reconocía su inferioridad debido a los conocimientos y a la prontitud de respuestas del adversario.
Estos trovadores del contrapunto criollo no sólo se granjeaban la bebida con su canto sino que también ganaban dinero, ya que las tenidas recibían apuestas de parte del publico y, al finalizar las mismas, se repartía lo ganado entre el vencedor y sus adeptos. Cuando el arte de payar aún no se había mercantilizado se improvisaban certámenes en los cuales los compositores solo buscaban lucirse en duelos provocados.
La payada, cuyo más laxo sentido etimológico es improvisar canto, se puede realizar por cifra con rasguidos o por milonga con acordes desplegados.
Payadores contemporáneos.
En la actualidad existe una nutrida legión de payadores, entre los que se destacan el oriental Jorge Silvio Curvello y entre los nativos, Jorge Socodatto, Víctor Di Santo y Marta Suint, a quien sin dudas se puede considerar una precursora, siendo la primera mujer contemporánea que se haya dedicado a este oficio. Suint comenzó a incursionar en el rubro a los nueve años cuando en un programa de radio debía recitar un poema. En medio del recitado olvidó el texto, por lo que tuvo que improvisarlo. Hoy en día los jóvenes payadores son más bien escasos. Sobresale entre ellos el nombre de Carlos Marchesini, nacido en la ciudad de Chivilcoy y cuya vocación le viene de la mano de su padre, un investigador del tema. Su oficio lo ha llevado a recorrer el país, traspasando incluso las fronteras, lo que le ha hecho pagar el precio de la lejanía de los afectos. "El payador -afirma este talentoso artista- es voz de los que no tienen voz. Una formidable aventura del pensamiento. Corazón que se escapa por la boca", y remata: "Revive lo que tiene que ver con nuestras tradiciones". Cuenta que cierta vez, junto a otro payador, llegó al norte de Santa Fe, a un paraje llamado Campo Bajo, en la frontera con Chaco.
Asistía a una jineteada dispuesto a compartir su canto con los lugareños. De repente, en una esquina del terreno observaron, arracimadas, a un puñado de personas. La curiosidad lo llevó a preguntar: "¿Qué hace esa gente ahí?". La respuesta lo dejó estupefacto. "Están velando a un paisano", le dijeron.
El hombre había muerto de un infarto mientras cargaba unos troncos y la familia bajo ningún pretexto iba a permitir que se suspendiera la fiesta, ya que el fallecido era miembro de la comisión organizadora. "¿Ve la nenita que esta ahí, de vestidito rosa, bailando el pericón?", le cuchicheó otra voz por lo bajo, "Es la hijita del difunto". Esta anécdota, asegura Marchesini, lo golpeó muy hondo, llevándolo a descubrir "el amor de esa gente por las cosas nuestras". Al día siguiente el finado fue subido a un carrito y llevado al cementerio. El improvisado vehículo funerario fue seguido por una caravana de paisanos de a pie y otros de a caballo, que silenciosamente despedían al amigo que había partido. "El canto del payador se encuentra en esas cosas increíbles", dice conmovido Marchesini.
Es que al fin de cuentas la vida del payador es eso: ir de pueblo en pueblo descubriendo la vida e invitando con sus versos: "Los que tengan corazón,/ los que el alma libre tengan,/ los valientes, ésos vengan/ a escuchar esta canción".
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