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Historia de pioneros: los franceses del Aveyron.

Los franceses del Aveyron son protagonistas de una de las epopeyas transoceánicas de fines del siglo XIX cuyo destino era la Argentina, la llanura inmensa, el futuro benefactor. Son los habitantes de Pigüé, que se preparan para celebrar sus primeros 120 años con una fiesta criolla al compás de la Marsellesa, el Himno Nacional y las guitarras de los payadores.

En el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, a 550 kilómetros de la Capital Federal, se levanta la ciudad de Pigüé. En lengua puelche, pi-hué significa lugar del encuentro, lugar donde se parlamenta. Sus 15 mil habitantes saben que su historia es parecida a todas las historias de los pueblos de la pampa argentina formados por colonos inmigrantes, pero no igual. Porque su origen no está -como en la mayoría de los casos- en las montañas italianas ni en la meseta castellana ni en las estepas del este europeo, sino en un pequeño departamento del sur de Francia llamado Aveyron.


Del Aveyron, entonces, llegaron hace 120 años, con acordeones en el equipaje, las primeras 40 familias de agricultores humildes, 162 personas asustadas pero llenas de esperanzas, que desconocían el castellano, hablaban apenas el francés y sólo se comunicaban en su idioma local, el occitano, una antigua lengua del medioevo también conocida como provenzal. Vinieron corridos por la grave crisis económica y la sequía que asolaba a su tierra, tentados por dos compatriotas aventureros, Clément Cabanettes y François Issaly, quienes ya habían dado las puntadas iniciales a su gran negocio en la Argentina: la compra de tierras ganadas a los aborígenes durante la llamada Conquista del Desierto, repartidas luego entre los militares y vendidas por éstos y por el Gobierno a quienes se comprometieran a poblar y a sembrar.

Así, el 25 de octubre de 1884, los futuros colonos de la pampa se embarcaron en el vapor Belgrano, en el puerto de Bordeaux, con los pasajes de ida en la mano y sin mirar atrás. Pocas semanas después, a las 6 de la mañana del 4 de diciembre, en un tren proveniente de Buenos Aires, llegaron a la zona de Pigüé, inmensa llanura al pie de la sierra de Cura-Malal.

Los pioneros se llamaban Girou, Issaly, Lacombe, Soulages, Savy, Crozes, y Pomiès, entre otros. Su nueva tierra consistía en una superficie de 27 mil hectáreas, que adquirieron a 40 pesos la unidad. Pero ese precio no era todo en el contrato: debieron pagarle a Cabanettes, durante los primeros seis años, la mitad de sus ganancias por la cosecha de trigo. El aventurero se comprometía a proveerles los primeros alimentos, el material agrícola necesario y los animales domésticos, así como campos sembrados y prontos para la cosecha, entre otros puntos. Cabanettes debía saldar, a su vez, la deuda con quien le había vendido las parcelas. Apenas un año después, el adelantado francés fundó la primera escuela de Pigüé. En 1886 se celebró el primer casamiento en el pueblo, entre el fundador François Issaly y Léonie Viala. Poco más tarde, se inauguró el Molino de Trigo. Luego, la sociedad mutualista La Fraternelle, la primera iglesia y la aseguradora El Progreso Agrícola, que cubría particularmente los estragos causados por el granizo y que fue pionera en su género en el país.

Oíd mortales, enfants de la patrie.

El 17 de abril de 1886 nació la primera pigüense-aveyronesa, Rosa Feuilles, séptima hija de Antoine y Julie Bertual. Se podría pensar que, un siglo atrás, los inmigrantes supieron ese día que nunca más se irían de allí porque ya tenían una nativa, así como los Buendía de Gabriel García Márquez necesitaron tener un muerto para no seguir vagando por la ciénaga colombiana.


Desde 1892 se celebra en la pampa la fecha nacional francesa del 14 de julio en la que se oyen, en perfecto castellano y francés, los himnos de los dos países. Sólo una vez la fiesta se vio empañanada, cuando un exacto 14 de julio murió Cabanettes, en el año del centenario de la Revolución de Mayo.
Pigüé, ya establecida como ciudad, creció y se derrumbó sucesivamente al ritmo de las frecuentes crisis nacionales y, con el tiempo, su gente incorporó al casillero de los malos recuerdos los agoreros textos de los diarios de Rodez que representaban a los estancieros franceses, horrorizados ante la fuga de brazos campesinos. Le Journal de l'Aveyron, alertaba, en 1883: "Argentina, tierra estéril habitada por hordas de indios caníbales, animales salvajes y monstruosas serpientes que lo devoran todo. Confín del mundo donde personajes como ese tal Clément Cabanettes quieren llevarse aveyroneses ingenuos para después venderlos como esclavos. Tierra del engaño para los europeos hambrientos de horizonte". Pero apenas cinco años después, cartas provenientes de Pigüé cruzaban el océano para tranquilizar a los parientes en Francia: "Una gran libertad, una tranquilidad; los habitantes del país son muy buenos con los extranjeros, ellos quieren a los franceses", comentaban los inmigrantes que habían llegado en una segunda ola.

Fútbol y Caballos.
Con los años, los gauchos franceses se convirtieron en grandes domadores del caballo criollo. Los mejores participan, a fines de la primavera y durante el verano, en fuertes competencias en distintos lugares de América del Sur como Brasil, Uruguay o Chile. Algunos de ellos se llaman Issaly, Vigoroux, Litre, y son bisnietos de aquellos colonos del siglo XIX. Los apellidos franceses se mezclaron con los de nuevos inmigrantes españoles e italianos, los pigüenses se agruparon de a once y formaron sus equipos de fútbol. El primero fue el Foot Ball Club Pigüé, fundado el 2 de agosto de 1912, hoy fusionado con el Arsenal. Sólo un mes más tarde nació el Foot Ball Club Sarmiento, en el que los nombres de la primera comisión directiva son de origen francés, español e italiano. Los cánticos de cancha, irreproducibles, son casi idénticos a toda la poesía futbolera nacional, sin una sombra de la célebre elegancia gala.


En diciembre se festejarán los primeros 120 años de aquella patriada y en Pigüé, el lugar del encuentro, vibrará una vez más la sangre francesa, la italiana, la uruguaya, la vasca, la catalana, la bendita sangre de todos en una celebración en la que se oirán cuentos camperos en castellano, se entonará con nostalgia alguna canción occitana traída en aquel barco y, de nuevo, sobrevolará la pampa aquel discurso que dio Cabanettes al cumplirse el primer cuarto de siglo del pueblo: "Permanezcan agrupados, fuertemente unidos por el interés general; sean pacíficos servidores de la ley, usen vuestros derechos, cumplan con vuestro deber".

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