Con un sendero signado por la música, Barragán es además un apasionado investigador histórico y docente. Este hombre de 43 años rescata la profundidad de los instrumentos de viento de origen inmemorial que son símbolo de la música y la poética del noroeste argentino.
Luthier, músico andino, investigador histórico y también docente, en cierto modo sorprenden los títulos que definen a Fernando Barragán, pues los ha alcanzado cuando sólo tiene 43 años y luce aspecto de muchacho bastante más joven. Con un rostro moreno y sonriente, en fotografías que lo muestran tocando el siku y la quena asoma una mirada luminosa como las de esos príncipes indígenas adorados por su pueblo. Algo natural, si se tiene en cuenta que su padre Luis, ejecutante de piano y acordeón, es de origen aymara, y su madre Leo, dedicada a la danza, lleva sangre quichua. Fernando integra una tercera generación de músicos. "O quinta, pero eso lo podré decir cuando confirme la documentación que estoy revisando" -advierte con modestia.
Esa condición de artistas musicales de sus progenitores, ambos bolivianos, hizo que Fernando naciera en medio de una gira, en Buenos Aires, precisamente en el barrio de la Chacarita donde recibe a Cosas Nuestras en lo que él mismo llama la casa del portón verde. Allí ha emplazado su taller de luthier. Curiosamente (o no), esta casa donde el sonido reina sin pausas, carece de timbre y el visitante debe golpear la puerta. ¿Será la percusión que secunda al bello canto del siku?
La tradición.
Tal como lo establecen las tradiciones de sus mayores, a los 8 años sus primos le entregaron un siku, especie de bautismo musical que lo marcaría para siempre. A los 11 actuaba como profesional. Respecto de sus maestros, subraya que no los hubo puntualmente. "Fui fiel al sistema andino: ensayo, error y más ensayos en busca de superar dificultades" -cuenta Fernando-. Denominado antiguamente flauta de pan, hay rastros inmemoriales de la existencia del siku, al que se ubica en Malasia, Australia y en la región andina sudamericana (los indígenas llaman a la cordillera El Sagrado de los Andes).
En Bolivia se lo registra en 1150 antes de Cristo, en las ruinas de Tiahuanaku. Se trata del siku lítico, que significa de piedra. De manera que ya se lo tocaba entre los habitantes originarios de estas tierras, sobrevivió a la colonización española, mantuvo su sólida vigencia cuando se instauraron las repúblicas de esta parte del continente y no sólo la conservó, sino que la acrecentó, en tiempos modernos.
El siku -que significa labio al soplar-, consta de dos componentes que Fernando describe con amor de intérprete, pero sobre todo de luthier.
Vale detenerse en los días del dominio español. Inspirados en los principios de la Inquisición, sus capitanes ordenaron que se eliminara todo tipo de íconos e instrumentos criollos que consideraban paganos y aun subversivos. Pero el siku resistió tamaña persecución.
Asociando el siku -símbolo de la música y la poética del noroeste argentino, como desprendimiento de su cuna- con Buenos Aires, señala Barragán que a partir de la década del 50 del siglo pasado, fue llevado por los zafreros y otros trabajadores rurales que empezaron a radicarse en la Capital y sus suburbios. Acompañó luego el apogeo del folklore nacional, soportó un período de sombras, resurgió en los 80 y 90, y explotó al evocarse los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón. Entre los grandes solistas de siku, Fernando destaca al Indio Tarquino, Anastasio Quiroga y Uña Ramos.
De cuerpo y espíritu.
El siku -que significa labio al soplar-, consta de dos componentes que Fernando describe con amor de intérprete, pero sobre todo de luthier. "El que pregunta -porque aquí la comunicación es plena y espaciada y ambas partes se escuchan, no como entre los hombres-, es el ira. El que responde se llama arca. Yo investigo lo étnico más puro y lo cromático. Así descubrí el siku cromático de doble hilera de cañas, que corresponden a las teclas del piano. Los clásicos critican, pero provengo de los auténticos originarios y esta búsqueda evolutiva instrumental es una de mis metas", explica Fernando.
En 1982 viajó a Alemania como miembro de un conjunto de música andina. Pero se anularon varios recitales y debió permanecer en ese país para reunir dinero y devolver lo que había pedido prestado para el pasaje. Se enroló en el movimiento de arte callejero popular -del que se ven exponentes en París, Londres, Barcelona y tantas ciudades europeas-, y tocó durante 4 años en veredas, subtes y también salas de concierto. Una experiencia realmente fecunda en lo artístico y lo humano. Regresó con intención de reeditar El Camino del Inca, pero llegó a su vida Rosario y con ella tienen dos hijos: Mallku, de 16 años, y Rumi, de 11.
Actualmente Fernando integra cinco grupos: Huancara, con elementos de jazz y fusión; Antara, que se presenta cada noche en El Viejo Almacén; Los wilka, convertido en una escuela ambulante; Markasata y la banda de sikuris de IMPA. "Para llevar adelante mis sueños y mi vida necesito que convivan las diversas facetas de mi personalidad. Pero en un futuro no sé si muy cercano pienso volcarme de lleno a mi tarea de luthier, que me apasiona, y a la docencia. Tocar para el público es un placer, pero cansa mucho soplar tanto. Ayer hice seis actuaciones, entre clases y shows. Llego a casa a la 1 de la mañana, agotado. En mi carácter de luthier, me alegra que hayan crecido varios de mis discípulos: Raúl Bustamante, Pablo Álvarez y Luciano Borrillo. Y soy presidente de la Asociación Internacional de Música Andina. Pero el siku es parte esencial de mí. Hablo de cuerpo y espíritu. Es mi vida" -reconoce orgulloso Fernando, mientras acaricia y acuna un siku que fue de su bisabuelo, construido hace 150 años.
Edgardo Freijo
Fotos: José Luis Raota
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