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Epecuén, el pueblo que emergió de las aguas.

Luego de una inundación devastadora, se terminó la vida en el lugar ya que los habitantes debieron abandonar sus hogares y pertenencias; sólo quedan ruinas en la superficie de lo que fue un importante centro turístico.

El camino entre los árboles conduce a la entrada principal del Gran Hotel Parque. Las plantas se ven resecas y blancas. Hay que caminar con cuidado porque el piso está agrietado, con raíces, ladrillos, paredes caídas y descascaradas. El edificio de dos plantas sigue en pie, pero está en ruinas. Enfrente la estructura del hotel Monterreal tambalea. Se ve el daño que le provocó el salitre mientras estuvo sumergida bajo diez metros de agua. Las dos moles de cemento están en la esquina de Mitre y la avenida 25 de Mayo.

Epecuén Ville (c. 1930)

Allí descansan, resisten al paso de los años. A los cuatros costados se ve la misma postal: casas derrumbadas, hierros corroídos y desolación. Hacia el sur, a simple vista, sólo barro mezclado con escombros y luego agua y más agua. Se alcanza a divisar la torre del complejo de piletas que el gobierno municipal construyó como parte de un proyecto para atraer a la juventud en la década del 70. Era la época dorada del centro turístico termal Mar de Epecuén antes de que una inundación terminara con los sueños de los 1500 pobladores que la habitaban.

La madrugada del 10 de noviembre de 1985 una sudestada precipitó el desenlace y la fuerza del agua perforó un terraplén que protegía al pueblo de un lago que estaba colapsado por los 1500 milímetros de lluvia caídos ese año.

epecuen El Castillo de la Hungara

A partir de esa noche la imagen del pueblo se modificó. El nivel de agua creció un centímetro por hora y dos semanas después ya había dos metros de agua. Los pobladores, resignados, tuvieron que abandonar casas, hoteles y comercios en pocos días, sin más remedio. La mayoría de los lugareños se afincaron en Carhué, una localidad de diez mil habitantes que se encuentra a 12 kilómetros de la villa y a 570 kilómetros al sudoeste de Capital Federal. Hasta allí, en camiones y tractores, se realizó la mudanza de todo un pueblo devastado.

Epecuén se había desarrollado como destino turístico desde su fundación, el 23 de enero de 1921. Fue el refugio de miles de abuelos que buscaban alivio en la salina para los problemas en los huesos, las articulaciones y la piel. También el de cientos de judíos que la eligieron y adoptaron como lugar de veraneo por las similitudes de las propiedades del agua con las del Mar Muerto. Hasta el día de la inundación llegó a contar con una capacidad hotelera de 5000 camas distribuidas en 220 establecimientos entre hoteles, pensiones y residencias. La industria del turismo también convivió con la de la explotación de la sal que se usaba en el rubro farmacéutico y la fabricación del vidrio.

El comienzo del fin. En 1975, el gobierno provincial construyó el canal Ameghino, una obra de ingeniería que conectaba varias cuencas y regulaba el caudal de agua en todas las lagunas de la región. Con este sistema ninguna se secaría y no había riesgo de inundación. Pero no se controló más a partir del golpe de Estado de 1976. "Se abrió la canilla, pero no se la cerró más", graficó Rubén Besagonil, un ex poblador de Epecuén. Lo que intentó ser la solución de un problema terminó condenando a la villa.

Desde 1980 la laguna creció entre 50 y 60 centímetros por año y amenazaba con rebasar el terraplén construido para proteger al pueblo. Nadie pensaba en lo peor, pero la tragedia ocurrió y, cuando la protección se quebró, no hubo vuelta atrás.

¿Qué pasó con todos los pobladores? A pesar que se resignaban a irse del pueblo tuvieron que rehacer su vida como pudieron, de cualquier modo. La mayoría le inició juicio al gobierno provincial. Algunos cobraron el 50 por ciento del valor de la propiedad y los que pudieron esperar recibieron lo que les correspondía, pero 15 años después. "Nos quedamos sin plata, sin casa y sin trabajo. Fue muy difícil. Se siente tristeza e impotencia porque se podría haber evitado.", lamentó Ricardo Zappia, otro ex habitante, sentado sobre los escombros de lo que fue su hotel.

En los últimos cincos años el agua bajó varios metros y hoy quedan pocas cuadras inundadas. El pueblo está resurgiendo de una inundación y se espera que el próximo verano todas las ruinas estén en la superficie. Ofrecerá un atractivo diferente: sólo se verá el recuerdo de lo que fue el epicentro turístico de la región.

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