En el post anterior hablamos de la historia de un perro de la raza pastor alemán (en realidad fueron varios) que protagonizó una serie en los finales de la década de 1950 y que tuvo enorme éxito.
Ahora les voy a contar una historia sobre un can criollo que si bien no fue un actor de series y películas, tuvo los méritos suficientes como para haberlo sido.
En 1880 un perro llamado Sargento formaba parte de la delegación del ejército destacada en el Fuerte General Paz. Este can, a diferencia del norteamericano, no era miembro de ninguna raza canina, era uno de los que comúnmente denominamos callejeros.
Sargento era el encargado de custodiar la casa donde vivía el jefe del cuartel y sin importarle demasiado de quien se trataba, su vigilancia era estricta. Parece ser que su misión demandó la custodia de varios jefes que pasaron por ahí y siempre tuvo el celo y el ahínco suficiente como para que esa custodia no tuviera el menor reproche.
Los cuentos de aquella época mencionaban que por las noches nadie podía acercarse a menos de 10 metros de la vivienda del comandante, a riesgo de sufrir mordeduras y desgarros en la ropa y hasta en algún miembro del cuerpo. También se decía que Sargento colaboraba de gran manera en la cacería cuando la comida escaseaba y no llegaban los vivires a tiempo.
Otra característica sobresaliente del perro del fuerte era su conocimiento de los horarios y los toques de clarinetes, por ejemplo cada día a las 19:00 se anunciaba el momento de meditación y rezo, todos los soldados se quitaban el birrete y se concentraban en rezar, Sargento se sentaba sobre sus ancas y bajaba la cabeza que no volvía a levantar hasta que terminaban, también entendía cuando el clarín anunciaba ataque o carga, salía corriendo y con sus ladridos alertaba a todos que era momento de acción.
En combate contra los indios que asolaban la región en aquellos tiempos, Sargento se destacaba por morder las patas de los caballos hasta hacer caer al jinete para que los soldados los atraparan, en algunos casos, cuando no había ningún soldado cerca, el propio perro atacaba al indio para evitar que huyera.
En uno de esos habituales entreveros, Sargento fue gravemente herido y un cabo de nombre Ángel Ledesma lo llevó hasta el cuartel y junto a su madre que también estaba destacada en el fuerte como sargento, lo curaron y cuidaron hasta su restablecimiento.
El perro y su salvador se hicieron amigos, tanto que cuando estaban libres paseaban y jugaban pero cuando por las noches el cabo se acercaba hasta la casa del comandante, el perro no lo dejaba acercar, él se separaba unos metros de la casa para saludarlo. Una cosa era la amistad y otra el deber.
En un ataque perpetrado por los indios, el cabo Ledesma cayó herido de muerte, a partir de ese día Sargento no se dejó ver más por el fuerte salvo en su guardia nocturna en la casa del comandante, los soldados intrigados por la ausencia del can una mañana lo siguieron y comprobaron que iba hasta el cementerio, más precisamente hasta la tumba del cabo Ledesma y se quedaba todo el día ahí, custodiando el descanso eterno de su salvador.
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