Este mensaje ha sido forzadamente recordado de manera regular, episodio tras episodio, hasta hoy.
Mencionaré un par de ejemplos. Guatemala tuvo un breve interludio de democracia, truncado por un golpe de estado de EE UU.
Al ciudadano esto se le presentó como una defensa contra los rusos. Algo exótico, pero fue así. Internamente la estocada fue diferente y la amenaza fue vista de modo más real. He aquí el modo en que lo vieron: "Los programas económicos y sociales del gobierno electo se acordaban de las aspiraciones" de los trabajadores y los campesinos, e "inspiraban lealtad y defendían los intereses de la mayor parte de los guatemaltecos más conscientes". Todavía peor, el gobierno de Guatemala se había vuelto "una amenaza creciente para la estabilidad de Honduras y El Salvador.
Su reforma agraria era una poderosa arma de propaganda; sus amplios programas sociales de ayuda a los trabajadores y campesinos, en una lucha victoriosa contra las clases altas y las grandes empresas extranjeras, tenían gran predicamento entre la población de los vecinos centroamericanos donde se daban condiciones similares".
Así que la solución militar fue necesaria. Duró 40 años y ha dejado la misma cultura de terror que en sus vecinos centroamericanos.
Lo mismo aconteció en Cuba, otro caso de actualidad. Cuando EE UU tomó secretamente la decisión de deponer el gobierno de Cuba en 1960, el razonamiento fue muy similar.
Esto lo explica el historiador Arthur Schiesinger, quien resumió para el presidente Kennedy el estudio de una misión a América Latina en un informe secreto. La amenaza cubana, según la misión, consistía en "la difusión de la idea de Castro de solucionar uno mismo sus propios asuntos".
Esto era una enfermedad que podía infectar el resto de América Latina, explicó Schiesinger, donde
"los pobres y los excluidos", es decir, casi todo el mundo, "estimulados por el ejemplo de la revolución cubana, están exigiendo oportunidades para una vida decente". Así que había que hacer alguna cosa, y ya se sabe lo que se hizo. ¿Qué tal la "conexión soviética"? Se mencionaba así en el informe: "Mientras tamo, la Unión Soviética se deja querer, concediendo grandes préstamos para el desarrollo, y presentándose a sí misma como el modelo a seguir para alcanzar la modernización en una sola generación".
Bueno, pues esa era la amenaza. La amenaza de tomar sus vidas bajo su control, y debe ser destruida mediante terrorismo y estrangulación económica, tal como hoy día continúa.
Todo ello es totalmente independiente de la guerra fría. Seguramente hoy se da por obvio, sin ni siquiera documentos secretos. Las mismas preocupaciones de la posguerra fría llevaron al rápido desmantelamiento del breve experimento democrático en Haití por parte de los presidentes Bush y Clinton, como continuación de antiguas intervenciones.
Las mismas preocupaciones subyacen en el fondo de los acuerdos comerciales, como el TLC3 por ejemplo. Vale la pena recordar que en esas fechas la propaganda decía que iba ser una maravillosa bendición para la clase trabajadora de los tres países (Canadá, EE UU, y México). Estas ideas fueron discretamente abandonadas poco después, cuando se vio lo que había. Lo que era obvio desde el principio fue finalmente aceptado. El objetivo consistía en "encerrar a México en las reformas" de los años 80, las cuales redujeron drásticamente los salarios, y enriquecieron a un pequeño sector de inversores extranjeros. Las preocupaciones de fondo se articularon en una conferencia en Washington sobre estrategias de desarrollo en América Latina, en 1990.
Se advirtió que "una democracia abierta pondría a prueba la apuesta de entronizar un gobierno más interesado en retar a EE UU en aspectos económicos y nacionalistas". Señalemos que es la misma amenaza de 1945, desde entonces superada encerrando a México en obligaciones derivadas de tratados. Estas mismas razones subyacen detrás de medio siglo de tortura y terror, no sólo en el hemisferio occidental. Se encuentran también en el núcleo de los acuerdos sobre derechos de los inversores que están siendo impuestos bajo esta forma especifica de globalización que está diseñada por el nexo de poder estado-empresas.
Pero volvamos al punto de partida: la contestada cuestión de la libertad y los derechos, y consecuentemente la soberanía que de ello se deriva. ¿Es inherente a las personas de carne y hueso, o sólo a aquellas ricas y privilegiadas? ¿O incluso a construcciones abstractas como las empresas, o el capital, o los estados? En el siglo pasado la idea de que tales entidades tienen derechos especiales sobre las personas fue defendida contundentemente.
Los ejemplos más prominentes son el bolchevismo, el fascismo y la idea de empresa privada, que constituye una forma de tiranía privatizada. Dos de estos sistemas se colapsaron. El tercero está vivo y progresando bajo el manto de TINA, "no hay alternativa" al emergente sistema de mercantilismo empresarial de estado disfrazado de eufemismos como globalización o librecambio.
Mencionaré un par de ejemplos. Guatemala tuvo un breve interludio de democracia, truncado por un golpe de estado de EE UU.
Al ciudadano esto se le presentó como una defensa contra los rusos. Algo exótico, pero fue así. Internamente la estocada fue diferente y la amenaza fue vista de modo más real. He aquí el modo en que lo vieron: "Los programas económicos y sociales del gobierno electo se acordaban de las aspiraciones" de los trabajadores y los campesinos, e "inspiraban lealtad y defendían los intereses de la mayor parte de los guatemaltecos más conscientes". Todavía peor, el gobierno de Guatemala se había vuelto "una amenaza creciente para la estabilidad de Honduras y El Salvador.
Su reforma agraria era una poderosa arma de propaganda; sus amplios programas sociales de ayuda a los trabajadores y campesinos, en una lucha victoriosa contra las clases altas y las grandes empresas extranjeras, tenían gran predicamento entre la población de los vecinos centroamericanos donde se daban condiciones similares".
Así que la solución militar fue necesaria. Duró 40 años y ha dejado la misma cultura de terror que en sus vecinos centroamericanos.
Lo mismo aconteció en Cuba, otro caso de actualidad. Cuando EE UU tomó secretamente la decisión de deponer el gobierno de Cuba en 1960, el razonamiento fue muy similar.
Esto lo explica el historiador Arthur Schiesinger, quien resumió para el presidente Kennedy el estudio de una misión a América Latina en un informe secreto. La amenaza cubana, según la misión, consistía en "la difusión de la idea de Castro de solucionar uno mismo sus propios asuntos".
Esto era una enfermedad que podía infectar el resto de América Latina, explicó Schiesinger, donde
"los pobres y los excluidos", es decir, casi todo el mundo, "estimulados por el ejemplo de la revolución cubana, están exigiendo oportunidades para una vida decente". Así que había que hacer alguna cosa, y ya se sabe lo que se hizo. ¿Qué tal la "conexión soviética"? Se mencionaba así en el informe: "Mientras tamo, la Unión Soviética se deja querer, concediendo grandes préstamos para el desarrollo, y presentándose a sí misma como el modelo a seguir para alcanzar la modernización en una sola generación".
Bueno, pues esa era la amenaza. La amenaza de tomar sus vidas bajo su control, y debe ser destruida mediante terrorismo y estrangulación económica, tal como hoy día continúa.
Todo ello es totalmente independiente de la guerra fría. Seguramente hoy se da por obvio, sin ni siquiera documentos secretos. Las mismas preocupaciones de la posguerra fría llevaron al rápido desmantelamiento del breve experimento democrático en Haití por parte de los presidentes Bush y Clinton, como continuación de antiguas intervenciones.
Las mismas preocupaciones subyacen en el fondo de los acuerdos comerciales, como el TLC3 por ejemplo. Vale la pena recordar que en esas fechas la propaganda decía que iba ser una maravillosa bendición para la clase trabajadora de los tres países (Canadá, EE UU, y México). Estas ideas fueron discretamente abandonadas poco después, cuando se vio lo que había. Lo que era obvio desde el principio fue finalmente aceptado. El objetivo consistía en "encerrar a México en las reformas" de los años 80, las cuales redujeron drásticamente los salarios, y enriquecieron a un pequeño sector de inversores extranjeros. Las preocupaciones de fondo se articularon en una conferencia en Washington sobre estrategias de desarrollo en América Latina, en 1990.
Se advirtió que "una democracia abierta pondría a prueba la apuesta de entronizar un gobierno más interesado en retar a EE UU en aspectos económicos y nacionalistas". Señalemos que es la misma amenaza de 1945, desde entonces superada encerrando a México en obligaciones derivadas de tratados. Estas mismas razones subyacen detrás de medio siglo de tortura y terror, no sólo en el hemisferio occidental. Se encuentran también en el núcleo de los acuerdos sobre derechos de los inversores que están siendo impuestos bajo esta forma especifica de globalización que está diseñada por el nexo de poder estado-empresas.
Pero volvamos al punto de partida: la contestada cuestión de la libertad y los derechos, y consecuentemente la soberanía que de ello se deriva. ¿Es inherente a las personas de carne y hueso, o sólo a aquellas ricas y privilegiadas? ¿O incluso a construcciones abstractas como las empresas, o el capital, o los estados? En el siglo pasado la idea de que tales entidades tienen derechos especiales sobre las personas fue defendida contundentemente.
Los ejemplos más prominentes son el bolchevismo, el fascismo y la idea de empresa privada, que constituye una forma de tiranía privatizada. Dos de estos sistemas se colapsaron. El tercero está vivo y progresando bajo el manto de TINA, "no hay alternativa" al emergente sistema de mercantilismo empresarial de estado disfrazado de eufemismos como globalización o librecambio.
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