Uno de los más destacados plateros del país abre las puertas de su taller y cuenta detalles íntimos de su oficio. Cómo trabaja, qué siente cuando la pieza sale de sus manos, cómo es el mundo de un orfebre y porqué eligió la Platería Criolla Golpes de cincel suaves y rítmicos penetran el metal. Dejan huellas que van creando figuras signadas por la mano del artista. La obra es el pensamiento del hombre, señaló alguna vez el gran pintor Pablo Picasso, y es así como el noble metal va descubriendo lentamente rasgos del creador, de un orfebre por herencia, pasión y oficio como es Gabriel Lamamí. Su figura, atléticos 40 años y más apariencia de rugbier que de artesano, su elocuencia y facilidad de palabra, son las primeras señales que el cronista percibe como una extraña contradicción entre el hombre y el producto de su oficio. Lamamí es consciente de ello: "la gente que conoce mis piezas y no a mí, me imagina un bohemio de unos 60 años que vive en el sur". Se sonríe de l
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