Uno de los más destacados plateros del país abre las puertas de su taller y cuenta detalles íntimos de su oficio. Cómo trabaja, qué siente cuando la pieza sale de sus manos, cómo es el mundo de un orfebre y porqué eligió la Platería Criolla
Golpes de cincel suaves y rítmicos penetran el metal. Dejan huellas que van creando figuras signadas por la mano del artista. La obra es el pensamiento del hombre, señaló alguna vez el gran pintor Pablo Picasso, y es así como el noble metal va descubriendo lentamente rasgos del creador, de un orfebre por herencia, pasión y oficio como es Gabriel Lamamí.
Su figura, atléticos 40 años y más apariencia de rugbier que de artesano, su elocuencia y facilidad de palabra, son las primeras señales que el cronista percibe como una extraña contradicción entre el hombre y el producto de su oficio. Lamamí es consciente de ello: "la gente que conoce mis piezas y no a mí, me imagina un bohemio de unos 60 años que vive en el sur". Se sonríe de la comparación mientras enseña sus mates criollos, candelabros, yuntas, pulseras, anillos, gemelos y hasta saleros y pimenteros, entre otras piezas hechas en plata y oro básicamente, que hacen honor a esa antigua definición de orfebrería que la señala como el arte de dar valor artístico a los metales preciosos.
Artículos de Lamamí son habitualmente exhibidos en el Museo Regional del Norte, en Salta y en el Museo Isaac Fernández Blanco en muestras que integran los mejores plateros del país. Algunos de sus trabajos participaron en remates de Christie´s, la renombrada galería de Nueva York, y en su lista de clientes figuran varios ex presidentes argentinos y hasta el magnate norteamericano Ted Turner ostenta en su colección yuntas y mates con el sello de Lamamí. Sus piezas llegan a todo el país a través de los locales Cardón.
Un paraíso azul.
La inmensidad perenne en tonos azules y verdes del lago Nahuel Huapi es el escenario que eligió el orfebre para instalar su casa y su taller. Es una apacible cabaña de dos pisos enclavada a pasos de la costa, que se ubica a 12,5 kilómetros del centro de San Carlos de Bariloche, a medio camino entre la ciudad y el Hotel Llao Llao. Un ventanal de madera, de tres metros de largo por uno de alto, enmarca ese fecundo ambiente exterior que el artista jamás descuida: "En invierno veo todos los amaneceres en el lago a las nueve de la mañana, y ese paisaje me acompaña todo el día".
Segunda generación de orfebres, Lamamí recuerda cómo desde pequeño fue tomándole el gusto a la vida del taller, a sus tiempos, sus olores penetrantes, el peso de las herramientas, el brillo de los metales nobles. Descubriendo poco a poco su amor al oficio. Su padre era joyero, cincelador y grabador. Trabajó muchos años en la Casa de la Moneda grabando billetes y monedas, hasta que se independizó. La joyería familiar fue el lugar que merodeaba un adolescente Lamamí, primero con cauta curiosidad y luego como ayudante cumpliendo las tareas del oficio que signarían su destino. Apenas un puñado de años más tarde, Lamamí decide archivar una incipiente carrera universitaria en la Facultad de Agronomía de la UBA y se dedica de lleno a la orfebrería, en particular a la platería criolla, especialización en la que se forjó como artista exclusivo de Cardón
Pablo García Lastra
Golpes de cincel suaves y rítmicos penetran el metal. Dejan huellas que van creando figuras signadas por la mano del artista. La obra es el pensamiento del hombre, señaló alguna vez el gran pintor Pablo Picasso, y es así como el noble metal va descubriendo lentamente rasgos del creador, de un orfebre por herencia, pasión y oficio como es Gabriel Lamamí.
Su figura, atléticos 40 años y más apariencia de rugbier que de artesano, su elocuencia y facilidad de palabra, son las primeras señales que el cronista percibe como una extraña contradicción entre el hombre y el producto de su oficio. Lamamí es consciente de ello: "la gente que conoce mis piezas y no a mí, me imagina un bohemio de unos 60 años que vive en el sur". Se sonríe de la comparación mientras enseña sus mates criollos, candelabros, yuntas, pulseras, anillos, gemelos y hasta saleros y pimenteros, entre otras piezas hechas en plata y oro básicamente, que hacen honor a esa antigua definición de orfebrería que la señala como el arte de dar valor artístico a los metales preciosos.
Artículos de Lamamí son habitualmente exhibidos en el Museo Regional del Norte, en Salta y en el Museo Isaac Fernández Blanco en muestras que integran los mejores plateros del país. Algunos de sus trabajos participaron en remates de Christie´s, la renombrada galería de Nueva York, y en su lista de clientes figuran varios ex presidentes argentinos y hasta el magnate norteamericano Ted Turner ostenta en su colección yuntas y mates con el sello de Lamamí. Sus piezas llegan a todo el país a través de los locales Cardón.
Un paraíso azul.
La inmensidad perenne en tonos azules y verdes del lago Nahuel Huapi es el escenario que eligió el orfebre para instalar su casa y su taller. Es una apacible cabaña de dos pisos enclavada a pasos de la costa, que se ubica a 12,5 kilómetros del centro de San Carlos de Bariloche, a medio camino entre la ciudad y el Hotel Llao Llao. Un ventanal de madera, de tres metros de largo por uno de alto, enmarca ese fecundo ambiente exterior que el artista jamás descuida: "En invierno veo todos los amaneceres en el lago a las nueve de la mañana, y ese paisaje me acompaña todo el día".
Segunda generación de orfebres, Lamamí recuerda cómo desde pequeño fue tomándole el gusto a la vida del taller, a sus tiempos, sus olores penetrantes, el peso de las herramientas, el brillo de los metales nobles. Descubriendo poco a poco su amor al oficio. Su padre era joyero, cincelador y grabador. Trabajó muchos años en la Casa de la Moneda grabando billetes y monedas, hasta que se independizó. La joyería familiar fue el lugar que merodeaba un adolescente Lamamí, primero con cauta curiosidad y luego como ayudante cumpliendo las tareas del oficio que signarían su destino. Apenas un puñado de años más tarde, Lamamí decide archivar una incipiente carrera universitaria en la Facultad de Agronomía de la UBA y se dedica de lleno a la orfebrería, en particular a la platería criolla, especialización en la que se forjó como artista exclusivo de Cardón
¿Qué lo decidió por dedicarse de lleno a la platería criolla?Atardece en el lago. A lo lejos una bandada de aves revolotea a centímetros del agua. Tal vez entre ellos estén Maitén y Collan, dos amantes convertidos en pájaros que, según cuenta una leyenda mapuche, todas las tardes van a agradecer a Shompalué, el espíritu del lago, por haberlos salvado. El amplio ventanal de Lamamí es un lugar privilegiado para comprobarlo.
Mi familia es de Córdoba, es gente de campo. Tal vez por eso estudie agronomía y siempre me interesó el campo. Además la platería criolla tiene una raigambre cultural muy interesante, que brinda un vasto horizonte de creación. Ya en el siglo XVII artesanos de nuestro territorio utilizaron la plata como materia prima. El arte de la platería en el Río de la Plata, además de sus vertientes españolas recibió influencias del Alto Perú donde predominaban una mezcla de arte autóctono con supremacía inca y el estilo europeo, que es lo que se conoce como barroco andino. Los requerimientos de la Iglesia primero y la aparición de la figura del gaucho fueron generando demandas por la cuales nuestros plateros dieron nacimiento y empuje a este arte autóctono. Estancieros que emplearon el metal como adorno y forma de mostrar su poder económico aportaron una cuota relevante al auge de la platería criolla.
Entre mate y mate.
Aunque no es un adicto al mate, Lamamí propone una vuelta para acompañar la charla. Demuestra ser un eximio cebador mientras cuenta detalles de su estilo: " trato de ser lo menos barroco posible, no tan recargado, siempre dentro de un estilo criollo y respetando las líneas de tradición".
¿Cómo comienza el trabajo de una pieza?
Depende del tipo, cuando no son de producción estandarizada, por ejemplo un mate cáliz o un cuchillo con trabajo de cincelado, en general no parto de un diseño definido, dejo que la pieza vaya surgiendo. Tengo la idea en mi mente, pero la forma se va desarrollando a medida que la voy haciendo.
¿Tiene una rutina de trabajo, o depende de la inspiración?
El del orfebre es un estilo de vida, el trabajo es lo que más tiempo me ocupa, entre 8 y 9 horas diarias. Hay veces que pasan diez días y lo único que hice además de trabajar fue llevar los chicos al colegio: no fui al pueblo, no salí a ningún lado. Claro que para poder cincelar algo que te sale de adentro el estado anímico influye mucho.
¿En general le conforma el producto terminado?
El proceso es largo, entonces cuando terminás es un sentimiento medio extraño. Nunca estás conforme, siempre hay algo que no te gusta, pero tampoco podés continuar eternamente con una pieza. Soy puntilloso, pero llega un momento en que la pieza te dice sola que no va más.
¿Se genera algún tipo de obsesión con un trabajo?
No creo que sea una obsesión, pero hay veces que estoy con una forma nueva y quiero ver cómo va a quedar. Entonces me encierro a terminarla y puede pasar mucho tiempo...
Una vez que el producto está terminado y sabe que se va a exponer en público, ¿qué siente?
Siento que tiene algo mío. El paso más difícil es justamente soltar las piezas, porque uno es parte de eso. Si hago un juego de candelabros y alguien lo ve, está viendo mis defectos y virtudes. Yo soy esa pieza, yo y mi visión del diseño y el desarrollo, el pulido y la terminación, el equilibrio que tenga o no.
¿Que se necesita para ser orfebre?
Como todo oficio, demanda muchísimo tiempo, y si no tenés pasión por lo que hacés es muy difícil lograrlo. No hay un marco establecido para moverse. Trabajo por el placer de desarrollar piezas y descubrir cosas nuevas. Y el mayor descubrimiento es que cada día sabés menos. A medida que vas aprendiendo se van abriendo puertas, nuevas posibilidades. Siempre sos un alumno, un aprendiz de tu propio descubrimiento.
Pablo García Lastra
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