Crecer respetando al mundo, sostener la identidad ha sido un eterno desafío de las culturas indígenas.
Sostener la identidad ha sido un eterno desafío de las culturas indígenas. La educación de los más jóvenes juega un papel fundamental en ese camino que recorren aborígenes de nuestro país y del mundo, buscando siempre revalorizar sus raíces
Una de las claves de la persistencia de las culturas indígenas a través del tiempo ha sido el saber sostenerse en su identidad. Un valor que han preservado a lo largo de siglos.
Actualmente, los reclamos de las comunidades giran en torno a la misma cuestión.
Cuando los indios reivindican su derecho a la tierra, a ejercer sus propias formas de gobierno, a una educación bilingüe para sus jóvenes o también cuando piden respeto por sus formas de comunicarse y para honrar a los dioses, cuando reclaman algo de esto, están hablando de su identidad.
Las reivindicaciones se ponen de manifiesto cada vez con mayor fuerza. Incluso entre los adolescentes y jóvenes que, hasta hace unos años, tendían a emigrar desde sus comunidades de origen hacia los grandes centros urbanos. Perdían allí sus valores, generalmente negaban su condición de indígenas y rápidamente diluían su personalidad en lo anónimo colectivo, desarraigándose definitivamente.
Desde la década del 80 -con el impulso democratizador y un movimiento de recuperación indígena que se expande por todo el continente- estas tendencias comienzan a revertirse, aunque para nosotros todavía sea imperceptible.
¿Qué está sucediendo? Esa revalorización de la propia identidad, esa particular visión del mundo y de la vida está siendo manifestada no sólo por los dirigentes de las comunidades sino también por cada vez más jóvenes del mundo indígena -incluso los que viven en las ciudades-, que encuentran en sus valores ancestrales la clave para saber quiénes son. Los jóvenes indios empiezan a sentir orgullo de pertenecer a las culturas originarias dejando de lado la vergüenza y la negación, sentimientos que prevalecían hasta no hace mucho tiempo.
Esta recuperación de "lo indígena" se extiende también entre los "blancos" quienes, buscando recuperar valores perdidos por la sociedad e intentando superar el mensaje uniformador de la globalización, se encuentran con las culturas indígenas y su sabiduría. Se produce entonces un territorio de encuentro. Una cultura -la indígena- que recupera sus valores tradicionales y la otra -la occidental- que busca una nueva forma de vida que trascienda un modelo que claramente muestra síntomas de agotamiento.
¿Existe en ese territorio de encuentro -en nuestra Fundación hablamos de "procesos de convergencia"- algo en la concepción de la adolescencia y la educación entre los indios que nos sirva? Pienso que sí y, sin caer en el "mito del buen salvaje", creo que una parte de la educación indígena puede servirnos a todos, no solamente a los indios, para fortalecer ese espacio de confluencias del que estoy hablando.
Los siete principios.
A principios de 1999, un consultor de empresas llamado Jorge Hambra publicó un artículo llamado "Los siete principios sioux". Aunque parezcan muy alejadas, las modernas teorías de managment -conducción y desarrollo de recursos humanos- en las empresas, tienen puntos en común con los procesos educativos en las comunidades indígenas.
Para la cultura de las praderas norteamericanas, la cacería y la defensa eran objetivos principales. El joven sioux, entre los 12 y 14 años debía convertirse en cazador y guerrero. Pero antes cumplía tres etapas: en la primera, de niño, el padre lo proveía de un pequeño arco y flechas con los cuales traía en algún momento su primera presa, lo que era objeto de grandes agasajos por parte de su familia. En la segunda etapa, ya cerca de los 10 años, se lo entrenaba con un arco mucho más grande, con el cual cazaba un venado. Ya adolescente, en la tercera etapa, salía a cazar un bisonte con las armas verdaderas. Si volvía con la presa se había convertido en un adulto.
Estas etapas, se cumplían en medio de una concepción formativa que incluía siete principios fundamentales:
- El sentido de finalidad: ningún aprendiz desconocía la finalidad para la que estaba siendo educado.
- La ausencia de acciones avergozantes: la herramienta/arma con la que aprendían estaba a la altura de sus posibilidades.
- La presencia de un maestro que habilita el aprendizaje.
- El proceso de aprendizaje estructurado en etapas: resulta más alentador conocer los objetivos intermedios que un larguísimo camino sin escalas.
- La valoración relativa: todo era valioso, cazar un bisonte o cazar un ratón, todo estaba encuadrado en relación con la capacidad de la persona, evitando una vez más las humillaciones frente a los más fuertes y experimentados.
- La celebración social de los éxitos personales: todo éxito personal era considerado un aporte a la tribu como ente colectivo.
- El cuidado de la autoestima del individuo: los sioux evitaban no sólo abochornar a los adolescentes aprendices sino que no se otorgaban premios que no correspondieran.
La educación en nuestras culturas originarias.
Si volvemos la mirada a la educación de los adolescentes en nuestras culturas originarias, podemos mencionar algunos ejemplos que siguen la misma línea educativa.
1) La educación se inicia después de ciertos rituales específicos. Por ejemplo, la horadación de las orejas de las niñas a los cuatro años entre los pampas (ceremonia chilquen) y los mapuches (catan cahuin). No reprender sistemáticamente al niño/joven para no desanimarlo y no coartar su iniciativa, muy importante para su futuro como persona (pampas). Es costumbre tratarlos con dulzura, paciencia y mucho afecto (en general en todos los grupos, entre los que se destacan los wichí).
2) Se enseña la palabra como don, la importancia del decir, el saber expresarse como forma de comunicar a los demás (mapuches, tehuelches, ranqueles). Junto con ello, impulsan el aprendizaje desde niños de los mitos de origen de la comunidad, de labios de los mayores.
3) Se transmite que el "plan de vida" surge a partir de ciertas revelaciones (entre los mapuches, el gran jefe Calfucurá inició su camino luego de encontrar, cuando era un niño, su mágica piedra azul que a partir de entonces usó como talismán). Algo similar sucede entre los adolescentes sioux luego de su regreso de la búsqueda de visiones.
4) Adiestran en el respeto por los ancianos, el desprecio por el robo y por la envidia, enseñan ser generosos y hospitalarios (guaraníes, kollas).
5) Imponen la observancia de los ritos de pasaje para las niñas: la "casa bonita" (tehuelches), el vilchatum (mapuches) y también la construcción de una casa especial entre los guaraníes.
6) Significan al baño como símbolo de purificación. No solo el baño del recién nacido sino los baños diarios a lo largo de toda la vida. La purificación como costumbre ritual antes de iniciar las actividades del día (pampas, tehuelches, guaraníes, abipones).
7) Transmiten el pasaje paulatino del mundo adolescente al de los adultos (los niños chiriguanos eran iniciados en los secretos de la guerra a través de los juegos; pampas, tehuelches y mapuches de 10 a 12 años participaban de las excursiones de caza y después de los 15 o 16 tomaban parte de los combates como retaguardia de los guerreros; entre los guaraníes el símbolo del pasaje a la adultez era la colocación del tembetá, un pequeño objeto debajo del labio inferior).
8) Elección de sanadores adolescentes por su condición de diferentes (mapuches).
Podríamos agregar muchos ejemplos más, pero éstos bastan para introducir el tema, que a su vez está relacionado con el respeto que en las comunidades indígenas se tiene a las dos puntas del ciclo biológico de las personas: los ancianos y los niños. Por eso la importancia de una buena educación, una sana formación como personas, que los haga sentir luego como adultos seguros de sí mismos y capaces de caminar sobre sus propios pies.
Existe también un hilo conductor en toda la concepción indígena para con los niños y adolescentes, que es la integración de la cosmovisión de la comunidad con la formación de la persona. Es allí adonde el joven se encuentra permanentemente con la sensación de totalidad que lo cobija como persona y lo que en definitiva le da sentido. Lo vive como el refugio de su identidad, el amparo para alguien que todavía tiene en construcción su personalidad.
Ésta es, en síntesis, una parte del mensaje que los indios tienen para sí mismos y para nosotros: especialmente para los adolescentes que salen a la vida.
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