Esta práctica campera de hace varios siglos tiene en la ciudad de Cayastá, provincia de Santa Fe, su homenaje. Allí, ochenta kilómetros al norte de la actual capital santafesina se festeja hacia fines de junio la Fiesta de la primera yerra, espectáculo que recrea la primera marca del ganado vacuno que llegó a la zona pampeana y ribereña de la mano de Juan de Garay, en 1576.
"Garay vino desde Santiago del Estero y tras su paso por Córdoba arribó con su expedición hasta Cayastá donde levantó la primer capital santafecina. Trajo consigo vacas castellanas, caballos y ovejas. Fue la primer fundación que tuvo un fin colonizador diferente", cuenta Ricardo Kaufmann, presidente de la Asociación Conmemorativa de la primera yerra, organizadora de la fiesta.
El propósito de Garay no era ya el de la búsqueda de oro y plata lo que había impulsado a sus antecesores- sino el de afincarse en la tierra y crear una cultura ganadera y agrícola.
La fiesta se realiza en el sector de los corrales que pertenecieron a que pertenecieron a la finca en donde se instaló Juan de Garay tras regresar de su viaje, que culminó con la refundación de Buenos Aires. Es un predio llano, con sectores arbolados y también cubierto en su perímetro por paredes y otras construcciones que el tiempo y la mano del hombre no lograron destruir. Son vestigios coloniales de la primer ciudad de Santa Fe.
Un símbolo candente.
La fiesta comienza a poblarse desde temprano. En su mayoría son gente del lugar y pueblos vecinos que llegan en grupos. Año tras año, desde 1973, entre dos mil y tres mil personas participan de esta ceremonia campestre. Los peones de campo preparan en un rincón la leña y el fuego que se erige como símbolo de la celebración. "Se elige como fecha para la fiesta el 24 de Junio, día de San Juan que es protector del fuego, vital para que se pueda concretar la yerra", explica Kaufmann.
Se celebra a fines de junio en la ciudad santafecina de Cayastá. En ese lugar, donde la historia se abre paso, se recrea la práctica ancestral de la marca del ganado con lazo y hierro candente, tal como lo hicieron los primeros colonos cinco siglos atrás.
El hombre, conocedor del campo y sus secretos, aferrando el lazo con su mano diestra sigue con mirada atenta al animal. A pocos metros un terneno, que se ve acorralado, intenta escapar a la carrera.
Pero el pialador actúa rápido. No da tregua. En segundos el lazo inmoviliza las patas delanteras del animal y los hábiles movimientos de los brazos de dos gauchos lo hacen caer. En el suelo, antes de ser atado, unas patadas al aire son los últimos intentos de resistencia. Luego llegará el hierro caliente y la marca de la yerra, señal de que el combate ha terminado. El animal ya lleva el nombre de su dueño.
Una vez que el fuego muestra toda su fuerza y los hierros se calientan, comienza la entrada de los animales.
Son vacunos y equinos que provienen de algún campo vecino, cuyo dueño acepta que formen parte del ritual. Entre los animales a marcar también estarán los descendientes de las primeras vacas castellanas que iniciaron en Santa Fe hace 500 años la producción ganadera en nuestro país. Se conservan unos diez ejemplares que pertenecen a la asociación organizadora y son un tesoro único en la Argentina. A estos vacunos pioneros se los marcará con la letra F, tal como se marcaba a la primer hacienda que perteneció al cabildo de Santa Fe.
Los hombres, gauchos de nuestra tierra, hacen girar en el aire el pial, lazo con el que se atrapa y tira al piso al animal cuando intenta huir a la carrera. Así pueden escucharse los gritos y aplausos del público que alientan a los equipos de pialadores, que con métodos ancestrales mantienen viva la tradición que los liga a la tierra, a la lucha por dominar a los ejemplares de la llanura.
La marca con el hierro enrojecido por la alta temperatura la mayoría de las veces no causa dolor al animal. "Es un toque que dura un segundo y es sobre el pelo que apenas llega al cuero duro del ejemplar lo que impide lesiones y ardor", describe Kaufmann
Una vez que se hacen las primeras marcas se inician los concursos de montaje en pelo, que los más talentosos jinetes tratan de concretar. Cuando el caballo es pialado y marcado, el mas valiente del equipo se sube sobre el animal que es desatado, iniciándose una exhibición de destreza del hombre en un intento por no caerse de las ancas del animal enfurecido.
Caballería gauchesca.
Tras la ceremonia de la yerra, llega el turno del desfile de la caballería gauchesca. Hombres y mujeres con vestimenta típica de campo son acompañados por sus pequeños hijos, quienes subidos a los potrillos, captan la mayor atención del público. Sobre el mediodía, el aroma del asado con cuero a punto avisa a los concurrentes que ha llegado la hora del almuerzo. La comida campera se completa con empanadas de carne cortada a cuchillo, vino y tortas fritas. La sobremesa es ideal para la charla, el reencuentro con viejos vecinos, las partidas de truco o el descanso a la sombra de algún árbol.
Por la tarde, la fiesta continúa con una jineteada a la que concurren los mejores especialistas de la región. El concurso es clasificatorio para el certamen nacional que se realiza posteriormente en Jesús María, Córdoba.
Para contrarrestar el frío invernal, en horas del atardecer, se inicia el baile. Grupos que interpretan música folclórica y chamamé en particular logran que todo el público se anime a las danzas de nuestra tierra. Cuando se disipan los últimos acordes de los grupos musicales y la noche despliega su luna, la gente comienza el lento éxodo hacia sus hogares. La fogata que sirvió para calentar los hierros de la yerra comienza lentamente a desvanecerse.
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