La abuela, el tío, el hermano del amigo, el papá... Más de doscientos vecinos de La Boca se juntaron para hacer teatro. Laureados en la Argentina y en el exterior, usan en sus obras elementos aprendidos de sus abuelos inmigrantes, como títeres, zarzuela y sainete, y recrean momentos históricos del país a través de escenas cotidianas.
Hay historias de vida individuales y hay historias de vida colectivas. La del Grupo de Teatro Catalinas Sur pertenece a esta segunda clase, ya que involucra a más de doscientas personas vinculadas de distinta manera con la actividad que desarrolla, más todos los vecinos del barrio de La Boca y los que llegan de otras zonas de Buenos Aires y de más lejos, para verlos y verse.
Allá por 1983, en medio de una de las habituales choriceadas que se celebran en la Plaza Malvinas de Catalinas Sur -un espacio arbolado, colorido y sin calles dentro de La Boca-, un grupo de padres de alumnos de la Escuela Carlos Della Penna tuvo la idea de animar una fiesta barrial. Ninguno era actor pero todos tenían ganas de participar en algo comunitario para celebrar la reestrenada democracia. Alguien les habló de un vecino, padre de dos niñas de la escuela, actor y director de teatro independiente en su Montevideo natal, que quería "hacer teatro en las plazas". Se trataba de Adhemar Bianchi quien, desde entonces y hasta hoy, se ocupa obsesivamente de todos los detalles de cada presentación.
"Ninguno era actor pero todos tenían ganas de participar en algo comunitario para celebrar la reestrenada democracia."
El Grupo Catalinas comenzó con cuarenta personas. Entonces, hacían teatro en la plaza del barrio, luego en otros espacios públicos como parques, el Hotel de Inmigrantes, la misma escuela, hasta que en 1997 alquilaron un galpón que más tarde comprarían. "Cambiamos la gorra por la boletería", dicen. En agosto de 2001 pagaron la última cuota, pero la casa propia no les impidió seguir de gira por los barrios, las provincias, cruzar la Cordillera y también "el Charco" y hasta el mismo Atlántico, para participar de festivales en Roma y en Barcelona. En sus espectáculos hay elementos del arte popular aprendidos de los abuelos inmigrantes que repoblaron el viejo barrio: títeres, opereta, zarzuela, sainete, circo.
Las creaciones que los hicieron trascender son Venimos de Muy Lejos, El Fulgor Argentino, El Parque Japonés y La Niña de la Noche, entre otras. En la mayoría de los casos, la agrupación recrea momentos históricos de la Argentina a través de escenas cotidianas, familiares, signadas por las circunstancias políticas.
Venimos de muy lejos.
La obra que los hizo conocidos en todos lados, Venimos de Muy Lejos, permaneció diez años en cartel en distintos escenarios y será reestrenada después de Semana Santa. Es una historia -la historia- de los inmigrantes que llegaron al país corridos por la guerra y el hambre y atraídos por el gobierno que invitaba a poblar. Todos ellos fueron abuelos o padres de los actores que hoy los recuerdan y representan en el patio de un conventillo: la italiana encargada de administrar el inquilinato -el Paraíso que les habían prometido en Europa-; la española que sueña con volver a ver a su amado y se desespera cada vez que llega el Correo; Clementina, la madre de "quattro figlie" que vino buscando al marido que la había abandonado -y que termina documentada por Migraciones como Clementina Quattrofiglie, haciendo honor a la historia de extraños apellidos de tantos argentinos-; la francesa que se define como "amiga de la Rubia Mireya" y trabajadora de "comercio interior"; el anarquista italiano y el alemán que quieren hacer justicia para los inquilinos; la polaquita asustada y la italiana "del Norte" que sólo desea coser y bordar.
Y la madre judía del Este europeo que quiere que su hijo sea contador y debe resignarse no sólo a verlo vender chucherías puerta a puerta sino también al casamiento "por iglesia pero también por sinagoga" con María, una de las quattro figlie italianas. Ella, la mámele de Jaime, fue interpretada durante una década por el personaje más significativo del Grupo: una vecina que trabajó hasta los "más de 90" años nunca asumidos y que, antes de morir, pudo asistir a la fiesta que celebró la compra del Galpón y donde fue la gran homenajeada.
Con el progreso económico, los personajes de Venimos de Muy Lejos irán abandonando el conventillo. Pero éste quedará en silencio por poco tiempo porque llegarán los nuevos habitantes -esta vez desde muy cerca-, también corridos por problemas económicos y políticos: correntinos, cordobeses, uruguayos, serán quienes discutirán por la única ducha, festejarán en el patio el carnaval y los goles de Boca con el mismo brío que los de Peñarol, se unirán contra las avivadas del compadrito porteño y también contra otro tipo de adversidades como la temida e infaltable sudestada.
"Todos ellos fueron abuelos o padres de los actores que hoy los recuerdan y representan en el patio de un conventillo"
El fulgor Argentino y más.
Otro de los permanentes reestrenos del Grupo es El Fulgor Argentino, Club Social y Deportivo, que trata sobre la historia argentina desde 1930 hasta un hipotético 2030, cien años caóticos y emocionantes. La pareja central de la ficción se encuentra por primera vez en un baile del Club y es protagonista de los hechos que se relatan a través de los años. Los dos actores que la representan se conocieron en la vida real en el mismo escenario y formaron una familia luego de trabajar juntos durante 172 funciones que reunieron a 51 mil espectadores.
Teatro para niños, carpa itinerante que lleva el arte a los barrios carenciados, talleres de títeres, percusión, música, máscaras, escenografía, vestuario, acordeón, tango, malabares, son parte de las actividades que desarrollan estos vecinos. "Catalinas no es una empresa y todo el dinero que entra va para ampliar las estructuras y seguir haciendo cosas", dice Bianchi y aclara que "aquí nadie pierde o gana dinero y sólo los que enseñan en talleres o los coordinadores tienen honorarios que paga el Gobierno de la Ciudad" por un acuerdo conseguido hace unos pocos años. "Creo que el teatro porteño ha perdido el contacto con el gran público, pero es la gente común la que ahora está empujando para que comience un nuevo ciclo", dice el director mientras observa, aconseja, cambia algo de lugar, prueba luces y sonido como hace veinte años. Los actores y músicos hablan de la herencia de la actividad, hoy en manos de muchos de sus propios hijos. Dicen que "nuestro mayor orgullo en estos veinte años es que después de cada función se produce el milagro de comunicación y celebración conjunta. Es la fiesta de todos".
Hay historias de vida individuales y hay historias de vida colectivas. La del Grupo de Teatro Catalinas Sur pertenece a esta segunda clase, ya que involucra a más de doscientas personas vinculadas de distinta manera con la actividad que desarrolla, más todos los vecinos del barrio de La Boca y los que llegan de otras zonas de Buenos Aires y de más lejos, para verlos y verse.
Allá por 1983, en medio de una de las habituales choriceadas que se celebran en la Plaza Malvinas de Catalinas Sur -un espacio arbolado, colorido y sin calles dentro de La Boca-, un grupo de padres de alumnos de la Escuela Carlos Della Penna tuvo la idea de animar una fiesta barrial. Ninguno era actor pero todos tenían ganas de participar en algo comunitario para celebrar la reestrenada democracia. Alguien les habló de un vecino, padre de dos niñas de la escuela, actor y director de teatro independiente en su Montevideo natal, que quería "hacer teatro en las plazas". Se trataba de Adhemar Bianchi quien, desde entonces y hasta hoy, se ocupa obsesivamente de todos los detalles de cada presentación.
"Ninguno era actor pero todos tenían ganas de participar en algo comunitario para celebrar la reestrenada democracia."
El Grupo Catalinas comenzó con cuarenta personas. Entonces, hacían teatro en la plaza del barrio, luego en otros espacios públicos como parques, el Hotel de Inmigrantes, la misma escuela, hasta que en 1997 alquilaron un galpón que más tarde comprarían. "Cambiamos la gorra por la boletería", dicen. En agosto de 2001 pagaron la última cuota, pero la casa propia no les impidió seguir de gira por los barrios, las provincias, cruzar la Cordillera y también "el Charco" y hasta el mismo Atlántico, para participar de festivales en Roma y en Barcelona. En sus espectáculos hay elementos del arte popular aprendidos de los abuelos inmigrantes que repoblaron el viejo barrio: títeres, opereta, zarzuela, sainete, circo.
Las creaciones que los hicieron trascender son Venimos de Muy Lejos, El Fulgor Argentino, El Parque Japonés y La Niña de la Noche, entre otras. En la mayoría de los casos, la agrupación recrea momentos históricos de la Argentina a través de escenas cotidianas, familiares, signadas por las circunstancias políticas.
Venimos de muy lejos.
La obra que los hizo conocidos en todos lados, Venimos de Muy Lejos, permaneció diez años en cartel en distintos escenarios y será reestrenada después de Semana Santa. Es una historia -la historia- de los inmigrantes que llegaron al país corridos por la guerra y el hambre y atraídos por el gobierno que invitaba a poblar. Todos ellos fueron abuelos o padres de los actores que hoy los recuerdan y representan en el patio de un conventillo: la italiana encargada de administrar el inquilinato -el Paraíso que les habían prometido en Europa-; la española que sueña con volver a ver a su amado y se desespera cada vez que llega el Correo; Clementina, la madre de "quattro figlie" que vino buscando al marido que la había abandonado -y que termina documentada por Migraciones como Clementina Quattrofiglie, haciendo honor a la historia de extraños apellidos de tantos argentinos-; la francesa que se define como "amiga de la Rubia Mireya" y trabajadora de "comercio interior"; el anarquista italiano y el alemán que quieren hacer justicia para los inquilinos; la polaquita asustada y la italiana "del Norte" que sólo desea coser y bordar.
Y la madre judía del Este europeo que quiere que su hijo sea contador y debe resignarse no sólo a verlo vender chucherías puerta a puerta sino también al casamiento "por iglesia pero también por sinagoga" con María, una de las quattro figlie italianas. Ella, la mámele de Jaime, fue interpretada durante una década por el personaje más significativo del Grupo: una vecina que trabajó hasta los "más de 90" años nunca asumidos y que, antes de morir, pudo asistir a la fiesta que celebró la compra del Galpón y donde fue la gran homenajeada.
Con el progreso económico, los personajes de Venimos de Muy Lejos irán abandonando el conventillo. Pero éste quedará en silencio por poco tiempo porque llegarán los nuevos habitantes -esta vez desde muy cerca-, también corridos por problemas económicos y políticos: correntinos, cordobeses, uruguayos, serán quienes discutirán por la única ducha, festejarán en el patio el carnaval y los goles de Boca con el mismo brío que los de Peñarol, se unirán contra las avivadas del compadrito porteño y también contra otro tipo de adversidades como la temida e infaltable sudestada.
"Todos ellos fueron abuelos o padres de los actores que hoy los recuerdan y representan en el patio de un conventillo"
El fulgor Argentino y más.
Otro de los permanentes reestrenos del Grupo es El Fulgor Argentino, Club Social y Deportivo, que trata sobre la historia argentina desde 1930 hasta un hipotético 2030, cien años caóticos y emocionantes. La pareja central de la ficción se encuentra por primera vez en un baile del Club y es protagonista de los hechos que se relatan a través de los años. Los dos actores que la representan se conocieron en la vida real en el mismo escenario y formaron una familia luego de trabajar juntos durante 172 funciones que reunieron a 51 mil espectadores.
Teatro para niños, carpa itinerante que lleva el arte a los barrios carenciados, talleres de títeres, percusión, música, máscaras, escenografía, vestuario, acordeón, tango, malabares, son parte de las actividades que desarrollan estos vecinos. "Catalinas no es una empresa y todo el dinero que entra va para ampliar las estructuras y seguir haciendo cosas", dice Bianchi y aclara que "aquí nadie pierde o gana dinero y sólo los que enseñan en talleres o los coordinadores tienen honorarios que paga el Gobierno de la Ciudad" por un acuerdo conseguido hace unos pocos años. "Creo que el teatro porteño ha perdido el contacto con el gran público, pero es la gente común la que ahora está empujando para que comience un nuevo ciclo", dice el director mientras observa, aconseja, cambia algo de lugar, prueba luces y sonido como hace veinte años. Los actores y músicos hablan de la herencia de la actividad, hoy en manos de muchos de sus propios hijos. Dicen que "nuestro mayor orgullo en estos veinte años es que después de cada función se produce el milagro de comunicación y celebración conjunta. Es la fiesta de todos".
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