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Colores vivos de una vieja ciudad.

Nacido hace más de cien años en Buenos Aires por el afán creativo de inmigrantes italianos, el filete es una de las pocas expresiones artísticas autóctonas. Convertido en símbolo de una época en la que ganó fama con textos del refranero popular, hoy la demanda y el interés por este arte recorre el mundo.
Era un italiano terco y como tal se negaba a seguir pintando los carros municipales con esos tonos grises que tanto lo oprimían. Es que a Vicente Brunetti le gustaban los colores. Un día llegó al taller y pintó un carro con matices intensos, a ambos lados le estampó unas líneas y de ese modo dejaba el primer registro de lo que sería el fileteado. Era a finales del siglo XIX.


Si bien el fileteado adquirió características de arte recién a principios de los años 70, su esplendor se situó a mediados del siglo pasado: en un primer momento fueron los carros tirados por caballos, luego llegaron los colectivos a invadir el paisaje urbano y con ellos el fileteado adquirió rasgos de masividad. Era común entonces ver los espejos de los bares, las carteleras anunciando espectáculos de tango, los camiones, los autos particulares y hasta las estampillas, muchos de ellos prolijamente ornamentados con filetes de diferentes motivos. Al clásico trabajo del filete, con el tiempo se le fueron agregando textos del refranero popular. Y fue el escritor Jorge Luis Borges quien, con su estilo ácido, definió al filete y sus refranes como de un "costado sentencioso".

A lo largo de las décadas fue escaso el registro que quedó de este arte popular, tal vez porque siempre fue menospreciado, caracterizado como un arte menor debido a sus orígenes. El fileteado había visto la luz a la sombra de los talleres carroceros del Paseo Colón de la mano de obreros inmigrantes y muy pronto se lo asoció con el tango, baile nacido para la misma época en los arrabales y considerado, en un principio, como indecoroso, debido a su origen portuario y orillero.

Tres inmigrantes italianos.
No existen fechas precisas ni un momento determinado que marque el nacimiento del fileteado, sólo se establece que el mismo se desarrolla de la mano de tres inmigrantes italianos, a finales del 1800, quienes van a transgredir las formas clásicas y a cambiar los colores oscuros que caracterizaron los ornamentos y decorados públicos de una época. Vicente Brunetti, Cecilio Pascarella y Salvatore Venturo, van a dejar paso a los colores intensos, dando inicio a una forma cultural que va a evidenciar un modo de vida. 


El filete no sólo lleva un fin estético sino que también es utilizado como manifestación de valores socioculturales del hombre de Buenos Aires, una de las pocas expresiones artísticas autóctonas desde la colonización. Su etimología deviene de la palabra latina filum (hilo) cuyo significado es línea fina que sirve de adorno.

Desde el fileteado se venerará a los santos, se homenajeará a los artistas del pueblo, se expresará una cita de amor, se darán augurios de suerte o se manifestará una preferencia política. El fileteado pasa a ser un canal de expresión de los que no tienen voz. Enuncia dolor, felicidad, amor por lo que gusta, veneración; en definitiva, una gama de sentimientos que encuentran la marquesina adecuada para decir. Pintados con esmalte sintético cuyos componentes resisten el paso del tiempo, sus diseños llevan la más variada gama de formas y matices: flores, cintas con la enseña patria, hojas de acanto, volutas, círculos, líneas rectas y curvas que dan vida a paisajes con escenas camperas o retratos de personajes como Carlos Gardel, Eva Perón o la Virgen María. La continuidad generacional en este tipo de arte la dieron los hijos de aquellos pioneros. Fue precisamente Miguel Venturo, hijo de don Salvatore, quien prolongó y a su vez introdujo cambios sustanciales en los ornamentos, dándole al fileteado un tono más moderno y desenfadado.

En galerías de arte.
Una de las primeras exposiciones de fileteadores se llevó a cabo en el año 1970 gracias a dos recopiladores tenaces, Nicolás Rubió y Esther Barugel. Es recién en esa época cuando la crítica y el circuito de arte se ocupa del tema. Sin embargo, ya en 1968 se produjo una revalorización con la organización de exposiciones en las más consagradas galerías.


El tiro de gracia llega en 1975, cuando una reglamentación prohíbe el uso del fileteado en los transportes públicos de pasajeros. Serán entonces los maestros fileteros quienes saldrán a sostener su arte para que no perezca como tantos otros. Así, a los nombres de Alejandro Mentaberri, Pedro Unamuno, Andrés Vogliotti, se vienen a sumar, entre otros, los de los hermanos Arce, Luis Zorz, León Untroib y Jorge Muscia. El fileteado ya no sólo se vende como elemento folclórico en las ferias de artesanos o en las casas de antigüedades. Ahora la demanda y el interés recorren el mundo.

En las calles.

Aunque muchas veces haya pasado inadvertido el fileteado, no ha dejado de estar presente en la vida cotidiana: en los viejos mateos de paseo donde los jóvenes amantes recorren la ciudad bajo la noche estrellada jurándose amor eterno; adosado a las puertas o en el interior de los taxis que sin descanso trajinan las calles de Buenos Aires; en las calesitas de barrio, que giran sin cesar bajo la risa envolvente y descarada de los niños; ornamentando bares y casas particulares; en las pistas de baile, donde los cuerpos se juntan en una danza sensual al influjo del tango, cuya música y letra fue marginada como el filete mismo, con cierto desdén, por los prejuicios sociales de una época.


A más de cien años de su nacimiento, el fileteado sigue vigente en las manos de los maestros que lo ejercitan desde el oficio hacia lo artístico, o bien brindando charlas, ofreciendo cursos o realizando muestras de una expresión nacida en los márgenes, que por imperio de su belleza no merece desaparecer.

 
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