La expresión precisa, el discurso claro, profundo y elocuente fueron siempre un signo de poder entre los indígenas de nuestra tierra. Caciques como Juan Calfucurá y Vicente Pincén eran reconocidos oradores. Los grandes jefes indios hicieron de la palabra la expresión cabal de sus pensamientos y decisiones y una fuente para la transmisión de lo sagrado.
Los indígenas conformaron esencialmente culturas orales, ya que salvo excepciones- no tuvieron escritura. Sin embargo ello no fue un obstáculo para que la forma de vida y la cosmovisión ancestral persistieran en el tiempo, conformando una de las claves en la vigencia de los originarios de la tierra.
La tradición oral se convirtió en un factor crucial para la transmisión de los conocimientos y la sabiduría. La palabra tuvo una importancia singular y las lenguas madres, transferidas de generación en generación, se convirtieron en sostén de las identidades comunitarias.
Muchas veces, la palabra estaba asociada a lo sagrado y los misterios de la existencia: desde nombres de personas muertas que nunca más debían volver a pronunciarse hasta los rezos dedicados a los dioses, los espíritus y las fuerzas de la naturaleza.
Los grandes jefes de las comunidades, fueran estos guerreros, chamanes o sabios tenían como una de sus virtudes el traer la palabra, el expresarla con arte, claridad y elocuencia; eran ellos los que tenían el don de decir. En el México prehispánico, los aztecas llamaban a su emperador tlatoani, "el que habla" y al Consejo Supremo se lo designaba con el término tlatocan, "lugar donde se habla".
En América del Norte, los grandes líderes eran oradores queconvencían con sus palabras, como el legendario Tatanka Iyotke -Sitting Bull o Toro Sentado-, el más grande jefe de los sioux hunkpapa del cuál se decía que su aspecto personal no causaba una impresión inmediata, pero que cuando comenzaba a hablar, cautivaba a todos los que lo escuchaban; ó Nube Roja -Red Cloud-, jefe de los sioux teton o lakota , famoso por sus largos y contundentes parlamentos ante los "hombres blancos" de Washington.
Nuestros grandes caciques fueron también "Señores de la palabra", como el huilliche (mapuche) Juan Calfucurá, el ranquel Paghitruz Guor (conocido también como Mariano Rosas) ó el "pampa" (tehuelche-mapuche) Vicente Pincén, por mencionar tan sólo a algunos.
El origen del nombre Pincén es posible que sea el término mapuche gnempín , o sea "dueño del decir" o "dueño de la palabra", vocablo que alcanzaba otros significados tales como orador, maestro, sacerdote y guía espiritual. Desde pequeño, Pincén había mostrado capacidades de orador y narrador de historias de su comunidad. Con el correr del tiempo esos atributos lo ayudaron para convertirse en un líder indiscutido de su pueblo.
Un encuentro entre poderosos.
Los parlamentos indígenas se caracterizaban por larguísimos discursos luego de los cuales recién se tomaban las decisiones. El propio San Martín antes de cruzar con su ejército la Cordillera de los Andes se reunió con los pehuenches del sur de Mendoza -a quienes consideraba "los dueños del país"- y dialogó con Necuñan, el más anciano de los indígenas, un orador nato.
Imaginar esta escena puede resultar conmovedor. San Martín y Necuñan hablando frente a frente, cada uno con sus estados mayores, todos sentados en círculo, en un parlamento que se prolongó durante varios días entre ceremonias y fiestas. Pensar en esos hombres poderosos y diferentes entre sí, pero analizando y discutiendo juntos los posibles puntos de encuentro y de acuerdo, superando las distancias culturales, comunicándose a través del maravilloso don de la palabra, es un hecho que señala algo más que una mera reunión diplomática.
En 1859, el temible Calfucurá, por entonces jefe de la Confederación Indígena de Salinas Grandes -que reunía a miles de indios de lanza en el corazón de La Pampa- dirigió en persona un malón sobre Fortín Mulitas -hoy la ciudad de 25 de Mayo-, dispuesto a vengar la muerte de un amigo. Cuando el cacique y sus huestes se aprestaban a atacar el pueblo, le salió al encuentro el cura Francisco Bibiloni quien, por medio de un lenguaraz del cacique -de origen asturiano-, inició un parlamento que duró horas. Ambos hombres argumentaron, explicaron, pidieron, y fundamentalmente, hablaron por horas y horas que se hicieron interminables.
Los señores de la palabra no sólo eran sabios por poseer y saber desplegar este arte, sino porque también valoraban su presencia en los demás. Fue así como Calfucurá se "rindió" ante la elocuencia, las razones y los ruegos bien fundamentados de Bibiloni. Esta vez no hubo ataque ni saqueo y las fuentes dan cuenta que el jefe indio y el cura Francisco entraron juntos al pueblo, cabalgando pacíficamente, ante el estupor de los habitantes. Todo terminó con Calfucurá durmiendo tranquilamente en la casa de Bibiloni. Un cuadro rememora esta escena, en donde se ve el encuentro de ambos hombres a caballo, parlamentando.
Chamanes, sabios y profetas.
Entre los selk'nam u onas de la Tierra del Fuego existían, además de los chamanes (curadores, reguladores del clima y los encargados de conectar con otros planos de la realidad) una jerarquía de sabios y profetas. Los primeros eran los llamados "madres" (am) y los "padres" (ain) lailuka, custodios de los relatos primordiales. Tenían además la misión de dar los nombres.
Los profetas eran los "padres" y "madres" de chan -la palabra- que tenían la capacidad de predecir el futuro, a través de visiones que luego relataban. Ellos las llamaban "visiones de futuro".
En nuestros días, la tradición se mantiene. En muchas comunidades existe una suerte de ámbito de los Mayores o Ancianos, a quienes se consulta frente a decisiones importantes. Son ellos los que luego dan su palabra. Entre los chiriguanos (tupí-guaraníes) del Chaco salteño existe el Consejero, un anciano que interviene en las decisiones de la asamblea de la comunidad a través del relato de sus sueños y cómo estos deben ser interpretados para el bien del grupo.
Sueños, palabras, decisiones. Palabras ligadas a hombres sabios por su experiencia. Relación de la toma de decisiones con el bien de la comunidad. Respeto por los mayores.
En las actuales comunidades mapuches de las provincias del sur de nuestro país, existe un cargo destacado en el grupo de dirección que preside el cacique o lonko (cabeza): es el werken (vocero) que tiene a su cargo el de ser mensajero de la comunidad.
Esta concepción de la palabra como algo trascendente y en manos de gente importante para la comunidad tiene un valor agregado, y es el hecho de que la palabra no ha sido degradada ni adulterada. Por el contrario, continúa ejerciendo el rol profundo de expresar lo que verdaderamente el corazón quiere decir. Algo de eso manifiestan las mujeres mayas, cuando cada vez que finalizan un relato dicen: "lo que está en mi corazón".
Pero los indios, con una cosmovisión que los hace estar en armonía y equilibrio con el Universo, también tienen lugar para el silencio o simplemente para los momentos en que el hablar ya no es necesario. Pero esa es otra historia. Lo que quise introducir es el sentido de la palabra, una de las cualidades por excelencia de los grandes jefes y los grandes hombres indígenas, que hicieron y hacen de ella una expresión cabal de sus pensamientos y decisiones; una fuente para la transmisión de lo sagrado y un motor insustituible para el entendimiento y el diálogo con los demás.
Antropólogo (UBA). Autor de los libros Nuestros paisanos los indios y Los Hijos de la Tierra. Profesor de posgrado en la UBA y en la UNRC. Especializado en la cuestión indígena y la etnohistoria de Argentina. Es Director de la Fundación Desde América (www.desdeamerica.org.ar)
Los indígenas conformaron esencialmente culturas orales, ya que salvo excepciones- no tuvieron escritura. Sin embargo ello no fue un obstáculo para que la forma de vida y la cosmovisión ancestral persistieran en el tiempo, conformando una de las claves en la vigencia de los originarios de la tierra.
La tradición oral se convirtió en un factor crucial para la transmisión de los conocimientos y la sabiduría. La palabra tuvo una importancia singular y las lenguas madres, transferidas de generación en generación, se convirtieron en sostén de las identidades comunitarias.
Muchas veces, la palabra estaba asociada a lo sagrado y los misterios de la existencia: desde nombres de personas muertas que nunca más debían volver a pronunciarse hasta los rezos dedicados a los dioses, los espíritus y las fuerzas de la naturaleza.
Los grandes jefes de las comunidades, fueran estos guerreros, chamanes o sabios tenían como una de sus virtudes el traer la palabra, el expresarla con arte, claridad y elocuencia; eran ellos los que tenían el don de decir. En el México prehispánico, los aztecas llamaban a su emperador tlatoani, "el que habla" y al Consejo Supremo se lo designaba con el término tlatocan, "lugar donde se habla".
En América del Norte, los grandes líderes eran oradores queconvencían con sus palabras, como el legendario Tatanka Iyotke -Sitting Bull o Toro Sentado-, el más grande jefe de los sioux hunkpapa del cuál se decía que su aspecto personal no causaba una impresión inmediata, pero que cuando comenzaba a hablar, cautivaba a todos los que lo escuchaban; ó Nube Roja -Red Cloud-, jefe de los sioux teton o lakota , famoso por sus largos y contundentes parlamentos ante los "hombres blancos" de Washington.
Nuestros grandes caciques fueron también "Señores de la palabra", como el huilliche (mapuche) Juan Calfucurá, el ranquel Paghitruz Guor (conocido también como Mariano Rosas) ó el "pampa" (tehuelche-mapuche) Vicente Pincén, por mencionar tan sólo a algunos.
El origen del nombre Pincén es posible que sea el término mapuche gnempín , o sea "dueño del decir" o "dueño de la palabra", vocablo que alcanzaba otros significados tales como orador, maestro, sacerdote y guía espiritual. Desde pequeño, Pincén había mostrado capacidades de orador y narrador de historias de su comunidad. Con el correr del tiempo esos atributos lo ayudaron para convertirse en un líder indiscutido de su pueblo.
Un encuentro entre poderosos.
Los parlamentos indígenas se caracterizaban por larguísimos discursos luego de los cuales recién se tomaban las decisiones. El propio San Martín antes de cruzar con su ejército la Cordillera de los Andes se reunió con los pehuenches del sur de Mendoza -a quienes consideraba "los dueños del país"- y dialogó con Necuñan, el más anciano de los indígenas, un orador nato.
Imaginar esta escena puede resultar conmovedor. San Martín y Necuñan hablando frente a frente, cada uno con sus estados mayores, todos sentados en círculo, en un parlamento que se prolongó durante varios días entre ceremonias y fiestas. Pensar en esos hombres poderosos y diferentes entre sí, pero analizando y discutiendo juntos los posibles puntos de encuentro y de acuerdo, superando las distancias culturales, comunicándose a través del maravilloso don de la palabra, es un hecho que señala algo más que una mera reunión diplomática.
En 1859, el temible Calfucurá, por entonces jefe de la Confederación Indígena de Salinas Grandes -que reunía a miles de indios de lanza en el corazón de La Pampa- dirigió en persona un malón sobre Fortín Mulitas -hoy la ciudad de 25 de Mayo-, dispuesto a vengar la muerte de un amigo. Cuando el cacique y sus huestes se aprestaban a atacar el pueblo, le salió al encuentro el cura Francisco Bibiloni quien, por medio de un lenguaraz del cacique -de origen asturiano-, inició un parlamento que duró horas. Ambos hombres argumentaron, explicaron, pidieron, y fundamentalmente, hablaron por horas y horas que se hicieron interminables.
Los señores de la palabra no sólo eran sabios por poseer y saber desplegar este arte, sino porque también valoraban su presencia en los demás. Fue así como Calfucurá se "rindió" ante la elocuencia, las razones y los ruegos bien fundamentados de Bibiloni. Esta vez no hubo ataque ni saqueo y las fuentes dan cuenta que el jefe indio y el cura Francisco entraron juntos al pueblo, cabalgando pacíficamente, ante el estupor de los habitantes. Todo terminó con Calfucurá durmiendo tranquilamente en la casa de Bibiloni. Un cuadro rememora esta escena, en donde se ve el encuentro de ambos hombres a caballo, parlamentando.
Chamanes, sabios y profetas.
Entre los selk'nam u onas de la Tierra del Fuego existían, además de los chamanes (curadores, reguladores del clima y los encargados de conectar con otros planos de la realidad) una jerarquía de sabios y profetas. Los primeros eran los llamados "madres" (am) y los "padres" (ain) lailuka, custodios de los relatos primordiales. Tenían además la misión de dar los nombres.
Los profetas eran los "padres" y "madres" de chan -la palabra- que tenían la capacidad de predecir el futuro, a través de visiones que luego relataban. Ellos las llamaban "visiones de futuro".
En nuestros días, la tradición se mantiene. En muchas comunidades existe una suerte de ámbito de los Mayores o Ancianos, a quienes se consulta frente a decisiones importantes. Son ellos los que luego dan su palabra. Entre los chiriguanos (tupí-guaraníes) del Chaco salteño existe el Consejero, un anciano que interviene en las decisiones de la asamblea de la comunidad a través del relato de sus sueños y cómo estos deben ser interpretados para el bien del grupo.
Sueños, palabras, decisiones. Palabras ligadas a hombres sabios por su experiencia. Relación de la toma de decisiones con el bien de la comunidad. Respeto por los mayores.
En las actuales comunidades mapuches de las provincias del sur de nuestro país, existe un cargo destacado en el grupo de dirección que preside el cacique o lonko (cabeza): es el werken (vocero) que tiene a su cargo el de ser mensajero de la comunidad.
Esta concepción de la palabra como algo trascendente y en manos de gente importante para la comunidad tiene un valor agregado, y es el hecho de que la palabra no ha sido degradada ni adulterada. Por el contrario, continúa ejerciendo el rol profundo de expresar lo que verdaderamente el corazón quiere decir. Algo de eso manifiestan las mujeres mayas, cuando cada vez que finalizan un relato dicen: "lo que está en mi corazón".
Pero los indios, con una cosmovisión que los hace estar en armonía y equilibrio con el Universo, también tienen lugar para el silencio o simplemente para los momentos en que el hablar ya no es necesario. Pero esa es otra historia. Lo que quise introducir es el sentido de la palabra, una de las cualidades por excelencia de los grandes jefes y los grandes hombres indígenas, que hicieron y hacen de ella una expresión cabal de sus pensamientos y decisiones; una fuente para la transmisión de lo sagrado y un motor insustituible para el entendimiento y el diálogo con los demás.
Carlos Martínez Sarasola
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