Las minas a cielo abierto de Wanda marcaron el destino de sus pobladores. De las entrañas de su tierra colorada, se extraen piedras preciosas y semi preciosas como las amatista, el cuarzo rosa y el blanco, las ágatas y los topacios.
El sol caía pesadamente y los rayos producían destellos en las aguas alborotadas. La mujer lavaba la ropa en el recodo de la vertiente cuando el pan de jabón se deslizó al fondo del arroyo, y ella tuvo que hundir su mano en el agua para buscarlo. El dolor punzante y la herida señalaron el lugar donde se escondía una afilada piedra preciosa. El nombre de la madre de Higinio Enebelo -actual propietario de la Mina Tierra Colorada- se perdió en el tiempo y el relato en sí mismo puede ser real o sólo parte del imaginario popular, pero de este modo se suele contar oficiosamente la historia del descubrimiento de piedras preciosas en Colonia Wanda. En la actualidad, las minas a cielo abierto son una fuente de riqueza para la región y un atractivo que convoca a cerca de 14 mil visitantes mensuales. Es por ello que la ciudad es considerada la segunda en importancia turística de Misiones.
Esta joven urbe fue fundada en 1956, está ubicada a 43 kilómetros de Puerto Iguazú y hoy tiene 13 mil habitantes. De las entrañas de su tierra colorada, abundante en óxido de hierro y en rocas ricas en basalto, se extraen piedras preciosas y semipreciosas como la amatista, el cuarzo rosa y el blanco, las ágatas, los topacios y las aguamarinas, las que de acuerdo con su pureza van a ser trabajadas hasta convertirse en finas joyas, engarzadas en oro o plata. Las otras, de menor calidad, se destinarán para ser utilizadas en bijouterie o en elementos ornamentales.
Según afirma Blanca, vendedora de un local levantado a metros de la Mina Tierra Colorada: "Dureza, cristalización, pureza y transparencia son los requisitos que se necesitan para considerar una piedra como preciosa y apta para joyería". Sobre los estantes del negocio yacen centenares de gemas con diversas formas y colores.
"Dureza, cristalización, pureza y transparencia son los requisitos que se necesitan para considerar una piedra como preciosa y apta para joyería".
Mario tiene 19 años, lleva mechones con reflejos rubios entremezclados con su pelo castaño, tiene una postura segura y habla con voz pausada, trabaja en la mina como guía desde hace dos años y, según afirma, no le va nada mal. En su recorrido por las canteras suele contar cómo se fue dando el proceso natural que terminó conformando las geodas, que es el nombre técnico que se le da a la cavidad de una roca tapizada interiormente de cristales minerales.
Mario explica que el color de las piedras depende de la combinación de minerales que poseen y que el cuarzo blanco es muy utilizado en la industria de los relojes y las computadoras: "Está comprobado que ciertas piedras emiten vibraciones", dice con cierto aire doctoral, y agrega que "al suceder esto, se las utiliza también en medicinas alternativas como la gemoterapia". Oriundo de Wanda, este joven recuerda que cierta vez, una mujer que estudiaba reiki lo invitó a que tomara un pedazo de cuarzo blanco en su mano izquierda, la del corazón, y lo apretara fuertemente: "¿Sentiste algo?", lo interrogó, a lo que Mario respondió que no. Acto seguido la mujer le sacó la piedra de la mano, la frotó y se la devolvió: "Y no sé si fue psicológico o qué pero sentí que la piedra vibraba en mi puño", remata con un dejo de incredulidad.
Obreros artistas.
Los obreros de las minas son verdaderos artistas, que en condiciones adversas deben detectar las geodas y trabajar sobre ellas con un cuidado exquisito para no destruirlas. Son los encargados de perforar la roca y de manipular la pólvora en el nivel exacto para que las explosiones no resulten perjudiciales al yacimiento. Munidos de martillos neumáticos, comienzan la exploración y, provistos de lámparas, van en busca de determinar el tamaño, color y cristalización de los minerales. La experiencia les enseña hasta dónde deben cortar la roca sin lastimar las geodas. Luego, con discos de corte de punta diamantina, clasificarán las gemas. César trabaja como minero desde hace un año y medio. Para él la mina es una fuente laboral que le permite la supervivencia: "El trabajar en una mina, aunque sea a cielo abierto, es muy sacrificado, porque es una tarea pesada y cuando no estás acostumbrado se vuelve difícil", asegura en un alto a su labor. Sus manos curtidas dan cuenta de lo que dice. "Cuando encuentro una piedra que sé que tiene valor me emociona pero también me alegra, porque en función de ello cobramos", dice.
La vida de la mayoría de los habitantes de Wanda está signada por las piedras preciosas.
La roca viva, antes de ser entregada a su comercialización como gema, deberá ser sometida al trabajo más fino. Luego de que las piedras son seleccionadas, pasan al taller donde se procede al corte, lijado y pulido. Allí se separaran las que van a ser utilizadas en bijouterie u otros menesteres y sólo alrededor de un 12 por ciento lleva como destino la joyería fina.
Eduardo Busch Warenycia pertenece, desde hace diez años, a la familia propietaria de la Compañía Minera Wanda, que tiene locales de venta de piedras preciosas en ciudades como Calafate, Bariloche e Iguazú. Asegura que la producción no alcanza para exportar pero que, de todas maneras, se han efectuado ventas a países como Japón, China y Turquía.
Este joven inquieto ha recorrido gran parte del mundo difundiendo los productos de la mina familiar. Eduardo es espontáneo y se le atraviesan las palabras en su afán por querer contarlo todo en un puñado de minutos. Dice que gracias a una resina de ámbar petrificada hace 60 millones de años que guarda en su interior un insecto prehistórico, que le pertenece y que le mostró a una clienta, recibió de ella una invitación: "Te voy a hacer el contacto para que entres en el club de diamanteros mundiales, de Londres. ¿Querés venir?" Al poco tiempo, Eduardo participaba del Congreso Mundial de diamantes que se realiza en esa ciudad. Como la historia de Eduardo, la vida de la mayoría de los habitantes de Wanda está signada por las piedras preciosas. Al menos, por la esperanza de encontrarlas algún día.
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