Conocida desde épocas remotas, es con la llegada de los jesuitas cuando comienza la explotación industrial de la yerba mate. El camino de su elaboración descubre secretos de una provincia que nació bajo el signo de la invención.
El payé -hechicero guaraní- gira alrededor del fuego bajo la penumbra de la noche. El paciente yace en el suelo mientras el hombre, con su rostro pintado, saca de una guayaca -pequeña bolsa de cuero- un polvo que aspira y cuyo resto esparce sobre el enfermo; las partículas de yerba mate molida caen lentamente deslizándose por el aire. Pronto, cuando el hechicero se comunique con los dioses, podrá saber qué tipo de porá -ser invisible vinculado con los animales o las plantas-, ha causado la enfermedad.
Todavía no es el tiempo de los conquistadores ni de los monjes jesuitas que, con la Biblia en la mano, van a ir en busca de nuevos conversos al cristianismo en lo que será el territorio misionero. Fue el padre Antonio Ruiz de Montoya quien supo dejar testimonio de la utilización de la yerba mate por parte de los originarios en su libro La Conquista Espiritual, publicado en Madrid en 1639 : "Esta yerba es consumida por muchos millares de indios; testigo soy de haber visto por aquellos montes osarios bien grandes que lastima el verlos y quiebra el corazón saber que los más murieron gentiles, descarriados en busca de sabandijas, sapos y culebras, y como no encuentran sus presas, beben mucha de esa yerba, que les hincha los pies, piernas y vientre, mostrando en el rostro sólo los huesos y la palidez de la figura de la muerte".
Prohibición hechicera.
Si bien el cultivo de la yerba mate era conocido desde épocas remotas previas a la conquista de los españoles, fue con la llegada de la Compañía de Jesús que se dio inicio a su explotación. La zona sur de la provincia es, en la actualidad, la de mayor producción yerbatera, pero fue en la región norte donde estas plantas supieron crecer naturalmente. Los guaraníes utilizaron la hoja de yerba para mascar y conocían sus propiedades alimenticias y reparadoras. En un principio, los españoles combatieron su consumo por considerarlo un hábito perjudicial y vinculado con la hechicería, pero no tardaron en aceptarla al conocer sus cualidades. El padre Antonio Sepp la definió así: "Es muy sana y tiene efectos beneficiosos en varios aspectos: refresca los pulmones y el hígado ardiente, no deja que se formen ni arenilla ni cálculos en los riñones o en la vesícula. Calma la sed, quita el hambre y reconforta el estómago".
Durante gran parte del siglo XVII las reducciones dependieron de los yerbales de Mbaracayú para proveer de yerba dos veces al día a unos 90 mil habitantes de las reducciones, y para pagar el tributo al rey. El gran logro de los misioneros fue domesticar los árboles de yerba, formando importantes plantaciones cerca de los pueblos.
Derivada de un árbol parecido al laurel, la yerba mate tiene un tronco gris blancuzco, de 4 a 6 metros de altura. Las hojas son de un largo de 8 a 10 centímetros y de borde dentado. Su fruto es una esfera pequeña que forma racimos alargados y que, maduro, es de un color violeta oscuro. De las cuatro semillas que tiene cada fruto, germina sólo una, que suele pasar meses y hasta años en la tierra hasta brotar.
Los productores
En la actualidad, Misiones produce y comercializa yerba mate molida o con palo en grandes cantidades, que se destina al consumo interno o a exportaciones hacía países como Paraguay, Siria o Líbano, entre otros. La ciudad de Apóstoles cuenta con cerca de ocho establecimientos yerbateros, entre los que se destaca La Cachuera, fabricante de la yerba Amanda, una de las primeras marcas y también una de las de mayor consumo a nivel nacional. Es asimismo productora de arroz y de las mieles Amanda y Jesuítica.
Apóstoles fue fundada en 1897, y por entonces recibió la inmigración de cientos de colonos de origen eslavo, que llegaron al país en su gran mayoría procedentes de la Europa central en busca de tierras, trabajo y mejores condiciones de vida. Entre ellos se destacaría un niño de origen polaco, esmirriado, de cabellos rubios y ojos claros, cuyo nombre era Juan Szychowski y quien, junto con su familia, fundaría el establecimiento yerbatero (ver recuadro).
Diego Wdoviak, bisnieto de Szychowski, se desempeña como jefe de Producción de la empresa y cuenta que la industria de la yerba mate está dividida en tres subindustrias: el productor tradicional de las hojas, quien cultiva la yerba y la vende al secadero; los secaderos, que reciben la hoja verde y realizan la secanza para más tarde venderla a los molinos, que la van a moler, envasar y comercializar como producto terminado. Según Wdoviak, dentro de la provincia se realizan los tres procesos en forma individual, aunque advierte que las empresas líderes los ejecutan en establecimientos propios.
En la secanza la hoja suele perder un 65 por ciento de su peso, por lo que, cada tres kilos, se obtiene sólo uno de yerba. En el mismo secadero se realiza una molienda gruesa y embolsada que se destina hacia las plantas industriales para su estacionamiento. Los cultivos se llevan a cabo en viveros. Cuando la planta obtiene cierto tamaño y vigor, pasa a la plantación y a los cinco o seis años se empieza a producir.
En el establecimiento trabajan cerca de 400 personas y para las cosechas se suele contratar personal extra. "Una virtud de la yerba Amanda -dice Wdoviak- es el saber mantener un sabor homogéneo, cosa que es difícil de lograr". Explica que la variedad de hoja es una sola pero su sabor puede variar debido a distintos agentes externos, como los suelos con composiciones químicas diferentes.
Es común en ciudades como Posadas el hecho de que se consuma mate en conferencias o el encontrar termotanques en las esquinas o en lugares públicos para proveer de agua caliente a los materos. La mitología popular le ha conferido curiosos códigos: si se lo sirve amargo es señal de indiferencia, dulce es signo de amistad, con toronjil significa disgusto, con café es una ofensa perdonada, espumoso es cariño verdadero, hervido delata envidia y es una falta de respeto servirlo por la izquierda. También se dice que está enamorado quien se encuentra con la bombilla atorada.
El ingenio de don Juan
"Misiones nació bajo el signo de la invención porque debió crear de la nada la maquinaria de su industria madre que no existía en Europa", aseveró un recordado escritor y periodista en su relato sobre la provincia de la yerba mate. El lugar que visitó Cosas Nuestras testimonia esa afirmación. La camioneta cuatro por cuatro avanza veloz por la ruta provincial 1, mientras la lluvia intermitente -que no cesa de caer después de una larga sequía de ocho meses- acentúa el tono colorado de la tierra misionera. El verde se sucede interminable hasta llegar al cruce de caminos, donde el vehículo se desvía y toma por una senda de tierra que, a pesar de la lluvia, se encuentra en buen estado. Seis kilómetros más adelante ingresaremos a La Cachuera, un señorial predio de 88 hectáreas que fuera fundado por el colono polaco Juan Szychowski. Fue en este sitio, distante unos 80 kilómetros de Apóstoles, donde en 1997 sus descendientes crearon un museo que, como homenaje, lleva su nombre
Acompañados por su nieta Amada Szychowski -una bella mujer que supo ser reina de La Fiesta Nacional del Inmigrante de Oberá-, y por Abel Yanochauski -un joven de 24 años, descendiente de inmigrantes ucranianos, quien oficiará de guía-, nos internamos en este lugar que nos irá contando la vida y obra de un aventurero llegado a los once años de su Polonia natal, acompañado de sus padres y familia y quien, con enorme ingenio, llegó a crear casi una ciudad en unas pocas hectáreas de tierras adjudicadas por el gobierno misionero en 1900. Tras las paredes del museo nos esperan maquinarias y herramientas tales como un torno de madera con fresa de acero, que era accionado con un malacate a tracción a sangre, y otro torno de precisión, enteramente de metal, que se presume fue el primero de ese tipo construido en el país y que no tiene una sola pieza comprada, incluidas las poleas. También vemos la construcción de una compleja máquina de molienda y envasado de yerba mate, un molino de arroz y maíz y una elaboradora de almidón de mandioca. Y una represa, construida sobre el arroyo Chimiray, que alimentaba una usina generadora de electricidad para toda la planta y cavada a pulmón en una tarea titánica.
Ese hombre de cabellos rubios y mirada vivaz percibida tras unos lentes de marco fino, también supo crear una fumigadora de hormigas que, accionada a manivela, se alimentaba de carbón y sulfuro. Tanto fue el asombro que sus ingenios despertaron, que un periodista de nombre Frank Shorr, de la National Geographic Magazine, atraído por ellos, escribió hacia fines de 1956 un detallado artículo sobre este visionario, que un año más tarde sería nombrado miembro honorario de esa prestigiosa revista científica. Juan Szychowski murió en 1960 y sus obras permanecen en el museo que lleva su nombre y en la memoria de los suyos: "Es que el abuelo era un genio", dice con ternura su nieta Amanda, mientras se le ilumina el rostro al observar una cuna íntegramente elaborada en metal, que don Juan construyó para acunar el sueño de sus descendientes.
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