La capital provincial es el punto de partida de un fascinante recorrido que vincula las bodegas artesanales y olivares de la Sierra de Velazco con la Quebrada de los Cóndores y el circuito minero de Chilecito, sobre las montañas de Famatina. Sabores típicos, opciones de turismo aventura y una excursión guiada hasta el Parque Nacional Talampaya.
Morder con ganas una aceituna carnosa, llena de pulpa. Quedarse quieto y en silencio ante una pared de piedra de casi cien metros de altura. Sentir un vértigo de niño de bicicleta en bajada, al subirse a un carrovela. Son algunas de las postales de belleza simple que se viven en un recorrido por los paisajes de la provincia de La Rioja .
El avión ya sobrevuela la tierra del caudillo “Chacho” Peñaloza. A los pocos minutos, una combi comienza a recorrer la ruta –unos 100 km– hacia el norte, hasta llegar a la localidad de Arauco , cerca del límite con Catamarca. El paisaje es árido, recubierto por un cielo celeste claro. De repente, aparece una gran extensión de tierra seca, arcillosa y plana, como si un gigante prolijo hubiese trabajado largas horas con un palo de amasar. De fondo, se ven los cordones de la Sierra del Velasco. Y aparece un cartel: “Vientos del Señor”.
Es un complejo turístico municipal, con refugios de adobe, asadores, hornos de barro y una confitería. Pero la gran atracción acá es la navegación en tierra, la práctica del carrovelismo y el kitebuggy. Uno de los instructores ya está subido al carro con ruedas y vela, en esa enorme extensión de 7 kilómetros de largo por 3 kilómetros de ancho. Basta un empujón para que comience a moverse. Puede llegar a una velocidad de casi cien kilómetros. El viento hace su trabajo y el piloto mueve unas cuerdas para darle dirección. Al poco rato, nos alejamos del refugio. Diez metros, cien, quizá mil. Otra de las opciones es el kitebuggy, con el mismo mecanismo pero impulsado por un gran barrilete. En cualquiera de los casos, la sensación es la misma: vértigo dulce, de montaña rusa, de bicicleta sin rueditas.
Muy cerca de Arauco y a 115 km al norte de la capital, Aimogasta es el gran polo olivícola del país. La variedad emblemática es la aceituna arauco , que se cosecha verde o madura y se utiliza para mesa, conserva y aceite. El 70 por ciento del aceite de oliva elaborado en la Argentina se produce en La Rioja. Por esa razón, no se puede pasar por esta zona y dejar de probar una de estas aceitunas grandes y de pulpa llamativa.
Una buena forma de conocer cómo es la producción es visitar algunas de las aceituneras que producen en la zona. Fundada a mediados de los años 50, Hilal Hermanos es una de las más tradicionales, que conservan el método tradicional de molino de piedra, prensa hidráulica en frío y filtrado por decantación natural. En todo el proceso, no interviene ningún agente químico. La molienda se hace con aceitunas frescas, que no se almacenan por más de 24 horas luego de ser cosechadas de forma manual. Tanto Hilal como Agroarauco, entre otros establecimientos, ofrecen visitas guiadas.
La combi recorre la mítica Ruta Nacional 40 hasta llegar a Chilecito , polo vitivinícola del país, ciudad minera por excelencia y dueña de un paisaje imponente, con la Sierra de Famatina como telón de fondo. Uno de los lugares ineludibles de este destino –y una muy recomendable forma de conocer su historia– es el circuito de las instalaciones abandonadas del Cablecarril Chilecito-Mina La Mexicana, una obra de principios del siglo XX que fue vanguardista en aquellos años. A través de las estaciones que transportaban los minerales que se extraían (oro, plata y cobre) y a lo largo de 35 kilómetros, el visitante podrá internarse en valles, montañas y cruzar abismos en las entrañas de los cerros.
En aquellos primeros años del siglo pasado, el apogeo minero posibilitó al pueblo contar con una de las primeras líneas telefónicas del país. En la actualidad se practica aquí trekking, safari fotográfico, turismo minero y geológico. Y se puede pasar la noche en uno de los refugios reciclados que fueron emplazados junto a las instalaciones del yacimiento minero. Cualquiera sea su próximo destino en La Rioja, no abandone esta región sin pasar por la Cuesta de Miranda , que une el Valle de Chilecito con el del Bermejo. Son diez kilómetros de un bellísimo camino de cornisa, con farallones de color rojo intenso.
Después de algunos días de viaje, llegó la hora de visitar la gran joya de La Rioja: el Parque Nacional Talampaya . Llegar a esta región desértica, parte de la Cuenca Triásica de Ischigualasto, es remontarse a más de 250 millones de años. Con el tiempo, el parque fue sumando excursiones y nuevas opciones para ver apenas una parte de las 215 mil hectáreas de la reserva. El lugar más elegido y emblemático es el Cañón de Talampaya, ese gran paredón de 150 metros.
La excursión Safari Aventura propone el recorrido en un camión 4x4. Primero aparece la puerta del cañón, después un algarrobo de 200 años y las enormes rocas con geoformas extrañísimas. Allí están El Monje, La Catedral –“Gaudí seguramente vio esto antes de hacer La Sagrada Familia” arriesga el guía–, El Cóndor y muchas otras más. Otra opción es recorrer la zona en bicicleta o durante las noches de luna llena.
A la tarde, después del almuerzo bajo un algarrobo, la excursión en el parque sigue con Quebrada Don Eduardo. Hugo Páez, uno de los guías, hace un listado de las plantas arbustivas que se encuentran, muestra el verde del chañar brea y el inca yuyo; luego cuenta la historia de unas momias que se encontraron intactas. En una caminata de unas tres horas, se maravillará con los miradores esculpidos por el tiempo y tendrá una perspectiva diferente de las clásicas del parque.
Al final, como quien descubre un tesoro escondido, puede ir al Cañón del Arco Iris, uno de los lugares menos frecuentados por los turistas que visitan el parque por poco tiempo. Se llega en camioneta, después de recorrer el lecho seco de varios ríos. En algún momento, cuando la caminata avance, encontrará grandes paredones perforados por el río. Verá piedras cortadas como a máquina por la amplitud térmica. Piedras ocres, rojas, verdes y blancas. Y encontrará quizá el silencio más perfecto de todo el viaje.
A 180 kilómetros hacia el sur de la capital riojana, después de atravesar un camino lleno de piedras gigantes llegamos a la Reserva Natural Quebrada de los Cóndores , un destino poco explotado y una de las grandes bellezas de la travesía. El lugar es la morada de unos 200 cóndores que planean muy cerca de los visitantes. Primero se llega al paraje de Tama, luego a Sierra de los Quinteros y desde allí se necesitan un par de horas de cabalgata. La parada final es en un gigantesco peñasco que oficia de mirador. Al poco tiempo llegarán los cóndores, sobrevolando en círculos para luego avanzar hacia sus nidos.
En el puesto de San Cruz está La Posta de los Cóndores, una construcción con capacidad para 25 personas. Allí alguien preparará un chivito al horno, con verduras que saben a verdura. Y buen vino riojano. Si tiene mala suerte con el tiempo y no puede hacer la excursión, en el lugar se exhiben dos cóndores en cautivero, que fueron curados después del ataque a tiros de unos cazadores.
Ya quedan pocas horas para volver a casa. En la cena de despedida, alguien propone un brindis. Alguien voltea una copa, pero a nadie le importa. La noche avanza más calma que nunca, entrenada en el silencio, sin pedir perdón ni permiso. Al volver a casa, queda fijado como un cardón el recuerdo de la sobremesa sin apuro. Y vuelven la imagen de la pared infinita del Talampaya y el sabor dulce de un vino morado riojano.
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