Año tras año miles de turistas se dan cita en lugares como el cerro Catedral, Chapelco y Cerro Bayo, dispuestos a disfrutar el tradicional deporte del esquí.
Los vio pasar como un haz de luz moviendo los brazos suavemente enfundados en sus trajes sintéticos hasta perderse en la distancia. En su lento recorrido se iba sucediendo el paisaje como una bendición derramada sobre las laderas del cerro Catedral. Penosamente lograba mantener el equilibrio sobre las tablas de esquí, hasta que vio a la mujer que se sostenía de un cartel publicitario con ambas manos. Entonces el hombre sonrío: supo que sólo a los experimentados les estaba reservado el don de volar sobre la nieve. La escena se repite cotidianamente en las laderas nevadas. Unos parecen dominar la montaña, la inmensidad del paisaje, la velocidad.
Otros, con mucha suerte pueden sostenerse en pie algunos metros. Pero la mayoría comparte el sueño renovado de poder subir a la montaña y deslizarse sobre ella, una hazaña que comenzó a hacerse realidad a principios del siglo pasado.
De la mano de los pioneros que arribaron a la región poco después de 1900, procedentes de Europa central, en los cerros que rodean al lago Nahuel Huapi fueron surgiendo nuevos y hoy importantes pilares del mundo del esquí. Al mayordomo de una estancia ubicada en la península Huemul, Ernesto Ricketts, se lo considera el primero en usar "las tablas" (así las llamaban en la época) allá por 1910, según cuenta Schatzi Bachmann en su Historia del Esquí en Bariloche. En 1929, cuando esta ciudad era apenas una aldea, el médico santafesino Juan Javier Neumeyer decidió instalarse en la población y de su equipaje -recién había regresado de Alemania- sorprendieron los esquís.
Un año más tarde llegó, también de Alemania, el gimnasta Otto Meiling, quien al poco tiempo fundó la primera agencia local de turismo. Fue discípulo de Neumeyer en la práctica de este deporte. A ellos se sumó el empresario transportista Reynaldo Knapp. Estos tres hombres concitaron el asombro al ascender al cerro Ñireco, del que bajaron deslizándose por la ladera. Como carecían de pieles de foca, - que evitaban los resbalones en la subida -, recurrieron a sogas que enrollaron en torno a "las tablas". Tras la hazaña concretaron la fundación del Club Andino Bariloche, actualmente guía de deportistas y visitantes. Otro nombre destacado de esos años fue el de Otto Muhlenpfordt, quien construyó un par de esquís en madera de ciprés y los lucía en la isla Victoria.
En 1930 el ebanista Heriberto Tutzauer abrió un taller de carpintería y, con la estrecha colaboración de Meiling, puso en acción la primera fábrica nacional de esquís. Para arquear la punta de "las tablas", que inicialmente medían unos dos metros, se las sumergía todo un día en agua en pleno hervor. Una vez ablandadas, se las curvaba con la presión de poderosos ganchos. Los herrajes estaban a cargo de Don Jung, uno más de los inmigrantes germanos, y los bastones eran de caña de colihue.
Pinta de época.
El atuendo de los esquiadores, que mezclaba estilos y costumbres, visto desde hoy parecía bordear el ridículo. Los anuarios del Club Andino revelan que se daba cierta influencia gauchesca. Componían el equipo botines de cuero duro, medias de lana gruesa, bombachas de campo, chaquetas alpinas y una boina cubriendo la cabeza. Pasaron más de 70 años y ahora se recomienda (y se ha impuesto) el uso de camperas y pantalones impermeables (de nylon), cascos y gorras que prácticamente cubren el rostro entero, antiparras para las nevadas y lentes para el sol con protección para rayos UV. Las botas son enormemente sofisticadas y las fijaciones deben ser reguladas por un profesional. Los esquís son más pequeños, encerados en la base y afilados en los cantos. Todo sugiere que si aquellos pioneros se cruzaran con el look del más modesto de los esquiadores actuales enmudecerían, convencidos de haberse topado con seres de otro planeta.
Los pioneros suponían que las mejores canchas para esquiar eran las del cerro Otto, pero después entendieron que las superaban las del Catedral. Se construyeron refugios en las alturas y las cima y se tendieron medios mecánicos de ascenso. La corriente de turismo de mayor intensidad se registró en 1934. Acababa de habilitarse una línea ferroviaria directa desde Buenos Aires y se había creado el Parque Nacional Nahuel Huapi. En los años 50 se iniciaron los servicios aéreos y Bariloche empezó a ponerse de moda como destino de los viajes de Luna de Miel, lo que trajo aparejada la inauguración de hoteles, restaurantes y galerías comerciales. Hoy no sólo se practica el esquí nórdico, de travesía o de alta montaña, sino también el snowboard, el trekking y la escalada en piedra. De ahí que nuestras pistas sean escenario de relevantes competencias internacionales.
Los vio pasar como un haz de luz moviendo los brazos suavemente enfundados en sus trajes sintéticos hasta perderse en la distancia. En su lento recorrido se iba sucediendo el paisaje como una bendición derramada sobre las laderas del cerro Catedral. Penosamente lograba mantener el equilibrio sobre las tablas de esquí, hasta que vio a la mujer que se sostenía de un cartel publicitario con ambas manos. Entonces el hombre sonrío: supo que sólo a los experimentados les estaba reservado el don de volar sobre la nieve. La escena se repite cotidianamente en las laderas nevadas. Unos parecen dominar la montaña, la inmensidad del paisaje, la velocidad.
Otros, con mucha suerte pueden sostenerse en pie algunos metros. Pero la mayoría comparte el sueño renovado de poder subir a la montaña y deslizarse sobre ella, una hazaña que comenzó a hacerse realidad a principios del siglo pasado.
De la mano de los pioneros que arribaron a la región poco después de 1900, procedentes de Europa central, en los cerros que rodean al lago Nahuel Huapi fueron surgiendo nuevos y hoy importantes pilares del mundo del esquí. Al mayordomo de una estancia ubicada en la península Huemul, Ernesto Ricketts, se lo considera el primero en usar "las tablas" (así las llamaban en la época) allá por 1910, según cuenta Schatzi Bachmann en su Historia del Esquí en Bariloche. En 1929, cuando esta ciudad era apenas una aldea, el médico santafesino Juan Javier Neumeyer decidió instalarse en la población y de su equipaje -recién había regresado de Alemania- sorprendieron los esquís.
Un año más tarde llegó, también de Alemania, el gimnasta Otto Meiling, quien al poco tiempo fundó la primera agencia local de turismo. Fue discípulo de Neumeyer en la práctica de este deporte. A ellos se sumó el empresario transportista Reynaldo Knapp. Estos tres hombres concitaron el asombro al ascender al cerro Ñireco, del que bajaron deslizándose por la ladera. Como carecían de pieles de foca, - que evitaban los resbalones en la subida -, recurrieron a sogas que enrollaron en torno a "las tablas". Tras la hazaña concretaron la fundación del Club Andino Bariloche, actualmente guía de deportistas y visitantes. Otro nombre destacado de esos años fue el de Otto Muhlenpfordt, quien construyó un par de esquís en madera de ciprés y los lucía en la isla Victoria.
En 1930 el ebanista Heriberto Tutzauer abrió un taller de carpintería y, con la estrecha colaboración de Meiling, puso en acción la primera fábrica nacional de esquís. Para arquear la punta de "las tablas", que inicialmente medían unos dos metros, se las sumergía todo un día en agua en pleno hervor. Una vez ablandadas, se las curvaba con la presión de poderosos ganchos. Los herrajes estaban a cargo de Don Jung, uno más de los inmigrantes germanos, y los bastones eran de caña de colihue.
Pinta de época.
El atuendo de los esquiadores, que mezclaba estilos y costumbres, visto desde hoy parecía bordear el ridículo. Los anuarios del Club Andino revelan que se daba cierta influencia gauchesca. Componían el equipo botines de cuero duro, medias de lana gruesa, bombachas de campo, chaquetas alpinas y una boina cubriendo la cabeza. Pasaron más de 70 años y ahora se recomienda (y se ha impuesto) el uso de camperas y pantalones impermeables (de nylon), cascos y gorras que prácticamente cubren el rostro entero, antiparras para las nevadas y lentes para el sol con protección para rayos UV. Las botas son enormemente sofisticadas y las fijaciones deben ser reguladas por un profesional. Los esquís son más pequeños, encerados en la base y afilados en los cantos. Todo sugiere que si aquellos pioneros se cruzaran con el look del más modesto de los esquiadores actuales enmudecerían, convencidos de haberse topado con seres de otro planeta.
Los pioneros suponían que las mejores canchas para esquiar eran las del cerro Otto, pero después entendieron que las superaban las del Catedral. Se construyeron refugios en las alturas y las cima y se tendieron medios mecánicos de ascenso. La corriente de turismo de mayor intensidad se registró en 1934. Acababa de habilitarse una línea ferroviaria directa desde Buenos Aires y se había creado el Parque Nacional Nahuel Huapi. En los años 50 se iniciaron los servicios aéreos y Bariloche empezó a ponerse de moda como destino de los viajes de Luna de Miel, lo que trajo aparejada la inauguración de hoteles, restaurantes y galerías comerciales. Hoy no sólo se practica el esquí nórdico, de travesía o de alta montaña, sino también el snowboard, el trekking y la escalada en piedra. De ahí que nuestras pistas sean escenario de relevantes competencias internacionales.
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