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Luisa Calcumil con la voz de la antigua sabiduría mapuche heredada de sus "queridos antiguos".

Protagonizó la película Gerónima y lleva por el país y el mundo la sabiduría mapuche heredada de sus "queridos antiguos". 

Tan dulce como firme en sus convicciones, consagra su existencia a la defensa y la difusión de la cultura de sus paisanos.
Luisa Calcumil -cuyo apellido significa Oro del Brujo-, es profunda hasta cuando bromea. Dice que enfrenta la triple adversidad de ser "mujer, indígena y artista". Protagonista de la película Gerónima, de Raúl Toso; recordada por su papel en La Nave de los Locos, de Ricardo Wullicher, es una viajera incansable que lleva su arte y su mensaje allí donde la llamen. 


Honrada con decenas de premios, esta mujer de 54 años, menuda, de ojos penetrantes y hablar pausado, acaba de llegar del Foro Mundial de Barcelona 2004, al que fue invitada como representante de la cultura mapuche. 

En la dimensión de la calidez de su casa, insertada en un barrio obrero, entre la atención de un marido carpintero y la preocupación permanente por la historia de su pueblo, Calcumil ya está pronta para partir hacia donde otros la esperan para aprender con ella, para compartir con ella.
Cuando le preguntan por su lugar de nacimiento, usted dice "Fishke Menuco", ciudad de Río Negro que en los mapas oficiales lleva el nombre de General Roca. ¿Qué significan para usted esas dos denominaciones?
Yo nací el 18 de febrero de 1950 en Fishke Menuco, que significa Pantano Frío, y así es como llamaban a este lugar los queridos antiguos y así yo lo sigo llamando. Lo que pasa es que hay tantas contradicciones en la historia que nos han contado que justamente yo no voy a disimular eso ni tampoco voy a decir otro nombre del lugar donde naturalmente he nacido. Al contrario. Puedo dar testimonio de que estamos vivos y de que somos gente natural, de una profunda vida espiritual heredada de nuestros queridos antiguos.

¿Desde cuándo es artista?
Alrededor de los 25 años tuve la posibilidad de acceder a esta expresión. Cuando yo empecé, en 1975, eran años muy difíciles y algunos directores, que andaban buscando un refugio dónde ampararse, llegaban a lugares tan apartados como éste. Acá llegó un director maravilloso, un maestro del teatro independiente, Eugenio Filipelli. Con él comencé, he abrevado en el teatro popular y me siento una trabajadora que genera espectáculos de cuño indígena y popular.

¿Cómo la sienten a usted los mapuches?
Hay gente que conoce mi trabajo, mis paisanos, y son los que me llevan a distintas comunidades. Yo nunca llegué para decir "bueno, acá vengo, vean lo que traigo". No. Como soy paisana, tengo como unos modos diferentes. Si a mí no me invitan, yo no me voy a ir a poner por delante. Lo que más me hace sentir feliz es que mis paisanos sientan que pueden llamarme e invitarme a sus escuelas rurales, a sus comunidades, a sus ceremonias y sientan que tienen al lado a una paisana, no a una estrella sino a alguien que ha podido decir las cosas que tal vez ellos están pensando o que se apagaron tanto tiempo.

Se sienten muy bien representados por usted.

Yo no sé, porque representación me suena a democracia, democracia me suena a elección, y a mí nadie me ha elegido sino que tengo una tarea que llevo con alta pasión y que está destinada a dar a conocer nuestros valores, nuestra cultura, nuestras delicadezas paisanas, como digo yo. A nosotros siempre nos han pintado con los colores del dolor, con los colores de la tristeza, y si todo eso hubiera sido nuestra existencia, nosotros no estaríamos vivos. Hay algo más fuerte y eso es lo que yo trato de transmitir para ganar no el reconocimiento para una actriz sino para todo un pueblo que está vivo, que sigue teniendo hijos, que sigue pensándose parte de este país y que necesita reconocerse, ¿no?

¿Usted cree que hay una verdadera integración entre las comunidades aborígenes y el resto de la población?
Como todo es un proceso, creo que se ha dado una apertura muy grande que permite que la sociedad argentina por lo menos esté atenta. Lo peligroso es estar de moda o pasar por un objeto exótico y llamativo de manera individual.

¿Dónde prefiere actuar?
Para mí lo maravilloso es el público. Y la verdad, si usted abre el diario de hace veinte días, La Voz del Interior, ha saltado en la tapa "Ovación para Luisa Calcumil en Córdoba". En Buenos Aires sucede lo mismo, en Rosario, en Bariloche, en una escuela de la Patagonia. La verdad es que no puedo hacer ninguna distinción porque siempre la hondura y ese respeto, y esas posibilidades de tener público y de tener quién organice -sin que haya atrás de mi trabajo un productor o una firma que auspicie-, eso, yo creo que habla de otra Argentina.

Cuando actúa en algún lugar de Europa ¿existe ese entendimiento? ¿O es una moda de los europeos mirar para acá y decir "ay, qué lindo, viene una india de Argentina"?
Claro, de Sudamérica... Pero a mí, no sé si será por la forma que tengo de comunicarme, que muy pocas veces me ha llamado gente que está desubicada, digamos. Y cuando he ido a trabajar a Francia, o a Alemania, siempre la gente que me convoca es de alta mirada humanística. Por suerte, creo que la gente a mí me cuida y sabe en qué marco invitarme.


Entonces, nunca se sintió discriminada como actri
z.
En realidad sí, en muchas ocasiones. Pero yo no hago hincapié en la discriminación que se hace conmigo.

¿Y como integrante de la comunidad mapuche?
Yo estoy más expuesta que el resto, pero bueno, también muchas veces digo que lo que pasa es que se me hace difícil porque enfrento la triple adversidad de ser mujer, indígena y artista.

Claro, es demasiado, ¿no?
Y ya ando cincuenteando largo, así que en cualquier momento empiezo con el tema de la tercera edad también... (se ríe)

¿Cree que desde su trabajo como actriz y todo lo que usted hace enseñando, se puede modificar algo?
Sí, se puede modificar mucho. Pero además porque yo creo que nuestro pueblo ha sufrido distintos atropellos. Hay que hablar de la historia reciente, también, y no tan reciente, como el proceso militar, como el tema de Malvinas, como toda la crisis que estamos pasando. Creo que eso ha hecho que mucha soberbia, que mucha indiferencia haya desaparecido. Entonces, yo encuentro en distintos lugares grupos trabajando, especialmente en el sector más humilde. Que lamentablemente a veces aparecemos sólo en los casos de violencia. Pero no se habla de todo lo que construye la gente en el trabajo, la gente que tiene ascendencia campesina, que tiene una fuerza moral más grande y entonces no se deprime tan rápido y no pasa a ser una víctima, sino que pasa a ser un brazo que se extiende para amparar a alguien que está en la droga, o que está tomado por el flagelo del alcoholismo o que está ahí, sin trabajo, que vamos generando en distintos rincones actividades colectivas que tienen que ver con la alegría.

¿Qué otros referentes hay de la cultura mapuche, aparte de usted? Recuerdo a Aimé Painé, que murió hace unos años.
En realidad, Painé fue una gran trabajadora de la cultura. Fue la primera, cuando nadie se atrevía ni siquiera a decir "mi abuela es indígena". Ella murió joven, en 1987. Yo tengo un trabajo en el espacio del arte, de la cultura. Hay comunidades que tienen sus lonkos (caciques), sus ancianos, sus ancianas, sus jóvenes que militan también en las reivindicaciones de los derechos de nuestra gente. Esto es real en la Patagonia, en el Neuquén, en el Chubut, en Río Negro. Hay gente nuestra que enseña la lengua, también. Entonces, yo creo que -sin querer competir para nada, al contrario-, hay en la familia mapuche mucho trabajo, mucha conciencia también. Y fundamentalmente, nosotros aquí, en la Patagonia, llevamos adelante nuestra máxima ceremonia religiosa, el Nguillatún. Para mí, este acontecimiento es un bastión cultural.

¿Usted siempre participa?
Sí, me invitan los caciques, los jóvenes, nuestra gente mayor de distintas comunidades. Donde puedo llegar, llego.

¿Cómo sintió la comunidad mapuche, hace unos pocos años, la proyección de una telenovela que describía algunas costumbres y rituales de la gente del Sur? Transcurría en San Martín de los Andes, con Héctor Alterio como protagonista.
Sí. Me llamaron, y cuando me propusieron el trabajo, me hablaron de lo económico. Entonces yo dije "no, yo antes de hablar de lo económico, lo que quiero es ver el guión". Y bueno, santas pascuas, no me llamaron más. Lo que pasa es que... no se profundiza. Es que no les da el tiempo, con la vertiginosidad con que se hacen estas cosas. Y además, la ficción la pensaron ellos así. Yo, como artista, en las películas que he filmado, siempre he conversado muchísimo con los directores y más de una vez se me dijo "pero Luisa, esto es una ficción". Y yo les digo "sí, pero una ficción que habla de nosotros".

Ustedes tienen la figura de la machi (sacerdotisa), del lonko (cacique).
En realidad, en la parte de Argentina no quedan machis. Y hace muchísimos años que no quedan, ¿eh? Lo que pasa es que la gente que no sabe, arma cosas y, como no conoce profundamente, toma un libro y dice "la machi, el cacique..." y ya sobre eso da vueltas, ¿no? Entonces, si yo digo "no hay machis", dicen "ah, qué lástima, qué deterioro de la cultura".

¿Cómo es su vida cotidiana?
Yo ando trabajando, no tengo representante, tampoco ando haciendo contactos, pero ya lo que me requiere la gente hace que yo tenga que atender mucho mi trabajo. Tengo cinco propuestas expresivas de cuño popular e indígena, algunas son más teatrales y otras son más musicales, y las voy llevando a distintos lugares. Donde me invitan, llevo. Entonces, mi vida cotidiana tiene que ver con atender esa parte de mi trabajo, con mi entrenamiento como actriz, y también la atención que merecen mis paisanos. A veces a mí me llega visita. O yo tengo que pasar a visitar a alguien. Por ejemplo, a una gran artesana nuestra, que yo tengo que atenderla, que yo la tengo que visitar a ella, porque ella es una sabia. Y porque ella con su palabra y su trabajo, me cuida, también. Y hace muchos años. Y eso es parte de mis exigencias, de mi autoexigencia.


Anda como la hormiguita viajera, de aquí para allá.
Sí. Pero también es hermoso poder decir que vivo aquí en el Sur y que puedo recibir visitas aquí en el Sur. Mis paisanos me visitan. Hombres, mujeres, niños, ancianos, a mi casa llegan. Y eso a mí me da también una gran alegría.

Tiene una casa muy cálida.
Y, sencillita, pero sí. Vivo con mi marido, con el que hace treinta años estoy, con el que he tenido dos hijos: una mujer y un varón. Mis hijos ya andan lejos, han decidido ser artistas ellos también, y mi marido es carpintero. Es un hombre sencillo, nacido en la provincia del Chubut, en el campo. No es mapuche, él es criollo, de raíz campesina.

¿Sus hijos tienen nombres mapuches?
No, no. Mi hija tiene el nombre de mi madre y mi hijo tiene el nombre de un abuelito mapuche que me enseñó cosas muy importantes cuando yo era muy pequeñita.

Está de moda poner nombres mapuches, ¿no?
Sí, le ponen al hijo Nahuel pero al ratito, cuando se porta mal, le dicen "no seas indio".

Usted utiliza mucho el humor en sus obras, aunque sean cosas trágicas las que narra.
a ironía tiene esta posibilidad de calar hondo en la lucidez, me parece. Si uno no quiere ser chabacano, tiene que ser muy inteligente para abrevar en el humor. Yo tengo esta pertenencia con mis paisanos y vivo con ellos y me llamaba la atención que siempre nos han pintado con los colores de la tristeza y del silencio. ¡Y nosotros cuando nos juntamos nos divertimos tanto, nos reímos tanto! Y a la par, hombres y mujeres. Es digno de ver como uno dice una cosa más ingeniosa que el otro, y sin agredirse. Entonces, por eso es que en mis obras aparece el humor. Un humor que a veces es muy ácido y otras veces muy tierno.

¿Cuál es su trabajo más solicitado?
Hay un proverbio mapuche con el que yo he titulado una de las obras más requerida: "Es bueno mirarse en la propia sombra". Y es muy importante el contenido, no sólo de la obra sino el contenido de esa frase, para nosotros. Porque mirarse en la propia sombra es ver lo que uno es, lo que uno alcanza, y es una cuestión de autocrítica también, porque para nosotros, si no vemos nuestra sombra, significa que la hemos perdido. Y significa que nuestro espíritu ha sido robado y que cuando ya no estemos vivos, nuestro espíritu estará al servicio del mal. Entonces, si perdemos nuestra sombra, es porque algo hemos hecho mal, o porque algo malo nos ha tocado. Por eso es muy importante para nosotros el sol, por eso la naturaleza, por eso permanentemente nos referenciamos con la naturaleza. A mí, que soy perteneciente al linaje del oro, un anciano me dijo "pero tenga cuidado con la pretensión de querer brillar más que el sol". Así me dijo.

Y usted seguramente tiene cuidado.
Por eso justamente lo alcancé a escuchar. Por eso digo, eso significa para mí vivir en el Sur. Eso significa para mí -aunque viaje en avión y maneje una computadora- ser mapuche.

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