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El camino del silencio.

El tren Expreso Rionegrino une las ciudades de San Carlos de Bariloche e Ingeniero Jacobacci. Cinco pueblos viven de lo que el ferrocarril lleva y trae. Es un pintoresco recorrido desde el lago Nahuel Huapi que va adentrándose en la estepa.

Cuando el reloj de la estación ferroviaria de San Carlos de Bariloche marca las 5 de la tarde, Abelardo Juan, guarda de toda la vida, colgado del estribo da la señal de partida.
El fuerte silbido de la locomotora marca el rito que este hombre, enfundado en su uniforme azul, repite tres veces a la semana. Lentamente el tren comienza a dejar atrás la cordillerana ciudad turística para ir al encuentro de Ingeniero Jacobacci, pueblo de las estepas, enclavado en el corazón de la provincia de Río Negro.

Tres vagones con 212 asientos transportan a hombres y mujeres, alguno de cuyos rostros deja percibir la emoción de una belleza natural que lleva a enmudecer. De a tramos el silencio parece adueñarse del vagón, las miradas absortas en algún punto del paisaje. Son 198 kilómetros de vías bordeadas por una ruta sinuosa de ripio y que es otro de los enlaces entre los pueblos.

El viento patagónico barre unas nubes grises ni bien el tren sale de la estación camino a la primera parada, Nirihuau. La estepa muestra sus coirones -matas de unos sesenta centímetros de alto que abundan en estos parajes-, los pastos bajos y la inmensidad de una belleza ascética. "No sé que haríamos sin este ferrocarril", comienza a decir Daniel Montenegro, quien lleva como destino Pilcaniyeu, uno de los últimos poblados del recorrido. "Hay un micro, es cierto, pero cuesta el doble. Gracias al tren, durante todo el año llegan desde gallinas y hasta huevos hasta los maestros que nos vienen a enseñar", concluye este hombre de rostro esculpido por la inclemencia de los vientos patagónicos.

"Somos pobres... pero a la Patagonia la tenemos en las manos y la mostramos", añade Alejandro Mairé, el otro conductor, que hace 16 años llegó a Bariloche desde Buenos Aires y nunca más se fue. "Trabajar como conductor en este lugar tiene un carácter social muy importante. Estamos a las órdenes de los pobladores. Paramos el tren donde nos lo pidan", dice. La comprobación no tarda en producirse cuando un grupito de chicos sale de una escuela rural y entre el bullicio de gritos y risas sube presuroso a los vagones. Un trecho más adelante el tren se volverá a detener en medio de un paraje desolado. "En este lugar siempre baja un paisano que realiza caminando el trayecto desde las vías hasta ese monte", dice Alejandro, señalando una montaña que, según cuenta misterioso, está habitada por buitres.

Regreso a la vida.

El ferrocarril tuvo en la Argentina una historia de encuentros y desamores. Fue el medio de transporte por excelencia para el traslado de personas y víveres y también la conexión fundamental para los pueblos nacieron de su mano. Históricamente, la línea Sur del Tren Patagónico llegaba hasta Buenos Aires.

Decisiones políticas llevaron a que el tramo estuviese totalmente clausurado durante cinco largos años.
"Pero por suerte volvió para darles vida a estos pueblos", reseña Horacio, un hombre robusto que supo trabajar como mecánico en la estación Jacobacci. El trayecto escarpado fija la velocidad promedio en 50 kilómetros por hora, mientras a su paso se van sucediendo puentes y cañadones. Los obreros de este ferrocarril tuvieron que trabajar a pala, pico y trotyl, y muchos quedaron sepultados, víctimas de la montaña.

Entre Bariloche y Jacobacci existen cinco pueblos: Nirihuau, Perito Moreno, Pilcaniyeu, Comayo yClemente Onelli, que saltó a la fama tras una compaña publicitaria de una empresa telefónica, y que en este otoño registró temperaturas que oscilaron en los 16 grados bajo cero. Pasando la ciudad de Perito Moreno se accede al tramo más alto del trayecto: 1.100 metros de altura sobre el nivel del mar, lugar preciso donde una tropilla de caballos se interpone en las vías mientras el sol parece incendiar el horizonte con sus tonos en naranja rabioso. Suena la sirena, los caballos corren cuesta abajo y el tren reemprende la marcha.

Los animales de la zona, entre los que se encuentran liebres, ñandúes, zorros, guanacos y caranchos, le dan vida y movimiento a la quietud del paisaje yermo. En invierno, esta región llega a tener 60 centímetros de nieve. Son épocas en las cuales las escuelas rurales se ven obligadas a cerrar sus puertas y sólo algún que otro chacarero osado se atreve a sortear el terreno blanco. Llegando a Comayo se divisan las fábricas de ladrillos, principales fuentes de ingreso de la región. Es un pueblo pequeño con no más de mil habitantes y donde todos se conocen. Aquí el tren hace una parada más extensa, lo que da tiempo a bajar y charlar con gente del lugar. Entre ellos, el encargado del correo local, quien se presenta como Daniel, insiste con simpatía: "Por favor, no se olvide de decir que el tren es fundamental para nuestras vidas, es nuestro vínculo con otras ciudades".

Silba la locomotora y continúa el recorrido. Dos largas horas en medio de la vastedad del anochecer patagónico permiten apreciar un cielo cargado de estrellas sobre una planicie que se antoja eterna hasta la llegada a la ciudad de Jacobacci. Al arribar al andén de la estación, un grupo de personas aguarda la entrega de las encomiendas y los despachos: una caja de la hija que estudia en Bariloche, los remedios para la abuela o los papeles de la jubilación. Es el final del viaje. Dentro de dos días el Expreso Rionegrino desandará nuevamente el camino, artravesando la belleza agreste y desolada del sur cordillerano.

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